Por Carlos Duclos

Como muchos padres argentinos que viven pendientes del destino de sus hijos, en un país que hace rato se viene cayendo a pedazos en muchos aspectos, Claudia Elizabeth Rubén y su esposo Carlos Alberto Ada, estaban preocupados, casi desesperados en cierto momento cuando escucharon que en el recital del Indio Solari, en Olavarría, había muertos y heridos.

Sus dos hijos habían concurrido al concierto, y como muchos papás argentinos que viven con el corazón en la boca cada vez que sus hijos salen, los llamaron al enterarse de la situación. No obtuvieron respuestas, entonces hicieron lo que cualquier padre desesperado y empujado por el amor haría: fueron a buscarlos en su auto. Un automóvil que venía de frente los embistió y Claudia murió en el acto y su esposo está grave. Un drama, una herida en esos chicos, que finalmente aparecieron, que se cerrará un poco con el tiempo, pero que no cicatrizará jamás.

Y todo esto es culpa de la falta de controles, del desorden permitido, del vale todo en un país en donde un intendente se da el lujo de decir frente a las cámaras y a la prensa que la responsabilidad de la Municipalidad estaba circunscripta al perímetro externo del predio; en donde los organizadores brillan por su ausencia, y en donde la justicia investiga sin que hasta el momento no haya caído un castigo ejemplar para algunos.

Un medio argentino hace unas horas, como tantos otros, ha iniciado así una información respecto del suceso del sábado: “El intendente de la ciudad de Olavarría y la productora En Vivo quedaron en la mira de la justicia por la muerte de dos personas, ocurridas el sábado…” ¿En la mira? ¿Recién en la mira? Bochornoso, cuando todo el mundo (literalmente) habla de que se permitieron excesos, como que ingresaran al lugar muchas más personas de las que norman las medidas de seguridad.

Esto ocurre en un país desquiciado, en donde la impunidad impera y el vale todo se ha hecho cultura por obra y gracia de dirigentes de izquierda, centro y derecha, a quienes no les interesa  que permanezcan floridos principios y valores fundamentales porque es preferible y favorable a sus intereses  una masa no pensante, descontrolada, resignada, sometida mentalmente, a quien se le pueda hacer cualquier cosa sin que reaccione.

Lo sucedido en Olavarría y sus efectos, como la muerte de esta mamá, no es obra del destino, es obra de algunos perversos, otros mediocres y ciertos inescrupulosos con dotes para la pillería, que se benefician al amparo de la desgracia de un pueblo al que, en no pocos casos, se le ha privado, mediante técnicas sutiles, pero eficaces, del poder de la ecuanimidad en las apreciaciones y el sano y adecuado discernimiento. Por eso, y nada más que por eso, aún no hay funcionarios renunciados, castigos ejemplares, y los argentinos pensantes deben escuchar que es posible que penalmente no pase nada. Bueno, en este país desquiciado nunca pasa nada, porque muchos, muchísimos, han sido anestesiados mientras otros hacen de las suyas.