“Trump, con su proteccionismo xenófobo puede llegar a tener algunos «éxitos» momentáneos, con el muro o el frenazo a los planes de GM y Ford en México, pero el resultado final será negativo. Para Estados Unidos, no sólo para México, que hoy enfrenta una potencial catástrofe. Los focos de los medios están por el momento más en la tragedia inmigratoria que en el rediseño forzado de la economía internacional que plantea Trump”.

Con esta opinión, el periodista Pablo Díaz de Brito inicia su columna en una nota publicada este domingo en el diario LaCapital, en la cual hace un análisis sobre el tratado de libre comercio con México y Canadá, que el entonces presidente Bill Clinton firmó en 1994.

También expone cifras sobre lo que los residentes mejicanos en EE.UU. envían (unos 25.000 millones de dólares anuales) en remesas, un rubro vital en las cuentas del país azteca. Cifra que debe sumarse –dice el columnista- a la siempre positiva balanza comercial bilateral, dato omnipresente en el discurso de Trump. México envía el 80% de sus exportaciones a EE.UU., unos 300.000 millones de dólares, e importa por 240.000 millones.

“Cinturón de óxido”

Más adelante dice Díaz de Brito que Trump pertenece a una generación que ha visto los efectos más perniciosos de la globalización en su país. Los estadounidenses de 70 años como él vieron cómo el «cinturón industrial» del Noreste se transformaba en el «cinturón de óxido». Una tragedia para la élite obrera estadounidense. Ya en los primeros años 80 el ejecutivo Lee Iacocca se hizo famoso por la reconversión de Chrysler frente al embate que iniciaban entonces las compañías japonesas. No alcanzó: hoy Chrysler es manejada por Fiat. Y las japonesas como Toyota y Honda abrieron fábricas en EE.UU. hace años. Sin aceptar sindicatos y en el Sur, bien lejos de Detroit y su Auto WorkersUnion.

Participación en ganancias

Bill Clinton –recuerda más adelante- firmó en 1994 el tratado de libre comercio con México y Canadá, que Trump ahora está destruyendo. Pero aún hoy las «Tres grandes» (GM, Ford y Chrysler) pagan a sus obreros sindicalizados en Estados Unidos hasta 58 dólares la hora, más beneficios. El triple que las demás industrias. Estos beneficios incluyen una participación anual en las ganancias de la empresa (el «profitsharing»). Por estos días, Ford distribuirá 6.000 dólares y Chrysler, 5.000. No hay de qué sorprenderse cuando GM y Ford buscan producir cada vez más en México.

Díaz de Brito sugiere también que como los obreros ingleses que a inicios del siglo XIX quemaban los telares industriales, Trump puede romper por un tiempo el esquema que usan hoy las automotrices en todo el mundo, que es integrar su producción en redes intercontinentales. En Alemania y Japón deben estar pensando cómo dejar afuera a EE.UU. de esa red y dedicarle al enorme mercado «americano» una estructura propia, aislada. Con precios inevitablemente mucho más altos. Por aquello de que no hay comidas gratis.