Por Andrea San Esteban

Los aumentos en bienes y servicios implementados en la primera mitad del año impactaron con un ajuste sin escalas en la macro y en la micro economía generando como primera medida una devaluación de la moneda de casi un 45%.

El Estimador Mensual Industrial (EMI) indica que cayó en Marzo un 3,8% y en Abril un 6,7 % en comparación con idénticos meses del año anterior.

Según ADIMRA, la capacidad instalada desplomó a  finales de Marzo como consecuencia de la caída de la actividad en el 50,3%.

En la Construcción la caída fue la peor en 14 años, llegó al 24.1%.

El fuego de la metalurgia sufre un impacto en la actividad de caída del 13%, en comparación con igual periodo del 2015, según la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina. La Cámara de Acero Argentino, por su parte, sostiene que la producción de acero crudo cayó 138 mil toneladas. La producción de hierro primario se redujo en un 22% en el primer bimestre.

Dada esta coyuntura debemos ahondar un poco más, preguntarnos a qué responde un cambio tan abrupto. En la transición de una etapa a otra, algo importante se perdió, algo que evoca el abandono, la pérdida de la dimensión emancipatoria de la política y la evolución hacia modelos de dominación de corte tradicional, basados en sistemas cuasi empresariales. Sería una respuesta de fácil análisis hablar de historia cíclica, pero, se puede observar una nueva “derecha” en el mundo. Una derecha algo aperturista, basada explícitamente en un modelo de “comunidad de negocios”, pro-empresarial, pero que no desdeña el trabajo territorial y entiende la política como gestión y marketing.

Desigualdad social

Los modelos se parecen, pero el tiempo no retrocede y estos no son los 90’. Si, es cierto, que esta actualidad conducirá a un escenario más desigualador en lo social, pero también esto dependerá de los márgenes que la sociedad argentina le otorgue al gobierno de Macri. Los despidos en el ámbito público, la espiral inflacionaria pre y pos-devaluatoria, las medidas pro-empresariales, el descomunal aumento de las tarifas de servicios y los tímidos anuncios relativos a lo social, muestran un gobierno que mira hacia un solo lado y éste no es precisamente el de las grandes mayorías.

De hecho, los gobiernos antipopulares tienen algunas características identificatorias: tratan de quebrar la organización obrera, sumando la ausencia de políticas públicas que promuevan inclusión y organización social, sosteniendo el criterio de economía de empresa.

Aún en tiempos de ausencia institucional o caos social, los trabajadores se organizaron con sus oficios y reformularon con gran fuerza agrupaciones, entre ellas las cooperativas de trabajo, posteriores empresas recuperadas autogestionadas y responsables para seguir produciendo. Espacio de resistencia y avance.

En este nuevo ciclo, también  se ataca a las PYMES, a los productores, que son quienes fortalecen la industria nacional y los trabajadores organizados en pequeña y mediana escala. Las PYMES generan el 51% del empleo formal en nuestro país y el 70% del empleo total.

Podemos hablar de especulación financiera, con el fin de economizar bienestar y aumentar dinero físico. El dinero no se utiliza para producir bienes, se resguarda en paraísos. También una tendencia al neoliberalismo desarrollista en clave empresarial. En esta línea, el escenario planteado por Macri supone un ajuste social y más extractivismo, con lo cual tendremos muy probablemente nuevas situaciones de represión y de menoscabo de la Democracia.

Nueva etapa neoliberal

¿Por qué hablamos de un escenario de Argentina y América latina? Porque estamos asistiendo a una nueva etapa del neoliberalismo. El fin de los comoditties y la apropiación de la naturaleza como bien de comercio, manejada por empresas. La ética humana es un bien insuficiente en estos negocios. Al escasear los comoditties, la naturaleza pasa a ser una mercancía

Asistimos a otro tiempo de vida social, asociado a determinados patrones e imaginarios de consumo. Esto consolida una forma, relacionada con determinadas ideas sobre el progreso, que permean nuestro lenguaje, nuestras prácticas, nuestra cotidianeidad, acerca de lo que se entiende por calidad de vida, por buena vida y desarrollo social. El modo de vida al que se pretende llegar, es excluyente; un país para pocos. No se refiere simplemente a un estilo de vida practicado por diferentes ambientes sociales, sino a patrones diferentes de producción, distribución y consumo, a imaginarios culturales y subjetividades fuertemente arraigados en las prácticas cotidianas de las mayorías en los países del norte, pero también, y crecientemente, de las clases altas y medias de los países emergentes del sur. Se busca quebrar el corazón de la construcción social. La esperanza está en la resistencia de la población afectada, la organización sindical y la unificación de criterios.

Las cooperativas y empresas recuperadas piden encontrar formas de financiamiento, no subsidios, créditos y políticas activas del sector. La continuidad productiva es indispensable para la inclusión. También un cambio cultural respecto del consumo y la relación con el medio ambiente, en función de una teoría diferente de las necesidades sociales y del vínculo con la naturaleza. No olvidemos que planteamos la escasez del comodittie en casi todos los aspectos. La relación equivalente entre patrones de producción y de consumo, la generalización en los países del norte, pero también del sur, de un “modo de vida hegemónico”, hace notoriamente más difícil la conexión o articulación social y geopolítica entre las diferentes luchas (sociales y ecológicas, urbanas y rurales, entre otras), y de sus lenguajes emancipadores.

Del Foro de la Cámara Industrial Argentina se destaca la urgencia del sector. Este ocupa a más de 400 mil trabajadores, lo que representa ingresos para alrededor de 1.5 millón de personas y se pide un modelo de articulación entre Estado y empresarios, sin afectar más los deteriorados salarios. Cuando en estas condiciones se pide paciencia, es como seguir agotando la calidad de vida.