Imagen de”La metamorfosis”, editada por Libros del zorro rojo, ilustrada por Luis Scafati. Gentileza El País

 

Por Fabio Montero

“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto”. Así comienza “La Metamorfosis” (o “La Transformación” como le gusta marcar a los puristas de las traducciones) una novela escrita por Franz Kafka en 1915. La metamorfosis es, en síntesis, la transformación que afecta la forma, las funciones o el carácter de vida de un organismo.

El fenómeno fue descripto por muchos autores, desde el poeta romano Ovidio hasta Kafka y más acá en la TV y el cine, y forma parte de la explicación alegórica del mundo, la historia, la épica y la mitología. Las metamorfosis descriptas por estos autores (en el caso de Ovidio cerca de trescientas) son unas pobres metáforas al lado de las producidas por algunos candidatos de la política Argentina. De cualquier manera, Ovidio nunca se hubiera animado a tanto.

En ocasiones, la política vernácula, principalmente la de los partidos conservadores, se asemeja a una crisálida donde se producen las metamorfosis más sorprendentes, tan asombrosas, que hasta el mismo Kafka se ruborizaría.

La política de la metamorfosis genera sujetos que suelen convertirse de un día para el otro, pero solo en apariencia, porque su esencia es indisimulable. Es una metamorfosis incompleta cuya peligrosidad radica en que nunca pierden la conciencia de lo que fueron. ¿Qué me ha pasado? Comienza la novela de Kafka para mostrar al personaje consciente de su transformación.

A diferencia de algunos líderes, Gregorio Samsa nunca deseó su mutación. “No estaba soñando” dijo apesadumbrado por los cambios. En la arena electoral, algunos sujetos políticos no solo son consciente de su metamorfosis, sino que además la desean. Es un efecto definitivamente planificado. Son dirigentes que en sus arengas intentan mutar el “pasado que los condena”.

En la política de la metamorfosis la mutación es solo de forma, una especie de camuflaje  que cambia la envoltura para llegar a la sociedad y convencerla de que no son lo que fueron. Sin embargo siguen siendo, porque el revestimiento es sólo para ocultar los “inconfesables pecados”.

Los poetas griegos y romanos apelaban a la metamorfosis cuando su obra llegaba a un punto  dramático difícil de solucionar, cuando el conflicto no encontraba salida y debía resolverse para que la obra pudiera continuar.

En política se apela a los mismos criterios del poeta: cuando el candidato no consigue perforar el entusiasmo del votante, cuando las encuestas están en un punto ciego, el autor reconvierte a su protagonista para darle un giro dramático a la obra. El personaje trasmuta, y en ese cambio, se garantiza la continuidad del relato. El show continúa.

El relato es una parte importante de esta política, casi tanto como el cambio de la estructura, es lo que le da legitimidad, lo que pone al candidato “nuevamente en juego”. El relato es la metamorfosis en clave de lenguaje, es la mirada complaciente del poder mediático.

La política de la metamorfosis es la trampa del poder, la cáscara estafadora del camuflaje, la pérfida cara de los que se reinventan con más de una cara.

Pero la verdad es inexorable y más tarde o temprano se manifiesta con toda su crudeza, y es allí, donde “uno siempre es lo que es y anda siempre con lo puesto”, como decía el poeta. Para los padres y la hermana, el bicho continuaba siendo Gregorio Samsa. En la política de la metamorfosis, el bicho sigue siendo neoliberal.