Por Chris Hedges

La categórica conclusión del informe Mueller de que no hubo complicidad de Trump con Rusia marca uno de los periodos más vergonzosos del periodismo estadounidense, sólo comparable con el insensato apoyo a la guerra contra Irak. La mayoría de la prensa funciona como cortesana de las élites.

“La investigación del fiscal especial Robert Mueller no encontró que los miembros de la Campaña de Trump conspiraran o coordinaran con el gobierno ruso actividades de interferencia electoral ”, informó el Procurador General, William Barr.

La acusación de que Rusia robó las elecciones presidenciales de 2016, que Vladimir Putin tiene filmaciones clandestinas de Trump en un hotel de Moscú con prostitutas o que Trump ha sido un “agente del Kremlin” durante mucho tiempo, repetido por periodistas cuyo trabajo admiré en el pasado es de una demagogia tan perniciosa como las viles burlas y los comentarios racistas que manan de la Casa Blanca. La prensa repitió sin cesar tales denuncias, mientras ignoraba la creciente desigualdad social y el sufrimiento de un país donde la mitad de la población vive en la pobreza, así como el colapso de nuestras instituciones democráticas.

Estos hechos, y no la manipulación rusa, hicieron que los enfurecidos votantes estadounidenses eligieran a un demagogo que por lo menos desprecia a las élites, incluidas las de la prensa, que traicionaron a esos votantes.

La acusación de que Trump fue una herramienta de Rusia es atractiva, genera miles de millones en dólares en publicidad y permite a la prensa presentarse como un cruzado de la moral. Pero en los últimos tres años, esta obsesión ocultó la mayoría de los crímenes reales cometidos por este gobierno y la realidad que padecen la mayoría de los estadounidenses.

La prensa hegemónica, propiedad de las corporaciones que han extinguido el estado democrático y están estafando al público, además de destruir el ecosistema del que dependemos para la vida, no exige cuentas a sus sponsors. La chachara hueca sobre Rusia, incluido el New York Times, expone la bancarrota de los medios de comunicación de los Estados Unidos. Las cadenas MSNBC y CNN, que hace mucho abandonaron el periodismo por el entretenimiento, atoraron las ondas con ridículas teorías y fantasías de conspiración y las utilizaron para justificar una falsa cruzada.

No esperes que nada de esto cambie. Nadie hará responsable a Rachael Maddow, a Jack Tapper o a cualquier otra celebridad de las noticias, por alimentar esta ficción noche tras noche. Maddow seguirá cobrando su salario de 10 millones de dólares por año. Y el puñado de reporteros que mostraron integridad periodística (Glenn Greenwald, Matt Taibbi, Aaron Maté, Robert Scheer, Max Blumenthal y Katrina vanden Heuvel) continuarán marginados en los medios. La prensa es un brazo del burlesco que las corporaciones financian para reemplazar la vida política del país y convertir el debate cívico en un gran reality show.

Cuanto más argumenten los medios de comunicación que necesitan ver el informe completo en lugar del resumen del Procurador general, o que Jared Kushner intentó utilizar los sistemas de comunicaciones de los diplomáticos rusos, más credibilidad perderán. Y no les queda mucha. El Rusiagate y los detalles escabrosos de las supuestas relaciones sexuales del Presidente con una estrella porno y una conejita de Playboy han reemplazado al periodismo. Estas historias no tienen nada que ver con la vida de la mayoría de los estadounidenses. Este descenso a lo banal y lo chabacano blinda a Trump. Al atacar a la prensa, ataca a una institución que la mayoría de los estadounidenses detesta con buena razón. La prensa, sin saberlo, fortalece al Presidente que busca destruir. Y su declive, acelerado por su colaboración con las élites demócratas liberales que usan a Rusia como chivo expiatorio para eludir su responsabilidad por destrozar al país en beneficio de la oligarquía corporativa, empeorará. Poco de lo que la prensa diga sobre Trump será creído.

Por supuesto, hubo una interferencia masiva en nuestra elección por parte de una potencia extranjera: Israel. Pero quien intente decir esta pura verdad en voz alta y sufrirá la peor descalificación por el coro unificado en la prensa y la jerarquía política de ambos partidos, que se descargó contra la diputada Ilhan Omar. La animosidad hacia Rusia es impulsada por la industria armamentística, que con la expansión de la OTAN hasta la frontera con Rusia (a pesar de las seguridades dadas cuando la unificación de Alemania de que esto no sucedería) está generando miles de millones de dólares de ganancias por la venta de armas a países de Europa del Este. La situación también está exacerbando las tensiones entre dos de las mayores potencias nucleares del mundo. Pero ésta es sólo una más de las verdades suprimidas.

Trump ha implementado políticas que, lejos de servir a los intereses rusos, han dañado aún más la relación con Moscú: ha impuesto sanciones; en forma abierta inenta derrocar al gobierno de Venezuela, al que Rusia apoya; intenta bloquear la venta de gas ruso a Europa; vende armas a Ucrania, un enemigo del Kremlin; arma insurgentes y realiza ataques aéreos en Siria, cuyo régimen las tropas rusas intentan apuntalar; se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF). Pero los hechos son poco importantes para los teóricos de la conspiración rusa.

No sólo Trump ha borrado la línea que separa la realidad de la ficción. La prensa también. Difundió y magnificó denuncias que nunca investigó ni confirmó. Al repetir errores como los que surgieron en su cobertura de la invasión a Irak, se ha suicidado. Una nación que carece de una prensa que funcione se convierte en una tiranía. Esto no es culpa de Trump, sino nuestra.