Por Alejandro Maidana

“El río, como ancha cola… Los barcos, como caminos… El hombre como la sombra… el cielo como morada del viento que viene y va. Ve lo que mira y mirando ve solo su soledad” (Rafael Alberti)

Erigida como la segunda cuenca más extensa de Sudamérica, el Paraná solo se ve superado por el río más caudaloso del mundo, el Amazonas. El avance de la globalización, definición encontrada por algunos para minimizar el capitalismo salvaje, ha acorralado la salubridad de las marrones aguas. Los desechos cloacales que recibe diariamente, sumado la enorme industrialización que copó sus costas, generan un cóctel tan explosivo como preocupante.

Si bien en los últimos años las pasteras han moderado su grado de agresión a las aguas, la utilización del mercurio en el proceso de manufactura trajo en varias oportunidades un dolor grande de cabeza.

Los efectos que puede causar el mismo en el entorno son: llegar por aire a través de las precipitaciones a las cuencas de agua y en el ambiente siendo un potente neurotóxico que puede causar problemas en el neurodesarrollo. Sumado a esto la nocividad comprobada en órganos como los riñones y el hígado.

En el pescado, el metilmercurio se concentra en niveles de hasta un millón de veces más que aquel presente en el agua. Una problemática más que compleja.

Otros contaminantes que llegan a esas aguas como consecuencia de los procesos industriales son: plaguicidas, metales pesados y elementos radiactivos que se diluyen pero también ingresan en las cadenas alimentarias y se acumulan. Se ha encontrado mercurio en las branquias de algunos peces, mientras que en el riñón se acumula cobre y plomo, en el páncreas zinc y cadmio. Todos ellos son metales pesados de variable peligrosidad que atentan contra nuestra calidad de vida.

Algunas de las empresas ubicadas sobre el margen del río y que arrojan sus residuos al mismo son:

  • Frigoríficos que desechan sustancias tóxicas como el detergente.
  • Curtiembres que desechan cromo, ácidos y sulfuros.
  • Fábricas de papel que arrojan mercaptanos, resinas y ácidos.
  • Cerealeras y fábricas de aceite vegetal que desechan soda cáustica.
  • Fábricas de jabón que arrojan detergentes, ácidos y soda cáustica.
  • Fábrica de mosaicos que desechan anilinas.
  • Los depósitos de combustibles para los barcos, descarga accidental de hidrocarburos.

El dato saliente más llamativo que roza con lo intolerable tiene que ver con una empresa ubicada en San Lorenzo que levantó un tanque de almacenamiento a orillas del río. Este ya sufrió un derrame de biodiesel hace unos años y sufre la erosión diaria de la tierra. ¿Quién habilitó tamaña irregularidad?

Con la invasión del arsénico a las napas freáticas de agua, y el trabajo cada día más engorroso de las plantas potabilizadoras que luchan contra los agentes contaminantes, el hombre nuevamente se ha convertido en rehén de sí mismo.

La flora y fauna del lugar también se ven amenazadas por el avance de cazadores furtivos y la falta de control para poder frenar dicho acto criminal. Para conocer detalles, Conclusión dialogó con Pablo, fotógrafo e integrante del grupo autoconvocado «El Paraná no se toca».

—Como una persona adepta al disfrute de las aguas del Paraná, ¿qué cambio podés notar con el paso de los años?

—Muchos. Basta con hacer un recorrido en cualquier tipo de embarcación desde Timbúes a Rosario, para apreciar que nuestras costas están plagadas de fábricas que desechan todo tipo de aguas de proceso al cauce del río. Supuestamente son aguas tratadas y controladas por la Secretaria de Medio Ambiente. Esto está en la buena voluntad de cada empresa, hablo de controlar sus desechos y no contaminar.

—Dijiste que tu relación profunda con el río data de por los menos 25 años: ¿qué hecho sobresaliente podés marcar que haya llamado tu atención en los últimos tiempos?

Sin dudas existe uno que me marcó y que no hizo otra cosa que afianzar mis ganas de seguir luchando por el Paraná. Desde chico solíamos cruzar a nado desde las islas de San Lorenzo hasta las costas de la ciudad, en la última oportunidad, cuando estábamos a solo 100 metros de las mismas, el olor a combustible que emanaba el agua se tornaba insoportable. Eso marca a las claras el nivel de agresión que están sufriendo las aguas del río. Vale la pena sumar a las alternativas contaminantes la lumínica y la auditiva. Marco esto como algo importante ya que el Paraná no sólo recibe las luces y los ruidos de la ciudad, también existe una moda escalofriante que tiene que ver con las fiestas electrónicas en las islas. Es increíble y hasta milagroso que en este verano no hayamos tenido ningún accidente en nuestras aguas.

—Es indefectible que si se habla del Paraná, hay que hacer hincapié en su fauna ictícola. ¿Cómo se encuentra la situación aguas adentro, en sus islas?

—Ese es un muy buen punto para señalar. La falta de control por parte de flora y fauna, ha generado un verdadero aquelarre en donde la caza furtiva no tiene límites. Especies protegidas como el carpincho son arrasadas a fuerza de plomo, las aves que en el mejor de los casos deben migrar por la quema indiscriminada de pastizales o son blanco de aquellos que disfruten aniquilando todo lo que goza de libertad. Es muy doloroso para aquellos que disfrutamos de verlos en total mancomunión con el medio ambiente, el hombre no conoce de límites para destruir y el Estado garantiza esto ante su abulia a la hora de controlar.

Todo está en nuestras manos, el porvenir de las futuras generaciones depende pura y exclusivamente del grado de conciencia que hayamos adquirido. La mercantilización de la naturaleza, sumada a esa desidia propia de nuestra raza, ha generado un boomerang que cuando emprenda su regreso será portando un panorama desolador.