La Terminal de ómnibus esconde tantas historias que no alcanzaría la vida para poder enumerarlas. Compinche de los sin techo y amiga de las distintas tonadas, contempla como en cada plataforma, los sueños de los viajeros no descansan.

Y allí se los ve a ellos, personajes estoicos que no escatiman el lomo para tenderle una mano al pasajero. Los maleteros o mozo de cordel, un oficio nacido en los 50 en Plaza San Martín, que con el paso del tiempo, se consolidaría en la Terminal de ómnibus Mariano Moreno.

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Si bien su actividad se encuentra a la vista de todos, la misma está desprovista de un reconocimiento legal, lo que ha empujado en varias oportunidades a organizar distintas medidas de lucha y reivindicaciones. La exposición al smog que origina el gasoil de los vehículos, el peso de las valijas o bolsos, y las condiciones climáticas adversas, forman parte del derrotero del maletero.

 

Insisten, no bajan los brazos, la necesidad de ser reconocidos como lo que son, trabajadores, sigue siendo la meta de aquellos que no se resignan a naturalizar la precarización y el desamparo.

Juan Presti presta sus servicios desde 1979, una persona que conoce con lujo de detalles el largo camino de este oficio, “para poder ingresar a trabajar en ese entonces, dos inspectores municipales te solicitaban un prontuarial y te hacían firmar un cuaderno de entrada y salida, debíamos cumplir 8 horas diarias”. Este veterano maletero, recuerda que en ese entonces tenían  una jefa de sección y un director, los turnos eran de 5 a 13 hs, de 13 a 21 y de 21 a 5.

“Primero ingresé en la parada de taxis, para después pasar a la parte interior, más precisamente a la zona de ómnibus. En ese entonces éramos unas 50 personas que nos encargábamos de la carga y descarga. Cabe destacar que si bien debíamos cumplir 8 horas laborales, no teníamos sueldo y en el ingreso de la Terminal había un cartel que decía <Al mozo de Cordel no hay que dejarle propina>, claro que nuestra única manera de subsistir, era justamente la colaboración de la gente, es por ello que gracias a la voluntad de los pasajeros podíamos hacer unos pesos”, relató Presti.

Año tras año debían acudir al Hospital Carrasco para renovar el certificado de buena conducta, de lo contrario no podían ingresar a las plataformas. “Aparte de la carga y descarga, nos obligaban a limpiar a fondo la Terminal. Desde las empresas de ómnibus jamás recibimos una mano, siendo que prestamos un servicio en beneficio de las mismas. No le interesamos a nadie, ni al Estado ni al privado”, concluyó.

Matías tiene 29 años, hace 10 que comenzó a trabajar como maletero en el descenso de taxis, “recuerdo que mi franja horaria era de 5 a 13 hs, cuando me la otorgaron fue con el argumento de que la misma estaba libre, pero eso no era cierto, tuve que lidiar con la gente de la noche, no fue nada fácil”, contó.

Padre de dos hijos, necesita como todos, que este oficio sea reconocido para poder gozar al menos de la tan ansiada obra social. “Siempre estuvimos en negro, no tenemos nada a nuestro alcance, queremos lograr algo en beneficio de todos los compañeros. Cuando alguien se enferma, o pierde la vida, somos nosotros los que colaboramos de nuestro propio bolsillo en beneficio de esa familia”.

“Fueron muchas las personas que se nos han acercado en estos años, pero lamentablemente nos han defraudado, traicionado y utilizado en pos de sus intereses. Hoy retomamos la lucha y la organización, somos trabajadores y perseguimos ser reconocidos como tales. Se trata de dignidad, queremos que de una buena vez nos otorguen los derechos que nos corresponden para dejar de ser ciudadanos de segunda”, indicó.

Los maleteros brindan un servicio fundamental e indispensable, difícilmente el mismo podría ser absorbido por los choferes de las distintas líneas de ómnibus. Por último quién acercó su testimonio fue Exequiel, quién hace 15 años que abraza esta ocupación, “ingresé cuando mi abuelo se jubiló, quedándome junto a mi papá, ya que éste es un oficio que suele delegarse de generación a generación”.

“Comencé como carretero, utilizando la carreta para trasladar el equipaje, hasta que me tocó ocupar el puesto de valijero. Hace 8 años que estoy en este lugar de la Terminal, consolidando día a día la confianza con los conductores de los micros, ya que la nuestra es una responsabilidad muy grande”, enfatizó.

El reclamo personal se hermana con el del resto de sus compañeros, “pretendemos que se nos reconozca la antigüedad y el trabajo que hacemos en este lugar, la mayoría tenemos hijos, y por ende una necesidad imperiosa de tener al menos una cobertura médica. Cuando me enfermo en mi casa no ingresa dinero, tengo 3 chicos y respondo por ellos”.

Las edades de los denominados antiguamente como “mozos de cordel”, oscilan entre los 19 y 70 años. “Si bien nosotros no tenemos ninguna personería jurídica, avalamos el ingreso entre compañeros, ya que de esa forma garantizamos el orden en nuestras funciones. Pretendemos un salario digno, no somos trapitos, ya que no sólo cargamos equipajes y nos responsabilizamos por los mismos, sino que también brindamos servicio de información y servicios de líneas urbanas. Cuando el pasajero baja del micro al primero que le pregunta algo es al valijero”.

La coyuntura actual no los acobardó, todo lo contrario, los fortaleció para seguir luchando por los derechos que les corresponden. Lejos de amilanarse, redoblaron la apuesta para ir por una respuesta concreta, saben de cargar pesados equipajes, por eso no le temen a lo duro del camino.