“Estamos comenzando el descenso, estén atentos a las ventanillas que en minutos comenzarán a ver las luces”, dijo por altoparlante Enrique Piñeyro, comandante del vuelo que él mismo organizó a bordo del Boeing 787 de Solidaire, la ONG con la cual realiza acciones humanitarias.

Antes de que la voz del comandante sonara en el avión, todos los pasajeros sabíamos que estábamos lejos de tierra firme. De hecho, hacia minutos nos encontrábamos sobrevolando una línea imaginaria que recorría la “milla 200″, la distancia desde el continenete que delimita la Zona Económica Exclusiva (ZEE) argentina en aguas internacionales.

Entonces, ¿de dónde provendrían esas luces que Piñeyro anunció si estábamos a más de 320 kilómetros de la costa? La respuesta estremece: cómo si se tratase de una ciudad en medio del agua, de pronto las tímidas nubes que separaban el avión del mar comenzaron a brillar, una fuerza brutal estaba ahí abajo, depredando con todo lo que encuentra a su paso.

Se trataba de pequeña flota de pesqueros extranjeros que, como sucede todos los días a lo largo del límite de la ZEE argentina, se ubican en ese punto de los mapas sorteando los escasos controles y cruzando a aguas argentinas para pescar todo lo posible, principalmente los preciados langostinos, merluzas y calamares.

A pesar del impacto de la imagen que producían esas nubes encandiladas desde el mar, el ánimo en el avión comenzó a cambiar, a medida que Piñeyro hacía descender el Boeing, las nubes se iban disipando y descubriendo una flota que era más pequeña de lo esperado.

Pero Piñeyro sabía bien que esos barcos que no estaban allí, a la altura de Puerto Madryn, estarían en otro lugar, siempre en el límite de las aguas internacionales y las argentinas, siempre sobre la “milla 200″.

 

 

Fue así que el avión retomó un poco de altura y se dirigió hacia el sur, a los minutos, la voz del comandante volvió a sonar, todos los periodistas, fotógrafos, activistas, documentalistas y embajadores extranjeros que participamos del vuelo nos apiñamos a las ventanillas para poder ver lo que fuimos a atestiguar.

Uno, dos, tres, cuatro minutos y nada, el negro más puro; hasta que de pronto las exclamaciones y los “clicks” de las cámaras empezaron a sonar. El paisaje cambió, ya no se trataba de una luz que emergía de las nubes, ahora estábamos viendo una “armada” de barcos que cubrían todo el paisaje hasta donde alcanzaban nuestros ojos, y más allá también. Cientos de embarcaciones extranjeras con sus potentes luces estaban sobre la “milla 200″ buscando sacar el mayor provecho posible a la vida marina que se escondía bajo sus quillas.

Las luces, se estima eran más de 700, sirven para atraer a los peces, crustáceos y moluscos. Y debido a su potencia producen un paisaje espectacular que se confunde con una ciudad, aunque la más cercana a nuestra posición era Comodoro Rivadavia, a unas 200 millas aproximadamente.

“Esto está sucediendo desde hace 40 años -contó Piñeyro-, desde que empecé a volar”. La anomalía, sostiene el piloto y cineasta, confunde a los pilotos novicios que cuando se la encuentran empiezan a dudar de su ubicación.

 

 

“Uno viene de Ushuaia y levanta la cabeza para ver qué hacen Trelew o Bahía Blanca ahí, ‘estoy mal’ me decía, y después volvía a mirar y entendía que no. No estaba mal, eran las flotas pesqueras”, detalló.

Nadie controla, nadie sabe cuánto se llevan, pero sí se sabe que, según la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, está prohibido que embarcaciones extranjeras exploten los mares de la ZEE de otro país, en este caso, de los mares argentinos.

Tal como se mencionó, los barcos no se encuentran todo el tiempo dentro de la ZEE argentina, lo que hacen es entrar y salir para así evitar los controles que de todas formas son muy escasos. Una vez que finalizó el avistaje, Piñeyro contó que durante el vuelo el ARA P-53 Almirante Storni, un barco patrullero off shore de la Armada Argentina, se contactó con la aeronave.

“Les agradecimos por la llamada y les informamos que estábamos viendo una cantidad enorme de embarcaciones dentro de la zona económica argentina. El patrullero nos contestó que no, que no había ninguno, que eran pesqueros con licencia”, relató el comandante.

“Pero nosotros en el avión tenemos acceso a internet y monitoreamos los pesqueros a través de aplicaciones que detectan el AIS -Sistema de identificación automática-, que son repetidores que transmite la posición de un barco”, siguió.

“Y lo que vemos hace años es que una gran cantidad de pesqueros apagan sus AIS para no revelar que ingresan a aguas argentinas de forma ilegal, se lo comunicamos a la patrulla y ahí concluyó la conversación”, dijo Piñeyro.

“De todas formas, es imposible que una sola patrulla pueda controlar la enorme cantidad de pesqueros que vienen a nuestras aguas -analizó el comandante-, es hora de plantearse seriamente una política, Argentina y el resto de los países del mundo deben ponerse de acuerdo para evitar esto, porque a futuro hará un daño tremendo e irreversible”.

La pesca ilegal, no declarada y no reglametada (IUU, por sus siglas en inglés), no sólo afecta a la fauna marina sin darle tiempo de volver a reproducirse, también golpea a las economías. Según un estudio de de 2022 de la Financial Transparency Coalition (FTC), en Argentina genera pérdidas de entre USD 1.000 millones y USD 2.600 millones cada año.

 

 

“Considerando que las exportaciones anuales de vino embotellado fueron de USD 817 millones en 2021, la pesca ilegal es más del doble del tamaño de la industria vitivinícola argentina. La pesca del calamar, el principal objetivo en el país y una especie estratégica en la cadena alimentaria y la biodiversidad, está provocando un colapso a gran escala en los sistemas de vida marina en el Atlántico Sur”, dijo el FTC.

Es decir que Argentina pierde todos los días recursos naturales y económicos en manos de pescadores ilegales del mundo, principalmente provenientes de China, Japón, Corea y España, aunque no exclusivamente.

“En un mercado de Londres he visto que venden ‘langostinos argentinos’ por 20 libras, parece un chiste, esos productos no los vemos ni en dibujos acá, y terminamos comprando los que provienen de Ecuador”, contó Piñeyro.

Piñeyro, quien además de piloto y activista socioambiental es cineasta, empresario gastronómico (dueño de Anchoita, uno de los restaurantes más reconocidos de la Ciudad de Buenos Aires), médico, filántropo y actor, concluyó su invitación con reflexiones en torno a la pesca IUU.

 

 

“No hay una autoridad de aplicación en los tratados internacionales que deberían enfocarse en evitar estos estragos porque el impacto será en todo el mundo, las aguas internacionales hoy por hoy son como una alfombra donde se barre todo lo que no queremos ver: la pesca ilegal, la esclavitud, la explotación infantil y todo lo que se les pueda ocurrir”, dijo.

“Las Naciones Unidas, sobre todo, deben tomarse en serio su papel de autoridad, pero no solo en la firma de acuerdos y convenios, sino en aplicaciones concretas, esto no puede seguir así”, concluyó Piñeyro, quien no sólo organizó el vuelo y cargó con todos los costos sino que además comandó él mismo el Boeing 787 para visibilizar un problema que muchos conocen pero nadie habla.

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