Por Hugo March

El imaginario popular es ilimitado, y las historias antiguas suelen tener el poder de hacernos pensar que algunas cuestiones sobreviven al devenir de los tiempos, y que muchos datos de la realidad actual las equiparan y hasta podrían superarlas.

Siempre en el terreno de la ficción, dice una vieja historia que un cura de un pueblito perdido había dedicado su vida sacerdotal a prometer el exterminio del mal, más aún, de ser posible mataría al mismísimo demonio, autor de lodos los males que aquejaban a los mortales, y sus homilías diarias reiteraban que eliminar a Satanás era el objetivo de su lucha y debía ser también la finalidad de todos los cristianos bien nacidos.

Famoso ya era el cura en toda la región, y de los pueblos vecinos lo invitaban para escuchar sus estimulantes arengas en la permanente lucha contra los males provenientes del infierno que el diablillo eficientemente controlaba.

Dicen también que un día al regresar caminando a su pueblo, oyó gritos pidiendo auxilio provenientes del interior de un bosque en el que había un peligroso pantano, al parecer alguien se estaba ahogando y reclamaba ayuda así que sin dudarlo corrió hasta el lugar, y al llegar se paralizó al ver de quien eran los gritos: El mismísimo demonio estaba con el barro hasta el cuello y a punto de perecer.

Su primer pensamiento fue para saborear el triunfo de la prédica de toda su vida, estaba por morir ante sus propios ojos el autor de todos los males del mundo, y le dijo: ni soñando esperes que te salve.

Cuando se alejaba alegremente, escucha una voz murmurarle: Si permites que yo muera ¿De qué vas a vivir? ¿Cuál será el sentido de tu prédica para atraer fieles a tus templos?, muerto yo, morirán el mal y tu negocio de prometer soluciones.

Sus piernas temblaron, pero no dudó un instante, regresó y extendió su propio bastón para que el moribundo diablo pudiese salir y continuar con su trabajo, porque era su único reaseguro para seguir diciendo que él sería el salvador, si el demonio dejaba de existir, con él se acababa su propia razón de ser.

Como todos los antiguos relatos puede también hacernos reflexionar acerca de muchos hechos que en la actualidad nos aquejan, como la inseguridad descontrolada, la desigualdad provocada desde sectores de poder, la injusticia sostenida por la Justicia institucional, la pobreza generada por quienes distribuyen la riqueza, la marginación nacida del aislamiento de los más débiles, la discriminación originada en las diferencias, y un sinnúmero de etc. que por tan obvios y conocidos no merecen reiterarse.

Así como en el imaginario caso del cura que pregonaba que exterminaría al demonio, queda en claro que para ser ello posible, el diablo tiene que estar siempre vivito y coleando. Pues bien, situación parecida podríamos suponer en relación a ciertos actores políticos actuales, cuyo trabajo consiste en prometer, y sólo prometer, acabar con todas las inequidades existentes.

Lo que obviamente no dicen ni dirán, es que al igual que en el caso del cura, para que sus promesas tengan posibilidades de ser creídas necesitan imperiosamente que las injusticias y desigualdades subsistan y se mantengan en el tiempo. Ese sería (imaginariamente) su verdadero trabajo, hacernos creer que van a exterminar lo que en realidad en las penumbras fomentan y promueven.

De este modo, para que en cualquier sociedad existan castas superiores, es imprescindible la existencia de castas inferiores. Si abusamos un poco de nuestra imaginación, podríamos también pensar que la mayoría de los dirigentes políticos pertenecen a las primeras, sin distinción de banderías partidarias, y que todos los Juan Pueblo de este bendito y maravilloso país, seguirán entre las sufrientes hasta que logren organizarse, unirse en amor y concordia, y pacífica pero firmemente decirles basta, para hacer realidad aquellas palabras tan famosas de Don Arturo Jauretche: “Hasta que un día el paisano acabe con este infierno, y haciendo suyo el gobierno, con solo esta ley se rija: o es pa’ todos la cobija, o es pa’ todos el invierno”.