Por Guido Brunet

Juan Carlos escribe de todo, desde que era chico. Inventa poesías, cuentos y hasta hace reflexiones o chistes. Y como buen escritor, es por sobre todo un ávido lector. Pero además es un apasionado melómano, un coleccionista de objetos antiguos y un fanático de los crucigramas. A tal punto llega esta particular afición que en su haber tiene alrededor de mil juegos resueltos, todos prolijamente guardados en cuadernos.

Malvicini es uno de esos personajes que, a medida que avanza la charla uno va descubriendo facetas como capas de cebolla, cada vez más interesantes. Con el correr de la conversación se puede ir conociendo y completando partes de su vida y su historia como casilleros en un crucigrama. Y al final, uno descubre que el amor por el arte, la pasión por atesorar objetos y los juegos de mente tienen todos un mismo hilo conductor: la familia.

El gusto por las artes se explica a partir de su infancia. Porque en su casa se escuchaba de todo y «en todas partes había un libro, como ahora lo hay en mi hogar. Atesorar objetos antiguos es una forma de resguardar el pasado», resume Juan Carlos.

«Tuve la suerte de encontrar a mi mujer que comparte el mismo amor por la cultura. Yo me acostumbré a leer de todo, cuentos, chistes, novela, política y en mi casa podés encontrar cualquier tipo de libro». Y la tradición se la contagió también a sus hijos. Con el más chico, de quince años, comparte la realización de crucigramas y el de dieciocho colecciona diversos objetos. «Tenemos guardados los álbumes de figuritas, cada uno conserva los suyos. Y al mayor le gusta armar rompecabezas. Esto tiene que ver con la familia. Yo tengo guardados todos mis juguetes. Y los de ellos. A mi me gusta conservar esas cosas. Cuando vuelvo a ver esos objetos inmediatamente me aparecen las imágenes de cuando yo era chico o de las cosas que viví».

 

1000 crucigramas en veinte cuadernos

Las hojas cuadriculadas de sus cuadernos están repletas de crucigramas, recortados de diarios y revistas, pegados cuidadosamente y con su fecha correspondiente. El primer paso es cortarlos y pegarlos en las libretas. «Por ahí pego 30 y no los toco. Y después arranco, puede ser por orden o puedo empezar desde cualquier lugar. Una palabra me va llevando a la otra. El secreto está en buscar nuevos significados, es un pasatiempo», detalla Juan Carlos.

Con respecto a si notó avances desde que empezó con su hobby hasta el día de hoy, Juan Carlos responde: «Para resolverlos ahora se me hace mucho más fácil porque conozco un mayor número de palabras. Aunque sigo teniendo el diccionario como recurso. Y tengo otras metodologías, una es que cada tanto vuelvo a los anteriores para terminarlos».

Si bien algunos les llevó hasta ocho años terminarlos- como aquel que inició en julio de 2005 y finalizó en mayo de 2013-, nota que cada vez es más rápida la resolución. «Por ahí los dejo y los retomo al tiempo», explica Juan Carlos. «Los crucigramas completaron algo que yo ya tenía en cuanto a riqueza de vocabulario, porque tiene que ver con la lectura». Su gusto por las letras, si bien es de familia, Juan Carlos lo explica sencillamente: «A mí siempre me gustó más Castellano, tenés castellano o matemática, no biología… y yo siempre fui del castellano», simplifica Juan Carlos, casi en términos antagonistas, como un Newell’s-Central.

 

 

El coleccionista

Juan Carlos comenta que tener sus casi mil crucigramas todos juntos en cerca de veinte libretas le ayuda porque hay palabras que, de esa forma, se percata que se repiten en muchos, con lo cual puede volver a los anteriores y completarlos. Todo «es un ejercicio», expresa. Pero por otro lado, el hombre guarda los crucigramas en cuadernos porque básicamente le gusta coleccionar cosas.

«Soy un viejo coleccionista», se autodefine Juan Carlos. Y una de esas colecciones es la de discos. El primer vinilo lo consiguió a los doce años, y hoy su discoteca cuenta con material tan ecléctico como incunable. Discos de Horacio Guaraní conviven con los de Gardel y Pink Floyd. Ese amor, también viene de familia. «Mi viejo se levantaba y ponía música. Yo ponía Sui Generis y él Guaraní y me decía ‘¿qué escuchás?'». Y ahora pasa lo mismo, «yo trabajo, hago todo con la radio encendida», relata Malvicini.

«En el año 72 o 73 escuchábamos los Rolling, Deep Purple, Génesis, que acá no se podía porque la dictadura había prohibido la música en inglés, pero teníamos un amigo al que se los traían de afuera. Más allá de lo que escuchábamos de acá, Manal, Spinetta, Pappo, por ejemplo», recuerda Juan Carlos aquellas épocas donde comenzaba a escuchar esas bandas que cambiarían la historia de la música.

«A mí me gusta guardar las cosas, porque tiene que ver con la historia. Tengo muchos objetos personales, fotos de mi infancia… Cada uno tiene su significado y este tipo de cosas ayudan. Yo a veces miro la fecha y son como momentos personales de uno, es para no olvidarse. Más allá de un entretenimiento, tiene ese costado», explica Juan Carlos.

Con respecto a la escritura, aunque Juan Carlos hasta ahora nunca publicó, no lo descarta para un futuro. «Por ahí voy en el colectivo y se me ocurre algo, y saco un papel y empiezo a escribir y después lo completo. Cuando uno escribe pone en juego emociones, cuando se lee se nota el estado de ánimo, como pasa en la pintura, por ejemplo».

Juan Carlos Malvicini es electricista y trabaja en mantenimiento en el sindicato de Empleados de Comercio. Anteriormente atendió en diferentes negocios, como una tapicería, zapatería e imprenta. Pero el bicho del arte lo pico desde joven, y de chico también estudió teatro. Sin embargo, el ahora electricista no deja de recalcar que la semilla del arte proviene de su familia: «Cuando hay alguien que hace música o que escribe, es porque seguro hubo un miembro de su familia que estaba vinculado al arte. Es muy raro un tipo tenga esta inquietud y que no haya nadie con ese perfil en el entorno». Y Juan Carlos se encargó no sólo de seguirlo, sino también de intentar (con éxito) inculcárselo a sus hijos.