Por Candi

Cuando el cristianismo alude al “Fin de los Tiempos” (entendido como la segunda venida de Cristo y un cambios de orden en el mundo), o el judaísmo a la “Era mesiánica”, como el advenimiento del Mesías que sacará al hombre del tremendo problema de orden material y espiritual que lo afecta, hay quienes relativizan estas cuestiones basadas en predicciones o profecías. Otros directamente las rechazan. Pero muchas personas (entre ellos quien esto escribe) tienen la certeza de que estas advertencias (que fueron dadas para que la humanidad evitara los desastres que la sumirían en la angustia) son reales y deberían ser tenidas en consideración.

En el Evangelio se manifiesta que el mismo Jesús anunció todo esto que está pasando hoy en el mundo: “…Y habréis de oír de guerras y rumores de guerras. ¡Cuidado! No os alarméis, porque es necesario que todo esto suceda; pero todavía no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y en diferentes lugares habrá hambre y terremotos…” El profeta Joel, en el Tanaj de los judíos (que para los cristianos es parte del Antiguo Testamento) advierte la presencia de señales de orden astronómico; aparentemente un gran eclipse: “El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes de que venga el día grande y espantoso de Dios”.

Por lo demás, en el Evangelio se habla de pestes, enojo, odio, injusticia social y otros sucesos, como el maltrato que el hombre hace al Planeta y sus criaturas, que son “signos de los tiempos anunciados” ¿Todo esto está sucediendo? ¡Sí!

El gran avance científico y tecnológico, sus efectos

Quienes no creen en estas predicciones, aluden (y con razón en ello) que todas estas cosas ya sucedieron en el pasado y el mundo sigue andando. Es muy cierto, sólo que hay un hecho que hace la gran diferencia: el hombre en el pasado no había alcanzado el tremendo, casi milagroso, grado de desarrollo tecnológico y científico que tiene hoy y que también forma parte de lo advertido. Un grado de desarrollo que a medida que fue avanzando se fue convirtiendo, también, en una herramienta eficaz para la involución y destrucción humana. Los ejemplos abundan, y entre ellos basta con nombrar las armas atómicas existentes, ya probadas sobre seres humanos (Hiroshima y Nagasaki), y que en 24 horas podrían terminar con la mayor parte de la humanidad. Armas atómicas que han sido detonadas una y mil veces en diversas partes de la Tierra, y que el sentido común indica que el efecto no ha sido otro que la alteración de la estructura geológica, causando más movimientos sísmicos que aquellos que son de orden natural. Ni hablar de los efectos del desmonte, de la contaminación que se produce de diversas formas y que son “atentados contra la vida”.

Las palabras de los científicos

Pero si el lector descree de las Sagradas Escrituras, puede remitirse a la ciencia y los científicos. El doctor Andrés Romero Balcázar, representante del Departamento de Sismología del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dijo, hace horas atrás, que la llegada de un mega terremoto es inminente. Dicho movimiento afectaría a México y a Estados Unidos de manera simultánea y tendrá el doble de intensidad que el sismo ocurrido en México en el año 1985.

Por otra parte, luego de los sismos ocurrido en Ecuador y Japón la semana pasada, algunos científicos han hecho saber que el aumento de la actividad sísmica hace temer un mega terremoto en algún lugar del mundo, sobre todo en la costa sur del archipiélago nipón.

Por estas mismas horas, y en tal sentido, varias fuentes sostienen que el gobierno japonés evalúa la posibilidad de un gran terremoto (de aquí a 30 años) que “podría provocar un enorme tsunami y matar a 320.000 personas, destruir 2,4 millones de hogares y desplazar a 9,5 millones de habitantes”.

Pero la ciencia aguarda lo que ha dado en llamar el Big One (“El grande”) que es un movimiento sísmico generalizado con un grado superior a 8 en la escala Richter, que tendrá epicentro en la costa oeste de Norteamérica. Es bueno situarse en el globo terráqueo y advertir que la costa oeste norteamericana está frente a la costa de Japón.

Llamar a todos los males que afronta hoy la humanidad (actos terroristas, enfermedades por contaminación, guerras, hambruna, narcotráfico y drogadicción, auge de delitos, corrupción, vacío existencial, muerte injusta y prematura, angustia) como “ira de Dios”, es un disparate. Es no entender nada, es no discernir sobre el significado de algunas cosas. Los sucesos que afectan al hombre hoy y que provocan su angustia, el 80 por ciento de ellos, son causa pura y exclusiva del propio hombre, de los poderosos, sobre todo. Lo único que ha hecho Dios en el pasado ha sido alertar sobre los efectos de algunas acciones. No fue escuchado.

No le quedará más remedio al Orden Superior, según parece, cuando el ser humano poderoso no se canse de herir y matar a los inocentes y cuando el Planeta esté al borde del colapso, que intervenir para que lo creado no se extinga.