por Matias Longoni

¿Por qué la cebolla hace llorar? La enciclopedia explicará que al cortarla “se mezclan dos sustancia y como resultado producen un gas que contiene azufre y que al contacto con la humedad de los ojos y bla, bla, bla”. Moisés Ortega, que es un pequeño productor de cebolla de la localidad de Pedro Luro, en el sur bonaerense, tiene otras explicaciones.

Ortega lleva puesto un gorrito rojo del MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos), que lidera Juan Grabois y que tiene su Rama Rural desde hace un par de años. A él lo han elegido como presidente de la Cooperativa Agrícola del Valle Sur Bonaerense, de reciente formación, que está tratando de agrupar a los pequeños productores de cebolla de toda esa región productiva, que aporta el 80% de la oferta de ese cultivo. El grupo está a la vuelta de la esquina de cumplir el sueño de tener un galpón de empaque propio, que les evitaría derramar varias lágrimas. Ya hablaremos de eso en otro artículo.

Con Moisés nos enfocamos en tratar de entender cómo es la actividad cebollera, en la que todavía subsisten cientos de productores de muy pequeña escala.

“Los productores son de 2, 3, 5 o 10 hectáreas. Suelen ser sociedades familiares. Con mi familia sembramos, yo y mis hijos, en un terreno alquilado. No estamos al alcance por ahora de poder comprar”, nos cuenta Ortega. Ese es un rasgo clave para entender algunas lágrimas: la mayor parte de los cebolleros es arrendatario.

Mirá la entrevista completa con Moisés Ortega:

“En esta zona no se puede comprar 2 o 3 hectáreas para la cebolla. Siempre hay que rotarla a la cebolla. Se debe sembrar un año y dejar descansar dos años. Si yo hago 10 hectáreas, debería comprar otras 10 hectáreas al año siguiente y eso no se puede. Salvo que uno tuviera 50 hectáreas, para poder ir rotando”, explica el referente del MTE Rural. Por supuesto que hay productores grandes, de 400 a 500 hectáreas, con campos propios. Pero son la minoría.

El valor del arrendamiento suele pactarse en una suma fija equivalente a entre 600 y 700 bolsas (de 20 kilos) de cebolla, aunque cada vez es más frecuente establecer un porcentaje de la cosecha para el dueño del campo, que puede ser de entre 25 y 30%.

“En mi caso vamos a un porcentaje que es del 30%”, relata Moisés. Y explica que “a mi me sirve el porcentaje porque hay años en que nos agarra la piedra, o es plagoso, o se me complica con el salitre. Si la cebolla se ensalitró o tiene una plaga, yo igual tengo que pagar Si saco 1.000 bolsas (un buen rinde en la zona es de 2.000 bolsas), tengo que pagar esas 600 bolsas igual. Muchas veces hemos perdido así y por esa razón fracasan mucho pequeños productores. Con el 30% es mas viable. Por lo menos podemos salvar los gastos en años malos”, nos dice el productor.

El presidente de la cooperativa añade que hay muchos dueños de campos que no entienden de solidaridad y exigen una suma fija. “Muchos quieren asegurarse, no les importa que los chacareros pierdan o ganen, a ellos les interesa sacar su ganancia. Y como no hay otro trabajo, la gente se arriesga…”

En la actualidad, el costo de implantar una hectárea de cebolla ronda entre 90 mil y 100 mil pesos. De todos modos, Ortega nos aclara que raramente el pequeño productor tiene todo ese dinero junto. Otra lágrima. “Uno no pone la plata toda junta, pero hay una forma: Uno se va prestando o bien usted tiene la maquinaria para que arranque. A veces se piensa que uno tiene toda la plata y no es así. Uno hace que alguien lo espere. Por ejemplo, con el 50% de la semilla y ese 50% yo me ahorro para los matayuyos. Lo mismo ocurre con la arrancada (parte de la cosecha). Nos hacen el aguante hasta que uno pueda vender la cosecha”, describe el productor de Pedro Luro.

“Cuando uno finalmente llega a vender la cosecha parecería que ganas plata, pero finalmente la ganancia es mínima”, resume.

De todos modos, Moisés está lejos de quejarse. Nos dice que “estos dos años fueron buenos y gracias a Dios los precios nos ayudaron”. Su consejo es saber cuidar los ingresos y ser precavido pensando en un año malo. “A veces hay que ahorrar, quizás no en plata pero si en herramientas”, recomienda.

Ortega reconoce que no sabe cuál será el resultado económico de su cultivo de antemano. “Esto siempre es un riesgo. Uno se juega. Si ganó, bien. Y si perdió, bueno. Tendré que remontar trabajando”.

Luego hablamos del galpón de empaque que están construyendo con apoyo del MTE y financiamiento del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y Agricultura. Allí esperan reunir la cebolla de todos los socios de la cooperativa y poder intervenir directamente en la comercialización. Se cae otra lágrima. Usualmente los pequeños productores no manejan los hilos ni pueden determinar el valor de su producto.

-¿Cómo venden hasta ahora? Vienen los intermediarios a la zona…

-Ellos viene y ponen el precio. Nosotros no podemos hacer más nada. Si ellos dicen 80, es 80.

-¿Y si alguno dice que no acepta ese precio?

-Otro les va a vender igual. Si yo no vendo a 80, al otro día vienen y me ofrece 70. Por eso le digo, yo tengo que vender o vender. A veces tenemos deudas, préstamos de trabajo. Hay que pagar y entonces hay que vender. El precio no lo ponemos nosotros. Si ellos les va bien allá (en el mercado), nos aumentan un poco.

-Pero si tus costos de producción era mayores al precio que te dan…

-No hay otra, uno vende igual. Además a la cebolla no puedo guardarla por años. Solo puedo guardarla un tiempo, uno o dos meses.

Moisés nos dice que la idea de organizarse en una cooperativa es “acceder a los precios del mercado, por lo menos para tener referencia, porque ellos (por los intermediarios) nos dicen siempre que está baja la cebolla, que no vale nada. Nosotros no tenemos contacto con el mercado y no sabemos”.

Con la cooperativa, en algún tiempo, la idea sería comprar también una máquina cosechadora de cebollas. Desde hace 4 o 5 años en esta zona se ha generalizado la cosecha mecanizada por una cuestión de costos. “Salía un poco más barata que la gente y era mucho menos complicada. Una máquina cosecha de 4 a 5 hectáreas por día con 5 o 6 personas, pero para hacer esa misma superficie con la gente necesitamos unas 40 personas por día. Esa gente ya no la ocupamos, porque nos exponemos al riesgo de que te pongan una multa, o porque aparece un menor de edad que no te avisa, o por la gente que no es monotributista. Nosotros no queremos correr más ese riesgo de la multa”, establece Ortegas, cansado de que no exista un régimen laboral agiornado aeste tipo de actividades zafreras.

Moisés sueña con los ojos abiertos: “Si la cooperativa llegara a tener dos o tres maquinas sería mucho más favorable para el socio. Hay mucho trabajo por hacer. Trabajo siempre hay de sobra, pero no siempre se podía hacer. Estábamos desorganizados y nunca pudimos acceder a un crédito, porque nosotros no tenemos campo. Cuando uno tiene un campo es más fácil acceder”. Sin garantías, el MTE de Grabois fue la manera que encontraron para obtener financiamiento.

Fuente: bichosdecampo.com