Por Eduardo Anguita y Daniel Cecchini

Víctor Gallego Soto lo tiene grabado a fuego y le quema como una brasa cuando lo cuenta.

-A mi padre lo secuestraron el siete del siete del setenta y siete a las cinco y media de la tarde en Viamonte entre Maipú y Esmeralda. Él estaba con un amigo y colaborador. Se bajaron de dos o tres autos, debían ser entre diez y quince hombres. Se presentaron como policías.

Víctor había cumplido 22 años dos días antes y estudiaba Derecho. Su padre, Julio, había nacido en Zamora, el 3 de noviembre de 1915, y había viajado desde España a la Argentina donde se radicó hasta que aquel día frío de julio lo levantaba una patota a pocas cuadras del Obelisco y delante de decenas de personas.

-El acompañante de mi padre llegó de inmediato a mi casa. Estábamos mi madre y yo.

Víctor todavía recuerda que aquel hombre le dijo: “Había un Falcon y un Peugeot 504… Una de las patentes es X219061,88”.

-La equis era de Córdoba –agrega.

El dos uno nueve cero seis uno suena como el repiqueteo en los oídos de los cronistas. Víctor y el amigo del padre fueron de inmediato a la Comisaría Primera de la calle Lavalle.

-Nos demoraban. Yo creí que debían ser policías porque veinte días antes lo había venido a buscar una comitiva que lo llevó a Delitos Económicos para preguntarle por Federico Gutheim y a las pocas horas lo habían traído de nuevo a casa.

Federico Gutheim y su hijo Miguel habían sido detenidos por fuerzas de seguridad en noviembre de 1976 y los tuvieron en cautiverio cuatro meses.

El propio ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz estuvo involucrado en esa detención: la dictadura obligó a los empresarios Gutheim a mantener reuniones con empresarios chinos para “renegociar” un contrato con Hong Kong que, supuestamente, servía para restaurar relaciones con la entonces protectorado británico. Estuvieron detenidos a disposición del Poder Ejecutivo y cumplido el propósito de la dictadura, los Gutheim fueron liberados.

Víctor, aquella tarde fue al Departamento Central de la Policía Federal.

-Llegué a hablar con un comisario de apellido Blanch, de Delitos Económicos, y me dijo: “Acá no está ni hay orden de detención contra él”. Ahí se desmoronó mi tranquilidad -cuenta Víctor Gallego Soto 42 años después y su voz suena como si todavía aquel golpe hubiera sido en el momento que habla con Infobae.

Al volver a la casa, ya estaba el amigo del padre, quien le dijo “llamó un tal Fernando. Dice que hay un sobre en el baño del bar La Paz”. Víctor se subió a su auto y recorrió las pocas cuadras que lo separaban del emblemático bar de la bohemia y la militancia porteñas en Montevideo y Corrientes.

-Revisé el baño hasta descubrir un sobre detrás del espejo.

Se lo metió en el bolsillo. Salió caminando sin mirar y lo abrió una vez que estaba arriba del auto.

-Esperaba alguna instrucción. Solo estaba el carné de conducir de mi padre.

En aquel llamado, le habían advertido a Sara, la madre de Víctor, que no hicieran la denuncia y que habría un segundo llamado. Ella apenas alcanzó a decirles: “Mi marido sufre del corazón”.

-¿Volvieron a llamar? –preguntó Infobae.

-Nunca.

Hasta aquel siete del siete del setenta y siete, Julio Gallego Soto trabajó como directivo en una compañía de seguros. Tenía 62 años y vivía con su mujer y su hijo.

-Era más bien austero –recuerda Víctor.

Trece años antes

El vínculo de Julio Gallego Soto con el peronismo llevaba muchos años. Víctor recuerda que era asesor económico financiero del ministro de Salud Ramón Carrillo durante el primer peronismo. Fue el propio Carrillo quien firmó dos resoluciones (en abril y mayo de 1951) en las cuales otorgaba ese cargo “ad honorem”.

En cuanto a la relación directa con Juan Domingo Perón durante su exilio, Víctor conserva una carta firmada por el propio general –de junio de 1964- en la cual Perón reconoce como organismo oficial del movimiento peronista al Instituto de la Doctrina Justicialista entre cuyas autoridades estaba Julio Gallego Soto. La fecha tiene importancia porque eran los meses de preparativos para el primer intento de retorno de Perón, planeado para el 17 de octubre de ese año.

En ese contexto, de ningún modo Perón quería establecer un vínculo público con la Cuba de Fidel Castro, aunque sus movimientos pendulares le permitían, a principios de 1964, tener como puntales en la lucha a Augusto Timoteo Vandor –el líder metalúrgico que agitaba el “ni yanquis ni marxistas, peronistas”- y a Andrés Framini –el dirigente textil más combativo del sindicalismo-.

Además, John William “El Bebe” Cooke, que había sido su primer “delegado personal”, en aquel año 64 ya tenía una aceitada relación con los barbudos cubanos. Es más, era el ariete para llevar militantes peronistas a recibir instrucción guerrillera a la isla donde en algún momento recibían una inesperada visita de Ernesto Guevara para estimular la lucha revolucionaria en su país de origen.

Aunque las antipatías del Che hacia Perón eran confesas, en aquel momento naufragaba su primer intento foquista en Argentina. En efecto, Jorge Masseti, “el comandante segundo” se había internado en la selva salteña en la primavera de 1963 y los informes que pudo enviar daban muestras de que no prosperaba ese intento desconectado del movimiento popular, claramente peronista.

