Por Daniel Oscar Siñeriz Griffa

La guerra desatada de consecuencias impredecibles y la violencia que recorre nuestras calles rosarinas con resultados “a la vista”, representan una distancia mayúscula del Proyecto Original. Son una clara manifestación del desdibujo estructural de la genética humana y del conjunto de sus relaciones distorsionadas casi sin medida.

En el corazón y en la mente de Dios la humanidad es concebida y reconocida como Pueblo y Familia y el vínculo que desea establecer y sostener con ella se expresa con la figura típica de una Alianza en un nivel de reciprocidad igualitaria: “Tú serás mi Pueblo y yo seré tu Dios”; con la sorpresa, para aquellos tiempos y concepciones religiosas, donde Dios superaba distancias y generaba cercanía.

Jesús viene a explicar semejante ocurrencia divina revelando la condición Trinitaria de Dios en una Distinción contenida por un mismo amor en circulación  eterna. Luego traduce para la práctica humana tal condición, con palabras y obras, aportando al final Un Mandamiento Nuevo: ”Ámense los unos a los otros como yo los amé”; expresando la síntesis de aquel proyecto Original como una clara alternativa de relaciones humanizadoras por excelencia.

Por su parte, las células de nuestro cuerpo que se cuentan por billones, ofrecen por sus características y funciones un claro reflejo del mismo Proyecto Original; ya que todas ellas trabajan todo el tiempo en forma inteligente, responsable y solidariamente para el mismo fin de garantizar y sostener nuestra vida, en un acuerdo tácito que muestra la dinámica de la búsqueda del Bien Común.

Se trata, entonces, de recobrar el Proyecto Original y pasar de la pretendida acumulación de poder a poder consolidar el Bien Común. Es el gran desafío de superar la Cultura de la Conquista, generadora de muerte y desencuentro, para desarrollar la Cultura del Cuidado que reconoce, valora y respeta la Dignidad de todo ser humano y sus derechos totales.