El Papa Francisco envió un mensaje a los participantes del Foro de la Paz de París, que se celebra el viernes 10 y sábado 11 de noviembre, a quienes les pidió un esfuerzo para terminar con los conflictos a través de la escucha, el diálogo y la cooperación. En el mensaje papal está firmado por el cardenal Pietro Parolin, y fue leído por el nuncio apostólico en Francia, monseñor Celestino Migliore.

Francisco pide que el Foro sea un «signo de esperanza» apoyado en compromisos que «favorezcan un diálogo sincero, basado en la escucha del grito de todos los que sufren a causa del terrorismo, de la violencia generalizada y de las guerras, flagelos todos ellos que benefician sólo a unos pocos grupos alimentando intereses particulares, lamentablemente -señala- a menudo disfrazados de nobles intenciones».

Por otra parte, del lado del bien común, está la difícil construcción de la paz, «un proceso lento y paciente -lo define el Papa- que requiere el valor y el compromiso concreto de todas las personas de buena voluntad que tienen en el corazón el presente y el futuro de la humanidad y del planeta».

Francisco constata con realismo que, exactamente 75 años después de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sigue existiendo una «brecha persistente entre los compromisos solemnes asumidos el 10 de diciembre de 1948 y la realidad»; una brecha -agregó- que «todavía hay que colmar, y en algunos casos con gran urgencia».

Y escribe: “¿Cuántos niños a causa de los conflictos, se ven privados del ‘derecho fundamental y primario a la vida y a la integridad física y mental’?”

“Cuántas personas se ven privadas del derecho al agua potable y a una alimentación sana; del derecho a la libertad religiosa, a la salud, a una vivienda digna, a una educación de calidad y a un trabajo decente”, preguntó.

Preguntas que conducen a la convicción tantas veces repetida por el Papa en cada audiencia o encuentro: «La guerra es siempre una derrota de la humanidad».

“Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o asesinado», sostuvo, y agregó: «Ninguna guerra vale la pérdida de la vida de un solo ser humano, un ser sagrado creado a imagen y semejanza del Creador». Tampoco, sumó, «el envenenamiento de nuestra casa común», o «la desesperación de quienes se ven obligados a abandonar su patria».

La escucha, el diálogo y la cooperación son los únicos medios para resolver los desacuerdos y lo que urge es «silenciar las armas» y «repensar la producción y el comercio de estos instrumentos de muerte», para que «las razones de la paz se oigan por fin alto y claro», concluye Francisco.