La reunión entre el Che y Perón

Guevara partió de La Habana el 17 de marzo de 1964 para visitar varios países en el lapso de un mes. Fue en ese viaje que, de incógnito, fue a ver a Perón a Puerta de Hierro.

Un incondicional del Che, Jorge “el comandante Papito” Serguera era embajador cubano en la Argelia revolucionaria, fue quien ofició los enlaces necesarios para que el argentino cubano pudiera llegar –con documentación fraguada- a la España del dictador Francisco Franco.

La reunión fue secreta y Gallego Soto fue testigo directo. Su íntimo amigo Alberto López así lo afirmó y así lo consignó Rogelio García Lupo en un artículo publicado en Clarín el 11 de octubre de 1998. Allí el periodista incluye un manuscrito que López le adjudicó a Gallego Soto en el que afirma que Guevara estaba ataviado como “monje capuchino”. El artículo fue acompañado de una foto de ese papel manuscrito. Pero, según su hijo Víctor “esa no era la letra de mi padre”.

Si el supuesto manuscrito de Gallego Soto no resulta convincente, sí es importante el testimonio del propio “Papito” Serguera, quien publicó el libro Che Guevara – La clave africana donde cuenta que Guevara le había dado instrucciones de reunirse con Perón y que, además, debía decirle que los cubanos estaban dispuestos a ayudarlo.

Pacho O’Donnell, mucho antes, había entrevistado a Serguera para su biografía del Che (“La vida por un mundo mejor, Sudamericana, 2003), quien le había brindado detalles de ese encuentro.

Muerte del Che, carta de Perón

El domingo 8 de octubre de 1967, Juan Perón celebraba su septuagésimo segundo cumpleaños en Puerta de Hierro. Su intento de regresar a la Argentina a fines de 1964, meses después de su encuentro con el Che, no pudo concretarse.

En efecto, el 2 de diciembre, Perón voló con destino a Buenos Aires con un pasaporte paraguayo dado por su amigo el dictador Alfredo Stroessner acompañado por una comitiva que encabezaba el propio Augusto Vandor. En la escala de Río de Janeiro, el gobierno militar brasileño no autorizó que siguiera el viaje a Buenos Aires y Perón regresó a Madrid donde debía esperar hasta noviembre de 1972 para concretar ese viaje.

Aquel mismo domingo 8 de octubre de 1967, un Guevara flaco, fatigado, castigado por el asma y el hambre, caía herido en la Quebrada del Churo. La columna guerrillera que encabezaba ya estaba diezmada. En un tiroteo con militares bolivianos fue tomado prisionero y llevado hasta La Higuera, una pequeña población cercana.

El lunes 9, por órdenes de la dictadura, era fusilado y su cuerpo era fotografiado para mostrarlo derrotado. Sin embargo, los ojos abiertos de ese hombre muerto, resultaron un mensaje que, para muchísima gente, tenía el sentido inverso: un halo de inmortalidad rodea esa imagen.

El martes 24 de octubre, quince días después del fusilamiento de Guevara, Perón emitió un extenso mensaje que decía “Con profundo dolor he recibido la noticia de una irreparable pérdida para la causa de los pueblos que luchan por su liberación. Quienes hemos abrazado este ideal, nos sentimos hermanados con todos aquellos que, en cualquier lugar del mundo y bajo cualquier bandera, luchan contra la injusticia, la miseria y la explotación (…) Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto Che Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir”.

Al final, la carta decía: “El peronismo, consecuente con su tradición y con su lucha, como Movimiento Nacional, Popular y Revolucionario, rinde su homenaje emocionado al idealista, al revolucionario, al Comandante Ernesto Che Guevara, guerrillero argentino muerto en acción empuñando las armas en pos del triunfo de las revoluciones nacionales en Latinoamérica.”

En toda la carta, de expresiones vibrantes y retórica revolucionaria, Perón no hace mención alguna de haber tratado personalmente a Guevara. Los movimientos oscilantes del líder del Justicialismo eximen a los autores de esta crónica de hacer muchas consideraciones respecto de esa fogosa misiva, aunque esa pendularidad le permitió el apoyo de sectores que entre sí poco tenían en común salvo el liderazgo de Perón.

Muchos años después, en 1973, Perón volvía a la Argentina y las luchas internas del peronismo estaban al rojo vivo. Ganó las elecciones con el 61,88% de los votos, una victoria abrumadora, nunca igualada ni antes ni después. El 1° de julio de 1974 moría en ejercicio de la Presidencia.

La violencia institucional en la Argentina tenía larga data, sin embargo la Triple A -liderada por el histórico secretario privado de Perón, José López Rega- la llevó a límites hasta entonces desconocidos.

El golpe militar de marzo de 1976 consumó una represión aún mayor. Entre las miles de víctimas de esa dictadura se cuenta Julio Gallego Soto, ese hombre que fue testigo del encuentro entre Perón y Guevara. Un hombre austero que se quedó a vivir en la Argentina que lo había acogido a los 9 años y que, a los 62, lo convirtió en un detenido desaparecido.

Su hijo Víctor contó que, cuando lo detuvieron por unas horas tres semanas antes del secuestro, le sugirió a su padre que quizá era mejor que se fuera al extranjero.

-La respuesta de mi padre fue terminante: “Yo de acá no me voy. No tengo nada que ocultar”.

Fuente: infobae.com

Foto portada: Julio Gallego Soto con su hijo Víctor en el Arco de Triunfo, París, en julio de 1964