“En 2015, nosotros anticipamos que las organizaciones estudiantiles y la oposición política van a realizar protestas en los meses previos a las elecciones legislativas”, señaló el general Vincent Stewart, director de la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, ante la Comisión de Asuntos Militares de la Cámara de Representantes.

El general Stewart se refería a la República Bolivariana de Venezuela y agregaba “estamos un poco preocupados por las elecciones que tienen previsto realizarse en Venezuela y lo que eso podría significar en términos de violencia y de violaciones a los derechos humanos”.

A estar por la ola de violencia callejera ocurrida a principios de 2014, estas declaraciones de un general estadounidense no solo constituyen un acto de intromisión en los asuntos venezolanos, sino que tienen el carácter de una profecía autocumplida. A nadie se le escapa que aquellos actos formaban parte de lo que se ha dado en llamar un “golpe suave”.

«La naturaleza de la guerra en el siglo XXI ha cambiado», manifiesta el politólogo estadounidense Gene Sharp, y agrega: «Nosotros combatimos con armas psicológicas, sociales, económicas y políticas». ​

Como se puede apreciar, estas son las armas que en la actualidad se utilizan para derrocar gobiernos, antes de recurrir a las convencionales. Sharp —autor de un ensayo titulado “De la dictadura a la democracia”— describe 198 métodos para derrocar gobiernos mediante lo que se conoce como “golpes suaves”. ​

Para Sharp el poder de cualquier Estado no es monolítico, sino que deriva de los individuos de ese Estado. Su idea-fuerza consiste en que toda estructura de poder se basa en la obediencia de los sujetos a las órdenes de los dirigentes. De esa forma, si el sujeto no obedece, los líderes no tienen poder.

Si el gobierno al que se quiere derrocar no ha construido una sólida y organizada base popular, es probable que el llamado “golpe suave” sea suficiente. Pero, si ello no ocurre, en un

segundo momento la suavidad se torna en dureza y comienzan a funcionar intervenciones armadas o la utilización de mercenarios.

Debemos recordar que ya en diciembre último el gobierno de Washington implementó sanciones a Venezuela, con el pretexto de que Caracas produjo violaciones a los derechos humanos.

Ante estas nuevas intromisiones, el gobierno venezolano recurrió a la CELAC y a la UNASUR para lograr la solidaridad de estas instituciones supranacionales. Las respuestas, en estos tiempos de “golpes suaves”, fueron satisfactorias.