Sólo había que esperar la oportunidad. El 2 de octubre de 2018, uno de los servidores del acaudalado príncipe Al-Walid ben Talal Abdulaziz Al-Saud, el periodista Jamal Khashoggi, es asesinado por orden de MBS en la sede del consulado de Arabia Saudita en Estambul, lo cual constituye una violación del artículo 55 de la Convención de Viena sobre las relaciones consulares.

Jamal Khashoggi era nieto del médico personal del rey Abdul Aziz y sobrino del vendedor de armas Adnan Khashoggi, el hombre que equipó la fuerza aérea saudita y posteriormente armó –por cuenta del Pentágono– al Irán chiita contra el Irak sunnita. Samira Khashoggi, tía de Jamal Khashoggi, es la madre de otro vendedor de armas, Dodi al-Fayed, amante de la mediática princesa británica Lady Diana, junto a la cual fue eliminado).

Jamal Khashoggi estaba implicado en un nuevo golpe palaciego que el príncipe Al-Walid ben Talal estaba preparando contra MBS. Varios asesinos presentes en el consulado le cortaron los dedos, descuartizaron su cuerpo y posteriormente presentaron su cabeza al amo MBS. Todo fue meticulosamente grabado por los servicios secretos de Turquía y Estados Unidos.

En Washington, la prensa y los miembros del Congreso estadounidense exigen al presidente Trump la adopción de sanciones contra Riad.

Turki al-Dakhil, uno de los consejeros del príncipe heredero, responde que si Estados Unidos adopta sanciones contra Arabia Saudita, esta última es capaz de echar abajo el orden mundial [8]. Según la tradición de los beduinos del desierto, a todo insulto debe responderse con una venganza… a cualquier precio.

Según ese consejero, Arabia Saudita está preparando una treintena de medidas y las más importantes serían:
– Reducir la producción de petróleo a 7,5 millones de barriles diarios, lo cual provocaría un alza de precios, que podrían llegar a 200 dólares por barril. Además, Arabia Saudita no aceptaría pagos en dólares estadounidenses, provocando así el fin de la hegemonía mundial de esa moneda;
– Arabia Saudita se alejaría de Washington para acercarse a Teherán;
– Arabia Saudita compraría armamento a Rusia y China. El reino propondría además a Rusia abrir una base militar en suelo saudita, concretamente en la provincia de Tabuk, en el noroeste, o sea cerca de Siria, Líbano e Irak;
– de la noche a la mañana, Arabia Saudita pasaría a respaldar al Hamas y al Hezbollah.

Consciente de los daños que la fiera es capaz de provocar, la Casa Blanca promete a sus perros parte de los despojos. Recordando tardíamente sus bellos discursos sobre los «Derechos Humanos», las potencias occidentales claman en coro que ya no soportan más esa tiranía medieval. Uno a uno, todos los líderes económicos de Occidente se alinean tras las instrucciones de Washington y anulan su participación en el Foro de Riad. Recordando que Jamal Khashoggi era «residente estadounidense», el presidente Trump y su consejero Jared Kushner hablan de confiscar bienes, que pasarían a manos de Estados Unidos.

Mientras tanto, en Tel Aviv reina el pánico. El príncipe MBS era el mejor socio del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu. Netanyahu incluso solicitó al príncipe heredero la creación de un estado mayor común israelo-saudita en Somalilandia para aplastar a los yemenitas. MBS viajó en secreto a Israel a finales de 2017. El ex embajador de Estados Unidos en Tel Aviv, Daniel B. Shapiro, advierte a sus correligionarios israelíes que al aliarse al príncipe heredero saudita, Netanyahu pone a Israel en peligro.

El Pacto del Quincy sólo protege al rey de Arabia Saudita. No incluye al príncipe heredero.

Autor:Thierry Meyssan
Fuente: www.voltairenet.org
Foto: Jim WATSON / AFP