Por Franco Albornoz

La niñez es el tiempo de ocio y recreación para muchos jóvenes. Para otros, para los pibes que el sistema invisibilizó en la periferia y el abandono, es una adultez prematura.

“Vía Caracol” es un espacio multicultural con un fuerte anclaje barrial integrado por jóvenes rosarinos que nació como respuesta a esta situación de desigualad. Hace más de 4 años llevan adelante un programa de educación popular con la finalidad de lograr romper el círculo vicioso del que muchos niños son víctimas.

Todos los sábados por la mañana, en la zona de Avellaneda al 4400, en el sudoeste de la ciudad, Adriana, Emanuel, Fernando, Muriel, Julieta, Matías, David y Lucía realizan talleres de música, murga, alfabetización y dibujo, a los que asisten más de 20 chicos. Una prueba cabal de que cuando hay ganas de hacer, con pocas cosas y mucha creatividad, se pueden lograr grandes resultados.

“Entendemos a la educación como acción transformadora. Estamos seguros que solamente vamos a cambiar la realidad si todos nos comprometemos con ella. En este espacio los chicos de la zona juegan, comen algo y aprenden a pensar por sí mismos. Siempre con reglas que establecemos juntos. La idea es problematizar la realidad para no caer en el voluntarismo. El objetivo es encontrar respuestas que nos integren a todos”, contó Fernando, quien está cursando el último año del profesorado de educación primaria y trabaja en una consultora. “A veces se hace difícil por los tiempos, por ejemplo yo trabajo y estudio. El tiempo del que disponemos nos es mucho”, agregó.

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Enseñar en contextos desfavorables se vuelve una tarea más compleja que la de pararse frente a un alumnado a repetir conceptos. En territorios marginales las latas oxidadas, los basurales y el peligro son parte del escenario y más de una vez los estómagos vacíos distraen los pensamientos.

“A estos chicos no alcanza con enseñarle matemática, lengua o inglés, sino que hay otras situaciones que resolver. Muchas veces debemos intervenir en otras cuestiones de salud o violencia. Temas más profundos que atentan contra su vida. Los padres los mandan con el cuaderno y ellos preguntan si falta mucho para la comida”, expresó Adriana, ex profesora y ahora jubilada. “Es bueno aclarar que no recibimos subsidios de ningún tipo. Somos una organización autogestiva. Vendemos rifas, alimentos, y ponemos un poco de cada uno para poder comprar la leche que le damos a los chicos y los materiales para trabajar. Tratamos de generar nuestros propios recursos”.

Isabel es empleada doméstica y vecina del barrio. Puso a disposición el terreno dónde se desarrollan los encuentros, y todos juntos pudieron sumar esfuerzos para construir y pintar el galpón que ahora les sirve de refugio. “De eso se trata. De poner un poquito cada uno para que puedan crecer lo mejor posible. Hay familias en el barrio con historias muy fuertes. Convivimos con la droga y la violencia”.

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Mirando al futuro, el grupo de adolescentes del barrio contó entusiasmado que a corto plazo van a arrancar con una murga y que están ensayando con todo. “Presentamos un proyecto a la Municipalidad pero no lo aprobaron, pero no nos quedamos de brazos cruzados. Cuanto no hay plata con imaginación también se puede. Nosotros mismos nos hicimos las galeras con cartón y diario. Estamos practicando para llevar el ritmo al barrio”, se animó Lucía.

Kiara, de 13 años, relató que lo que más le gustó fue que aprendió a hacer tortas fritas: «La preparamos con harina y agua. Estaban riquísimas. También está re bueno poder pintar. Yo hice un dibujo para poder llevarle a mi hermanito”, contó.

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Llega el final de la jornada y los chicos no se quieren ir, quieren quedarse allí, donde juegan y aprenden a pensar por sí mismos, con las mismas oportunidades para todos y con sus propias reglas, no con las que les impone esta sociedad en un sistema injusto, violento y deshumanizado.

Isabel, Adriana, Emanuel, Fernando, Muriel, Julieta, Matias, David y Lucía avanzan en su afán de aportar. Avanzan a pesar de las muchas piedras del camino, lento pero avanzan. Como el caracol.

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