Por Hugo March

Más allá del reconocimiento artístico de la gran obra discepoleana en general, y de la poesía alegórica del tango Cambalache en particular, me niego a reconocer que todo es igual, que sobre todo no es lo mismo el que labura noche y día como un buey que el que está fuera de la ley.

No es una cuestión semántica ni filosófica, es una decisión personal para no naturalizar una pintura de la realidad que no coincide con la que vivo todos los días en este gran país en el que tuve la dicha de nacer, y la fortuna de haber elegido para seguir viviendo.

A cada momento tengo pruebas tangibles y elocuentes de que la bondad y el amor siguen siendo elementos constitutivos naturales y esenciales de los seres humanos y por ende y como consecuencia, de quienes vivimos en este lugar. Cada día de la semana hay multitud de actos solidarios que así lo ponen de manifiesto, sobre todo en estas épocas difíciles.

Todos nos ocupamos de campear los temporales que la vida nos va poniendo en su natural devenir, y por si fuese poco, de los infortunios innecesarios que instrumentan algunos inescrupulosos de la actividad política para hacernos creer que son actores imprescindibles, que no podremos resolverlos sin ellos.

Allí es donde está la gran diferencia, entre la inmensa mayoría que dignifica la vida con su existencia, y una ínfima minoría con mucha prensa, dinero y poder, que pretendiendo imponernos que todo es un Cambalache, se aprovecha del esfuerzo, la credulidad, la buena fe o la inocencia de los que no hacen otra cosa que poner el hombro todos los santos días.

Niego enfáticamente que el mundo sea una porquería, que es sólo un hecho que quienes pertenecen a la segunda clase mencionada se ha esforzado históricamente en naturalizar, y lo hacen porque son conscientes de que si no existieran la injusticia, las desigualdades sociales, la marginalidad, la discriminación y la pobreza, sus promesas de solución no tendrían ninguna razón de ser, y podríamos vivir felices sin esta especie de secta contemporánea institucionalizada, explotadora de sueños y ambiciones de futuro, que por el contrario se seguirá esforzando para que todas esas situaciones continúen vigentes, porque son la razón de su permanencia.

Y si estoy equivocado y el mundo de verdad es como se describe en el tango, en lugar de seguir lamentándonos melancólicamente tendremos que hacernos cargo de analizar y asumir cuánto pusimos de nuestra parte para que así fuera, y dejar de culpar a Dios y a María Santísima de lo que sucede por fuera de nuestro envase humano.

He allí la disyuntiva. Personalmente apuesto por seguir creyendo en la integridad del ser humano, en contra de quienes se afanan momento tras momento para hacernos creer lo contrario.

El desafío es sacudirse lo suficiente como para quitarse los parásitos de encima, respirar profundo, retomar fuerzas y continuar en comunidad el camino de la construcción, porque del otro lado del puente hay un mundo de maravillas que nos sigue esperando y en el que nos podemos encontrar, aquí, en este hermoso sitio terrenal.

Hugo R. March
[email protected]