Por Tomás I. González Pondal

Como siempre, desde el cielo se dirige la orquesta, y es por eso que Ana Catalina Emmerick (1774-1824) visitó a María Magdalena. Sí. A pesar de una distancia temporal de más de mil setecientos años, la mujer de la época de Cristo fue, de alguna manera, visitada por la mística de Dülmen. El cielo primero, siempre. Si Ana nos refiere pasajes de la vida de la Magdalena, es porque primero la Providencia hizo Su referencia.

Me ha gustado la vinculación entre las dos mujeres mencionadas: Magdalena y Ana. Una, conoció directamente a Cristo y tras la resurrección lo vio con sus estigmas; la otra, no vio pero vivió los estigmas del resucitado. Una fue amiga íntima de la Madre del Salvador, la otra, vio cosas íntimas de la Bienaventurada Virgen María, tal es así que hasta sus visiones fueron usadas «durante el descubrimiento de la casa de María en una colina cerca de la ciudad de Efeso.» Y se sabe que ni Ana ni quien escribía lo que ella le dictaba, Brentano, habían ido a Efeso, como también se sabe que al tiempo de la visión la ciudad aún no se había excavado.

La pasión

Es de público conocimiento que Mel Gibson para hacer «su» obra maestra del cine (y, según entiendo, «la» obra maestra del cine) La Pasión de Cristo, entre otras fuentes recurrió a las revelaciones de Ana.

En mi caso me han resultado sumamente provechosas para mi propia vida las revelaciones que la mística tuvo sobre la vida de María Magdalena. Y en el entendimiento de que pueden llegar a interesarle y serle de provecho a algún lector, dejo seguidamente algunas de las referidas visiones.

Le fue revelado a la beata alemana una predicación de Jesús en la montaña de Gabara, y allí los tenemos a los fariseos, respecto de los cuales nos dice que eran «obstinados» (Visiones y Revelaciones completas, tomo III -visiones de la vida de Jesucristo y de Su Madre Santísima, ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1953, p. 80), y que Cristo les «reprendió todos sus vicios, su hipocresía, su idolatría con las pasiones de la carne; reprendió a los fariseos y saduceos con mucha severidad» (ob. cit. p. 81).

Todos recordamos que San Juan Evangelista nos refiere el capítulo de la mujer pecadora a la que los fariseos querían apedrear por haberla hallado en flagrante adulterio; recordamos que la llevaron ante Cristo para tentarle; recordamos que El escribía con su dedo en la tierra, y que le dijo a los fariseos que «aquel que estuviera libre de pecado que tirase primero la piedra». También recordamos que a la pecadora le dijo «vete y no peques más». Y frente a lo anterior tenemos la inmisericordia farisaica: podrían haber apedreado a una pecadora, siendo que ellos tenían, como nos los revela Ana, «idolatría con las pasiones de la carne».

Según la mística de Dülmen, «Magdalena se convirtió después de varias recaídas, pero al fin resueltamente. Dina la samaritana, se convirtió en seguida. María la Sufanitis estuvo largo tiempo ansiosa, pero luego se convirtió resueltamente. Los grandes pecadores en general lo hicieron prontamente y con resolución, como Pablo, con la prontitud del relámpago que lo hirió» (ob. cit. p. 95).

Esa María Sufanitis -como se nota de la distinción anteriormente expuesta- es una conversa distinta de María Magdalena, pero que también había caído en pecado de la carne al cometer adulterio. Ana Catalina Emmerick, nos dice que la Sufanitis se arrepintió vivamente, que fue ante Jesús, que se echó a sus pies, y que entre lágrimas le pedía que la perdonase. «Jesús se volvió a ella y le dijo: Tus pecados te son perdonados. Levántate, oh hija de Dios» (ob. cit. p. 15). También sabemos por la revelación que tuvo Ana, que el marido, tras enterarse de lo sucedido la perdonó, porque «era piadoso de corazón y olvidó todo el pasado» (ob. cit. p.16). Nos cuenta Ana que María Sufanitis «hizo quemar varios trajes de seda que habían sido ocasión de sus extravíos con el amante» (ob. cit. p. 16).

En ocasión de un sermón que Jesús iba a dar en la pequeña población de Azanoth, «Marta había viajado con su criada a casa de su hermana Magdalena para moverla a oír la predicación de Jesús. Fue recibida muy descortésmente por Magdalena, precisamente ocupada en sus arreglos mujeriles, y le mandó decir que no podía atenderla en este momento. Marta, con una paciencia admirable, aguardó y se entregó a la oración. Finalmente vino Magdalena descortés, orgullosa y descomedida a ver a su hermana, porque se avergonzaba de los vestidos sencillos de Marta, y temía se dieran cuenta los visitantes de la presencia de su hermana, y así le indicó el deseo de que se alejara cuanto antes» (ob. cit. p. 173).

Modelo de Penitente

Según refiere Emmerick, cuando Cristo daba unas charlas por los alrededores de Damna, a una de esas charlas asistió María Magdalena. Y nos da estos detalles: «Magdalena estaba entre las santas mujeres, completamente deshecha y demacrada. Jesús habló severamente contra los pecados de la impureza y dijo que estos pecados habían hecho descender el fuego sobre Sodoma Y Gomorra. Habló de la misericordia de Dios, diciendo que ahora era el tiempo de su misericordia». Fue en este encuentro en el que, según cuenta Ana, la pecadora le rogó al Señor la perdonase por todos sus pecados, y en el que le pidió «le concediera no caer jamás en ellos. Jesús se lo prometió. La bendijo, le habló de la virtud de la pureza y de su Madre María, que era libre de toda mancha. Ensalzó mucho a su Madre, diciéndola elegida, cosa que nunca había oído decir a ƒl hasta ahora, y le dijo a Magdalena se juntase del todo con Ella y tomase de Ella todo consuelo, ayuda y consejo». También la mística de Dülmen nos cuenta que tras lo anterior, Jesús dijo a otras mujeres en referencia a Magdalena: «Fue una gran pecadora; pero será ahora el modelo de todos los penitentes por todos los tiempos» (ob. cit. p. 178).

En un momento una mujer usó la cama para pecar; en otro momento otra mujer usó la cama para sufrir. En un momento una mujer dejó la cama para dedicarse a la penitencia, y en un momento una mujer usó la cama para orar. Sea la cama el signo de un estado, de nuestro estado. Cada uno sabe dónde está: en la cama del pecado, en la cama del sufrimiento, en la cama, simplemente durmiendo. Durmiendo con la conciencia tranquila o durmiendo con la conciencia perturbada. En una armonía angelical o en lo profundo de un abismo bestial. En la claridad celestial o en una confusión laberíntica. Entero o enteramente quebrado. Cada uno y su conciencia. Mas, estemos donde estemos, hay dos cosas que no debemos dejar jamás: una, ensalzar siempre a María a ejemplo de Cristo; y dos, juntarnos del todo con Ella, tomar de Ella todo consuelo, toda ayuda y todo consejo.