Texto: Carlos Duclos – Fotos: Florencia Vizzi

Ya lo habían dado todo. Cayetano de Thiene (San Cayetano) y todos los que compartían la casa religiosa, allá por el siglo XVI, se habían san_cayetano_rosario_19_florvizziquedado sin alimento. Lo poco que les quedaba a aquellos hombres de fe lo habían distribuido entre los hambrientos. Dicen que quien luego fuera canonizado por el Papa Clemente X fue al Sagrario, se postró y dijo: «Jesús amado, te recuerdo que no tenemos ahora nada para comer”.
Han pasado muchos siglos de ese hecho, el hombre ha alcanzado niveles de desarrollo impensados, inimaginables hace apenas unas décadas atrás, pero aún hoy es posible asistir, increíblemente, a las tristes escenas de hambrientos que pueblan la faz de la Tierra diciendo como aquel fraile: “no tenemos nada para comer”.
Lo que diferencia a estos hambrientos del santo, es que estos nunca han tenido nada, nunca han poseído panes y mucho menos bienes que pudieran repartir entre aquellos que algo necesitan. A veces ni siquiera tienen un Sagrario para postrarse e implorar, porque las condiciones de vida que les son impuestas no permiten ni siquiera abrigar la esperanza de ser escuchados por su Dios.
Cayetano provenía de una familia noble y acomodada y resignó esos bienes y tales favores concedidos por el destino por amor a Dios. Estos hambrientos provienen de la nada y permanecen en la nada en la que son eternamente conculcados.


Y para verlos, no es necesario ir al Africa, o al Medio Oriente, basta a veces con alejarse unas cuadras en los centros urbanos argentinos, como Rosario. Basta incluso con mirar esos humanos que revuelven los contenedores céntricos en búsqueda de cartón y pan. Todo este paisaje urbano desolador en cierto aspecto, parece aceptado como si fuera parte natural del orden social. Hemos fracasado como humanos (primera persona).


“Los hambrientos 
no son sólo de pan”

Pero los hambrientos no son sólo de pan, no son sólo esos a los que le duele la panza en el momento exacto en el que el proceso biológico del cuerpo demanda proteínas y no hay. Hay otros hambrientos que no por tener otro tipo de apetito sufren menos: son hambrientos de trabajo, hambrientos de justicia, hambrientos de dignidad. Tienen hambre de una vida que merezca ser vivida; tienen hambre de todo eso y les duele el alma.
Tienen hambre de salarios dignos, de sonrisas, de alegrías, de paz interior que le es negada por un sistema perverso, hipócrita, falaz, cuyos poderosos agentes tienen en cuenta sus aberrantes necesidades y nada más. Hay hambre de salud, que se pierde porque el entramado sanitario a veces no es un servicio, sino un vil comercio llevado adelante por verdaderos Judas.
Y hay también ese hambre de amor, de compañía, de compasión, que no se puede satisfacer porque ha ganado espacio la cultura del “yo y nada más que yo”. Es la cultura del individualismo exacerbado, de la mezquindad vestida de muerte.
Siete millones de niños pobres en Argentina, ha informado recientemente la Universidad Católica Argentina. El hambre se ha extendido, la desocupación y la pobreza se ha incrementado y algunos líderes políticos hablan hoy no ya del segundo semestre (que pasa sin que nada haya pasado, excepto por las palabras que se dicen para disfrazar la realidad) sino del año que viene y de tener esperanza. Es difícil tener esperanzas cuando se tiene hambre de todo y no se tiene nada ¡Si hasta el propio mercado está desmayado! (léase inflación y parálisis económica).
Y estas palabras no tienen como fin descalificar a ningún gobierno, y mucho menos desear su fracaso, sino el describir una realidad que, por otra parte, no es nueva. Una realidad que es menester remediarla lo antes posible y de una vez por todas.

“Una faltante común de alimento de todo tipo y naturaleza para una vida digna”.

Es necesario decir, por otra parte, que sería muy injusto responsabilizar sólo a los dirigentes políticos en funciones de este escándalo, cuando pululan empresarios que lejos de ser tales son meros piratas con patente de corso, impertérritos ante el dolor humano, a quienes les interesa nada el llanto de una familia que se ha quedado sin trabajo o que sobrevive y permanece por el trabajo esclavo. Sería injusto responsabilizar sólo a los gobernantes, mientras hay dirigentes gremiales que callan porque las necesidades de sus arcas gremiales han sido satisfechas por el poder político.
Sería injusto, y lo es, responsabilizar a los dirigentes y a los poderosos solamente, mientras una parte de la ciudadanía los imita con sus divisiones, con ese recelo por el que piensa distinto, mientras hay una faltante común de alimento de todo tipo y naturaleza para una vida digna.

 

Procesión San Cayetano, Rosario, 7 de agosto de 2016