Por Carlos del Frade

El primero de mayo es la fecha que resume el sentido de la existencia colectiva.

Es el día de los que le dan cuerda al universo.

Los que encienden no solamente la maquinaria, sino también la esperanza que la palabra dignidad, alguna vez, sea mucho más que una ocupante del diccionario.

Pero el día internacional de los trabajadores es de conciencia y lucha.

La huelga en Chicago, aquel primero de mayo de 1886, marcaba la necesidad de tener ocho horas para el trabajo, ocho para el estudio y la alegría y ocho horas para el descanso y el amor.

El manifiesto de la convocatoria hablaba, además, de la explotación laboral de niñas y niños, mujeres y ancianos.

En la Argentina del presente, la mitad de los trabajadores está precarizada y el diez por ciento de más altos ingresos concentra el 31 por ciento del total de la riqueza que crean los ocupados y subocupados. Mientras en el subsuelo de la realidad, el diez por ciento que menos gana, apenas araña el 1,8 por ciento.

En la Argentina del presente, se sufren más de 402 mil accidentes laborales al año y un trabajador que busca ganarse la vida, la pierde cada veinticuatro horas.

En la Argentina del presente, la mayoría de los que no tienen trabajo son jóvenes menores de treinta años y la mayoría de los desocupados son mujeres.

En la Argentina del presente, la mitad de las chicas y los chicos están sumergidos en la pobreza, como también lo están la mitad de las jubiladas y los jubilados.

En la Argentina del presente, en medio de estas políticas que profundizan la concentración y extranjerización de las riquezas, la lucha de los trabajadores es la síntesis de la esperanza por una realidad distinta y mejor para los que son más en estos arrabales del mundo.

Mientras tanto, en la provincia de Santa Fe, ocho de cada diez ganan menos de 12 mil pesos mensuales en Santa Fe, la segunda provincia más rica de la Argentina.

En una geografía donde las exportadoras llegan a facturar hasta 200 mil pesos por minuto y no pagan ingresos brutos, la distancia entre los que más ganan y los que menos tienen es de 20 veces, según los datos oficiales.

Mientras las grandes empresas despiden sin razón y ni siquiera se presentan ante el Ministerio de Trabajo santafesino, hay 133 mil trabajadoras y trabajadores desocupados y subocupados en Santa Fe y Rosario. Uno de ellos, obrero de Mefro Wheels, habitante del agujero negro de los sin trabajo, decidió suicidarse, cuestionando, dramáticamente, la vigencia de un sistema perverso y cínico.

La mayoría de los desocupados son pibas y pibes menores de treinta años pero las más precarizadas, víctimas de una cultura machista, son las mujeres, casi en un 40 por ciento.

De acuerdo a las últimas cifras, en la provincia se producen más de 31 mil accidentes laborales al año, a razón de 85 por día. Y un trabajador pierde la vida cuando busca ganarla cada cuatro días.

Por eso hablamos de la vigencia de las banderas de la huelga del primero de mayo de 1886.

Porque no solamente son imprescindibles las ocho horas para el trabajo, ocho horas para el estudio y la alegría y ocho horas para el amor y el descanso, sino también las necesarias ideas y luchas por una sociedad donde la noble igualdad, alguna vez, forme parte de la vida cotidiana de los santafesinos en particular y los argentinos en general.

En ese sentido, en homenaje a todas y todos los que cayeron en la porfiada insistencia por la dignidad humana, en reconocimiento a los que luchan todos los días por un presente mejor, como dirían los viejos dirigentes de fines del siglo diecinueve:

¡Viva el Primero de Mayo!.

¡Viva el Día Internacional de los Trabajadores!.

¡Viva el sueño colectivo inconcluso de la Igualdad!.