Hay olor extraño, casi fétido, cuando el Tio Sam y sus aliados se deciden por invadir o realizar bombardeos sobre alguna región o nación del planeta. Sucedió en Irak, cuando se le mintió al mundo respecto de las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadam. La invasión no era otra cosa, no perseguía otro fin, que el de obtener oro negro, disimulándolo todo bajo la apócrifa justificación de que el régimen iraquí era peligroso para el mundo. Pero tal peligro  lejos estaba de serlo y al fin de cuentas Sadam era el único que mantenía bajo control al islam radicalizado y fundamentalista, al peligroso terrorismo. Desaparecido este gobernante iraquí, se abrieron las compuertas para que las hordas de homicidas de Estado Islámico y otros grupos comenzaran a diezmar a todos aquellos que no compartieran su fanatismo ideológico político y religioso. Las minorías cristianas, como se sabe, han sido las más perjudicadas: perseguidas, decapitadas y hasta crucificadas. Mujeres esclavizadas, sometidas sexualmente y torturadas sin piedad, más todo lo que se conoce.

Lo mismo sucedió en Libia con Ghadaffi y lo mismo podría suceder en Siria (de hecho sucede en las regiones tomadas por los opositores al régimen sirio), país en el que el Tio Sam y sus socios pretenden derrocar al régimen “dictatorial” que gobierna. Pero la verdad es otra, Al Assad,  es “el único que protege a las minorías religiosas, como los cristianos”, le ha dicho al autor de esta opinión  una monja que hace más de un año está en Siria efectuando tareas humanitarias.  Norteamérica, en sus bombardeos contra el terrorismo de Estado Islámico,  parece que a veces se “equivoca” (es que la tecnología de guerra “falla”) y sus objetivos son el Ejército nacional sirio. Es que El Tío Sam y sus amigos tienen intereses económicos, territoriales y geopolíticos.

Pero al Tio Sam y sus aliados le ha aparecido un acné doloroso. Se llama Rusia y está representado por un hombre inteligente, informado, políticamente hábil y adiestrado en las más finas tareas de inteligencia, como que perteneció a la KGB: se llama Vladimir Putin. Un Putin que no va a permitir, así nomás, que Norteamérica se salga con la suya. Un Putin que ha comenzado a bombardear de verdad al terrorismo en Siria y que comienza a ser visto con agrado por el mundo cristiano y especialmente católico. Un Putin que, aunque por razones diplomáticas no se diga, parece que cuenta con la  bendición católica y apostólica. Después de todo, cuando El Papa Francisco y Putin se reunieron  en el Vaticano acordaron en varias cuestiones. Se transcribe la noticia de un diario internacional de ese momento: “El Papa había escrito a Putin poco antes de la cumbre del G20 en San Petersburgo, estigmatizando la masacre siria y reconociendo el rol de Rusia en la resolución de los conflictos internacionales. Por su parte, Putin se ha fijado, sobre todo en los últimos meses, el objetivo de presentarse como protector de los cristianos en Oriente Medio”.

Francisco y Putin, entonces, coincidieron en buscar una salida pacífica al conflicto en Siria. El Tio Sam, como siempre, hizo oídos sordos. Ahora Rusia, sin más remedio, ha decidido intervenir defendiendo a su socio y amigo Al Assad y ello implica un respiro para los perseguidos por el terrorismo, un terrorismo como Al Qaeda y Estado Islámico que, increíblemente, forma parte de los opositores al gobierno sirio que quiere ser derrocado a cualquier precio por el Tio Sam.