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Por Fabio Montero

Heráclito decía: “Para las almas es muerte llegar a ser agua, para el agua es muerte llegar a ser tierra, y de la tierra nace el agua, del agua el alma”. Para Heráclito, la tierra y el agua fecundan la vida; “el alma”. Sin embargo lo que no pudo advertir por entonces es que, un par de milenios después, algunos hombres le podrían definitivamente precio al agua, y con ella, a la muerte y a la vida; “al alma”. Hace menos de un mes el agua comenzó a cotizar a futuro en Wall Street; el mercado le pone precio a la vida.

Usted afirmará, con razón, que la filosofía no es lo mismo que la economía de negocios, y que un filósofo dista mucho de un stockbroker. También podrá argumentar que Heráclito vivió hace dos milenios y medio cuando el agua no era un recurso que debía compartirse entre 7 mil millones de personas. Si bien todo eso tiene sentido, la filosofía permite pensar en términos humanos (y el agua merece ese debate) lo que seguramente se aleja de la retórica de los mercados. Entonces, intentemos en términos humanos.

La vida se inició en el agua y no hay existencia que pueda sostenerse sin ella, en este sentido, la lucha por el acceso al agua segura es la disputa por la vida y la salud humana. Así se entendió desde siempre: de Heráclito a los pueblos originarios, y de ellos a las organizaciones ambientales y sociales que hoy se ponen en pie de guerra contra la Meca bursátil.

Ahora el agua se convierte en un commodity y comienza a exhibirse en las góndolas junto con el oro, el petróleo y otras materias primas como la soja. En poco tiempo ocupará los estantes de arriba y estará disponible solo para los que se pongan en puntitas de pie para alcanzarla.

Por ahora el anuncio sólo alcanza a los activos financieros de California pero, dicen los que saben, en poco tiempo se derramará (valga la paradoja) hacia otros mercados. Algunos sostienen que los chamanes de las Bolsas suelen adelantarse a los acontecimientos y que la cotización del agua a futuro sólo anticipa las dificultades que se avecinan.

La crisis del agua y la apropiación individual no es nada nuevo, tal es así, que en el año 2010 la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas calificó a este bien natural como derecho humano fundamental y fuente de otros derechos. Hasta entonces, no estaba protegida por normas internacionales.

Este derecho fue reconocido en la resolución 64/292 y sostiene que el agua es un recurso natural  no apropiable como bien individual porque tiene características comunes a toda la humanidad.

Seguramente los “lobos” de Wall Street no leyeron la resolución, no se la comentaron o simplemente no les importó (posiblemente sea esto último).

El negocio del agua tiene raíces profundas que comenzaron a vislumbrarse con las privatizaciones principios de la década del noventa. Santa Fe tuvo su infortunada experiencia cuando Reutemann concesionó la Dirección Provincial de Obras Sanitarias (Dipos) a la empresa francesa Suez, que le dejó a los santafesinos una deuda de 180 M de dólares. La privatización se revirtió en un plebiscito histórico que permitió la reestatización de la empresa.

Sin embargo, varios años después, y a media hora de distancia del río Paraná (uno de los más caudalosos del continente) hay vecinos de la ciudad de Rosario que acarrean bidones al hombro para buscar algunos litros de agua potable.

La pospandemia será bullente en término de luchas ambientales. Las movilizaciones por las quemas del delta, la pesca en el río Paraná y la contaminación, entre otras, demuestran que la sociedad está movilizada. Posiblemente esta sea una característica del hombre post COVID: un sujeto con una conciencia en ascenso sobre la defensa de los recursos naturales.

El debate es político y jurídico, y si bien todos los sectores entienden que el agua es un bien escaso que debe protegerse, no todos comparten la receta para resolver el problema. Las organizaciones ambientales y sociales, junto a la mayoría de los ciudadanos, reconocen en el agua un derecho humano común y universal que requiere una gobernanza democrática, inclusiva y multisectorial.

El horizonte no es promisorio: la contaminación, el cambio climático, más de dos mil millones de personas sin acceso sanitario y dos tercios de la población mundial con problemas de agua potable a corto plazo es una bomba a punto de estallar. La acción conjunta de la comunidad y de los sectores sociales y ambientales evitará el daño de las esquirlas del negocio del agua. Los mercados no desactivarán la bomba; son la bomba.