– Por Carlos Duclos

 

Aun cuando una manipulación de la mente, a través de una comunicación a veces grosera,  ha dado ciertos frutos condicionando la opinión imparcial de muchos santafesinos y rosarinos, es responsable y necesario dejar en claro algunas cuestiones que, al fin y al cabo, terminan perjudicando a los mismos comprovincianos. Por ejemplo: con perversos fines políticos se ha puesto a la provincia de Santa Fe, y específicamente a la ciudad de Rosario, en el podio de los conglomerados urbanos considerados más peligrosos del país. Hay que aceptar la realidad, desde luego, y ella dice que en Santa Fe y en  Rosario el delito abunda ¿Pero son la provincia de Santa Fe y la ciudad de Rosario los únicos centros urbanos que padecen la acción delictiva en esta escala? Una entrevista realizada por el periodista Jorge Rosales, del diario La Nación, al diputado nacional y ex gobernador de Buenos Aires, Felipe Solá, es bien informativa en ese sentido.

Solá, con quien se puede o no estar de acuerdo políticamente, es un hombre muy conocedor de la  problemática de la inseguridad en el país y, por supuesto, de la provincia de Buenos Aires. Él ha manifestado en dicho reportaje que “en todo el país tres de cada diez personas encuestadas dicen haber sufrido alguna forma de asalto, robo o inseguridad; en el conurbano (bonaerense) el cincuenta por ciento, es decir cinco de cada diez personas”, han sido víctimas de la inseguridad.  Solá, quien fundamenta sus expresiones en encuestas responsables realizadas en todo el país, sostiene que esta situación se agravó en Buenos Aires en los últimnos meses, es decir durante el gobierno de Cambiemos.

Ahora bien, primera pregunta: ¿Por cuáles razones esta situación que afecta a la provincia de Buenos Aires y a la Capital Federal se oculta, mientras se estigmatiza a la provincia de Santa Fe y Rosario? Segunda pregunta: ¿cuáles son las consecuencias para los santafesinos (no ya para sus gobernantes) de esta estigmatización?

A la primera pregunta le corresponde una respuesta simple: ciertos medios porteños, poderosos y unitarios, no tienen interés en que una realidad cruda afecte la imagen de una autoridad política que los representa o que no molesta a sus intereses. Por otra parte, no estaría nada mal que esa autoridad extendiera sus dominios.

A la segunda pregunta, sobre  ¿cuáles son las consecuencias para la provincia de Santa Fe y para los santafesinos  de esta estigmatización? La respuesta no siempre se piensa, pero es hora de comenzar a reflexionar sobre ella. Los efectos, no ya para el gobierno, sino para los santafesinos, son nefastos. Esta supuesta peligrosidad santafesina, afecta a la economía a través del temor a invertir en una provincia o en una ciudad (en el caso de Rosario) a la que pronto se la va a comparar con la Medellin de Pablo Emilio Escobar Gaviria ¿Quién podría abrir una fábrica, instalar un negocio en una urbe así? ¿Y a quién perjudica esa ausencia de inversión sino a la misma sociedad en su conjunto?

Se insiste: no se puede, ni se debe,  dejar de reconocer la problemática en cuanto a inseguridad se refiere, pero lo que no parece plausible es permitir que intereses políticos, que tienen como único propósito hacerse del poder en Santa Fe y nada más, lo hagan a costa de mayores males para los santafesinos.

Y lo triste, es que las fuerzas políticas, o «algunas de ellas», en lugar de unirse para atenuar un flagelo que preocupa a la ciudadanía, prefieran estar divorciadas, “dejar que todo se pudra”, como si el interés político y las ansias de poder fueran más importantes que la necesidad de paz de la población; o como si creyeran que el monstruo, al fin y al cabo, no se las devorará a ellas ¿Quién de los ciudadanos registra esta situación? ¿Quiénes de los dirigentes políticos (de ciertos sectores) comprenden que al fin la bestia se los tragará a todos?