Por Jennifer Hartkopf

Seguramente, alguna vez, tanto padres como madres o aquellos que están a la espera de convertirse en tales, se han preguntado sobre eso: ¿qué implica ser padres? También seguramente cada uno de ellos habrá encontrado diferentes respuestas a la misma pregunta y tendrá probablemente diferentes expectativas sobre la paternidad/maternidad que desea para su presente o su posterior futuro.

Lo cierto es que tanto antes como ahora, aquello sobre lo que implica ser padres sigue siendo una pregunta que no responde a una receta, que no puede encasillarse en un único esquema y por tanto sigue siendo todo un reto para aquellos que eligen ese camino.

Mirta Guelman, médica pediatra y terapeuta familiar, habla desde lo vivencial. Con años de experiencia, gran amabilidad y voz suave y serena, elige cada una de las palabras para brindar su mirada profesional sobre eso que a casi todos los humanos, en algún momento, les ‘lleva’ la vida: ser padres.

“El principal desafío de los padres es que el hijo llegue sin lesiones a ser un adulto entero, que tenga toda su condición humana a pleno”, señala convencida la especialista y automáticamente amplía: “Es quererlos mucho, ayudarlos a crecer y estar orgullosos”.

Autora de diversos libros sobre la infancia y la adolescencia, Guelman comenzó a ejercer como profesional en un país muy distinto al actual; sin embargo, considera que “las relaciones humanas son siempre las mismas, por eso ser padres hoy es lo mismo de siempre. Es nutrirlo de afecto, porque la privación afectiva mata; es nutrirlo de normas para adaptarlo a la cultura (suma de lo que crees más lo que sabes); y es obviamente, nutrirlo proteicamente. Es dispararlos a un mañana que no vamos a compartir nosotros. Esa es la imagen que tengo del vínculo padre-hijo”.

Con esas palabras no tardó en tomar una definición de Mario ‘Pacho’ O’Donnell -escritor, médico especializado en psiquiatría y psicoanálisis, político e historiador argentino- para dar cuenta de su pensar: “Buen padre es aquel que le permite a su hijo transitar de la ilusión a la desilusión sin perder la confianza”.

En esa dirección Guelman destacó la importancia de la comunicación que debe existir entre padres e hijos. “Aunque genere discusión deben comunicarse. La educación pasa por lograr esa escucha que ayude y empuje al niño a ser autónomo”.

Asimismo, la pediatra y terapeuta puso especial énfasis en distinguir la educación de la domesticación: “Poner límites se puso de moda con el discurso de Jaime Barylko -pedagogo y filósofo argentino- que tenía la teoría de que cuanto más miedo te tienen, más te respetan. Y eso lo transfirió a los padres. No obstante, se domestica no a los humanos sino a los animales. El miedo no educa y es algo que no sirve para nada y es injusto para el chico. Bajar normas, tener temor al castigo o buscar en la competencia los premios son cosas enfermas y aberrantes”.

“Criar a un niño implica lo contario a poner límites. Hay que ampliar todo su contorno y su entorno. Siempre va a salir un niño mejor si respetas la libertad, precisamente, de la falta de límites”, explicó la profesional y aclaró: “Lo que no significa no hacerlo pensar, o explicarle. Es necesario buscar algún modo u estrategia diferente, porque hay otros recursos, para hacer que el niño aprenda y más adelante no haya que poner fronteras a lo que él quiere o puede hacer”.

Para hablar del ayer y del hoy Guelman acude al contexto histórico: “Antes había mucho machismo y el padre estaba sobrecargado de responsabilidades y compromisos. La madre, en cambio,  generalmente se quedaba en la casa. Es decir que el padre se hacía cargo de lo normativo y la madre de lo afectivo, mientras que los abuelos y tíos -la familia ampliada-, contorneaban y sostenían estas relaciones”. “Pero hoy -compara- la función de la hermandad está borrada, en cambio antes se trataba de un relación fraterna que se hacía extensiva a otros vínculos, como ser los compañeros de escuela”.

En ese sentido puso como ejemplo el «Congresito de la Lengua», donde “no existió el voto por la palabra ‘hermano’” entre las elecciones que realizaron los chicos y según consideró “es una cosa terrible que tiene que ver con el paternaje -sea paternaje o maternaje, indistintamente-”.

—Así, ¿se puede hablar de buenos y malos padres?

—La existencia de todos estos modelos a través de los años hace que se entienda que según las culturas, las épocas, las circunstancias históricas y los grupos sociales haya tantas funciones diferentes y tantas familias diferentes como seres humanos, entonces decir que una está bien y otra está mal no se puede. No se puede hablar de buenos y malos padres porque a lo mejor un buen padre para un chico determinado para otro es lo opuesto. Todo es relativo y siempre el contexto es troquelante. El tema clave y fundamental en esto es el ‘entre’, el vínculo. El vínculo entre el padre y el hijo, entre el hijo y el mundo que lo rodea y entre las circunstancias de esa madre o ese padre y entre un contorno y un entorno que sostenga los vínculos o que no los combata.

—¿Qué pasa cuando el ‘entre’ desaparece, cuando se pierde el vínculo?

—Un modelo en donde desparecen los vínculos es en la masa. Cuando hay masificación y pretensión de homogeneizar lo que está bien y lo que está mal, se destruyen los vínculos. Los vínculos son inéditos, cambian según las etapas y son buenos si con ellas fueron cambiando, o sea una mamá no tiene el mismo vínculo con su hijo cuando éste es chico que como cuando es grande. El contrato social tiene que ser permanentemente cambiado.

—¿Cómo hacer entonces para construir, fortalecer y cuidar los vínculos?

Tiene que haber pasión. Hoy no hay pasión para entusiasmar, no hay pasión para enseñar y no hay pasión para compartir con el hijo. Es un enfriamiento, es entibiar los vínculos. Un padre tiene que apasionarse por su hijo y transmitirle sus pasiones, desde el equipo de fútbol a la bandera y a sus ideas. Porque un padre que puede transmitir a un hijo sus pasiones, es un padre que no muere nunca, que se hace inmortal, porque hace posta con el cerebro de ese hijo. Antes a los hijos les ponían el mismo nombre que el de los padres, pero más que el nombre necesitás transmitir las pasiones.

Por último, Guelman invitó a la reflexión y aludió la propagación de las relaciones familiares afectuosas: “Tenemos que ayudar a que esto se multiplique porque los adolescentes que son contenidos por sus familias, que gestan buenas relaciones, no se autoagreden, no hacen locuras y no buscan situaciones de riesgo”.

“Hablar desde el afecto es la autonomía de enseñar al hijo a elegir. Y la salud, tomando el concepto de los catalanes, es ser libre, feliz y comprometido, abriendo con ello, paso a la responsabilidad”, expresó la especialista al concluir la charla.