Por Carlos Duclos

Hay una mirada de espanto, de horror, ante la muerte que el inocente percibe irremisible. Y allí está él, toro que había sido pura vida y milagro, exhausto. Las malditas banderillas están clavadas en su lomo y fluye la sangre por ellas. Enfrente, se yergue peligroso un espanto amenazante, con su espada lista y apuntándole. Siente dolor y le aturde la algarabía cómplice de la multitud que reclama la estocada final. Enseguida, entonces, aquella figura se le abalanzó, incrustándole el filo hasta el mismo corazón. Sintió el ardor de la muerte, percibió la soledad de la nada y se desplomó en medio de la plaza y entre los vítores de los bárbaros.

Las palabras que hacen las veces de prólogo a esta opinión pueden ser aplicadas para cualquier caso de animales maltratados, asesinados. Todos sienten lo mismo y de la misma forma, como sienten los humanos. La muerte injusta y violenta, se muestra por igual a racionales e irracionales, porque no hace acepción de seres

Todos los animales sometidos brutal e injustamente, tienen una mirada de dolor, de incomprensión ante el filo o el plomo que atraviesa el templo de su espíritu. Sí, el templo de su espíritu, porque contra lo que sostienen algunos, los animales poseen espíritu que con mucha frecuencia está por encima del espíritu humano.

A propósito, reproduzco partes de un texto que escribí hace unos años: “Faltos de sabiduría y ciertos conocimientos (algunos hombres), desconocen que incluso en ciertas corrientes religiosas (jasidismo judaico, por ejemplo) se acepta que un ser humano por su conducta puede descender por debajo del nivel animal.

Tomo un fragmento de un escrito de esta corriente jasídica que dice: “El toro o el burro cumplen su función por instinto propio, en cambio la calidad del ser humano está dada por su poder de elección, su capacidad de reflexión. Cuando la utiliza, es considerado la corona de la creación. En caso contrario se dice que “el mosquito está por sobre él”, el hombre desciende en la escala y se sitúa por debajo del reino animal”.

Recuerdo que en aquel texto hablé incluso de la inocencia de los animales, inocencia que es imposible hallar en muchos humanos: “Cuando se habla de bondad, esta bondad necesariamente debe incluir la naturaleza de la inocencia. Los actos buenos, por sí mismos, son insuficientes si no parten de la naturaleza inocente. En la creación son inocentes las siguientes criaturas: los animales; los niños, cuando aún no han alcanzado la plenitud racional; muchos ancianos (que se hacen niños) cuando son liberados de la especulación en razón de la misma naturaleza del ocaso de la vida. Son también inocentes aquellos adultos que han comprendido la necesidad de adquirir tal sublime estado y lo han logrado (santos, justos), y abarca incluso a aquellos que entienden la necesidad de alcanzarlo.

Muchos hombres hoy, como bien dice Rosalía Aurascoff, no sólo que han perdido el estado de inocencia de manera preocupante, sino que no les importa ingresar al templo de la malignidad en razón del poder económico, o por aquello que consideran un divertimento. Así, y sólo por citar algunos casos, se produce la matanza de ballenas o las repudiables corridas de toro. Es abominable, es otra forma de terrorismo, pero terrorismo al fin. Y en ese trance macabro asesinan sin misericordia ni capacidad de reflexión a cuanto ser creado anda sobre la faz de la Tierra, exterminando especies y poniendo en riesgo al planeta y a los mismos hombres

¡Pero señoras, señores, si ciertos hombres son capaces de asesinar por el petróleo o el gas a sus semejantes! ¿qué les puede importar que la armonía ecológica se haya quebrado y se precipite peligrosamente?

No es necesario añadir nada más sólo recordar unas palabras de esa alma noble que fue Albert Schweitzer: “Debemos luchar contra el espíritu inconsciente de crueldad con que tratamos a los animales. Los animales sufren tanto como nosotros. La verdadera humanidad no nos permite imponer tal sufrimiento en ellos. Es nuestro deber hacer que el mundo entero lo reconozca. Hasta que extendamos nuestro círculo de compasión a todos los seres vivos, la humanidad no hallará la paz”.