Por Walter Graziano*

Muchas voces siguen levantándose contra las actuales políticas monetaria y fiscal sosteniendo que hay un riesgo creciente de elevar la inflación a niveles inadmisibles. Incluso en los últimos días se llegó a argumentar que una inflación superior al 2% mensual en junio marcaría la necesidad de cambiar de estrategia porque constituiría un peligroso precedente que marcaría un rumbo creciente sin fin de inflación en el actual marco fiscal y monetario.

Al respecto, cabe preguntarse qué hubieran dicho las mismas voces antes de la pandemia si se les hubiera hecho la predicción de que los guarismos inflacionarios de abril, mayo y junio serían los que finalmente resultaron. Seguramente habrían pensado que el BCRA habría aplicado restricciones monetarias importantes o que el fisco habría decidido eliminar gastos o elevar impuestos. Sin embargo, tenemos lo contrario, lo que revela que en economía no siempre -y en algunos casos incluso pocas veces- dos más dos es cuatro. Lo cierto es que tasas de inflación inferiores al 2% mensual o incluso ligeramente superiores habrían sido pensadas como imposibles de obtener en una Argentina que se movía con una inflación superior al 50% anual. ¿Podemos entonces ahora quejarnos porque el índice de precios dio 2,2% en junio?

Los trabajadores de una muy importante cantidad de empresas reciben salarios muy por debajo de lo que percibían a principios de este año. Y aun así, si se les paga un porcentaje de sus remuneraciones, es gracias al hecho de que mediante los ATP las empresas logran obtener el auxilio necesario para poder hacer frente a compromisos que se les harían imposibles de cumplir de otra manera. ¿Podemos entonces pensar que porque la inflación dio 2,2% hay que empezar a retirar la ayuda fiscal y monetaria? ¿Hacer eso en plena pandemia? Luce un verdadero dislate. Y es que algo falla en el razonamiento alarmista de quienes recomiendan hoy volver a la ortodoxia sin demora. El camino por medio del cual un incremento del gasto del déficit público termina provocando inflación es mediante la suba en la demanda de bienes y servicios que entre el Estado y el sector privado realizan en la economía cuando se aumenta el gasto y se lo financia con emisión. Pero en esta circunstancia lo que hay no es un aumento en la demanda agregada de bienes y servicios, sino una brusca disminución de ella. Un desplome. En buena medida es por eso que la tasa de inflación se ha ralentizado entre abril y junio en comparación con la tasa de inflación que Argentina venía soportando en trimestres anteriores. Empezar a retirar ahora las ATP y cortar la emisión con la cual se las financia equivale a sentenciar a gran cantidad de trabajadores al despido y a la reducción salarial y a gran cantidad de empresas a la defunción por causas bien alejadas de una supuesta falta de competitividad sino simplemente porque no se pudieron tomar los recaudos por un tipo de pandemia que aparece una vez por siglo. ¿Podemos condenarlas a muerte por eso?

Un factor adicional es que la pandemia ha provocado un brusco aumento en la demanda de dinero por motivos precautorios. No sólo en Argentina, sino en todas partes del mundo. Este tipo de demanda de dinero fue inexistente en una gran cantidad de países por largas décadas debido a que no se preveían episodios de emergencias a nivel nacional o mundial. Por lo tanto, en los diversos países se prefería colocar la mayor cantidad posible de fondos en depósitos a interés a largo plazo y sin encajes o comprar bonos, acciones o moneda extranjera como alternativas de inversión. Se procedía entonces -tanto empresas como particulares- a dejar el mínimo posible de dinero colocado en depósitos a la vista y cajas de ahorro -con altos encajes bancarios- o en los bolsillos de la gente. Eso ahora se ha revertido de un plumazo. Y es muy posible que cuando la pandemia finalice la demanda de dinero no se normalice por largo tiempo -si por normalizar entendemos sacarse de encima todo el “cash” y depósitos a la vista y cajas de ahorro posibles- para colocar los fondos en cualquier otra cosa. Si este fuera el caso -y es muy posible que ello ocurra- los estados nacionales van a tener una dosis mayor de financiamiento disponible por largos períodos de tiempo. Eso tiene una gran ventaja. Y esta es que probablemente haya tiempo para implementar en forma tranquila la salida de las actuales políticas fiscal y monetaria expansivas. Esa salida, sin embargo, sí debería ser pensada desde ahora -y más aún para un país que no ha hecho buena letra económica como Argentina- dado que hay muchos menos grados de libertad para salir improvisando. Uno de los puntos más importantes a definir será cómo suplantar la ayuda. Es obvio que el Tesoro la irá reduciendo paulatinamente. Pero ¿cómo se la reemplaza? Porque a diferencia de una gran cantidad de países donde la tasa de interés es cero o cercana a cero aquí no sólo los rendimientos en términos reales, cuando hablamos de tasa activa, o sea de préstamos, son fuertemente positivos, sino que además no hay crédito disponible como para que los bancos reemplacen y se hagan cargo de lo que hoy hace el Banco Central emitiendo. Probablemente haya que pensar en varios tipos de medidas diferentes a encararse en distintas áreas porque con el expediente de aumentar el crédito bancario, aunque se lo haga barato, no se va a poder canalizar todo el problema por esta vía.

Cuando se piensa el problema desde un punto de vista global se hace evidente que el mundo ha sufrido un fenómeno de desglobalización transitoria de un día para el otro. Ni viajar se puede. Ante tales circunstancias, pensar las políticas económica y financiera con las mismas categorías teóricas de la prepandemia es equivocar el análisis porque la teoría no explica ahora la realidad de la manera que antes podía hacerlo. Es posible entonces que el ritmo al cual haya que retirar la ayuda estatal sea similar al ritmo al cual la economía mundial se vuelve a globalizar. Hacerlo antes equivale a empeorar la depresión económica.

Finalmente, dado que Argentina no es una isla en este tema de la ayuda estatal al sector privado, sino que en todas partes del mundo se tomaron decisiones fiscales similares a las adoptadas en nuestro país, bien hubiera correspondido en todo caso que fuera el FMI el que advirtiera acerca de los riesgos de financiar desde el Estado al sector privado. Pero si el propio FMI, sede central de la ortodoxia financiera a nivel mundial, no ha emitido crítica alguna a estas políticas, ¿vamos a ser ahora los argentinos pioneros mundiales absolutos de la ortodoxia económica? ¿A santo y seña de qué? Si el FMI no habla mal de estas políticas expansivas tomadas a causa de una emergencia global, ¿por qué vamos a ser aquí más papistas que el Papa?

*Fuente: Ámbito Financiero.