Por Santiago Fraga

La pobreza, el hambre, la exclusión y la marginalidad son problemas que lejos de extinguirse en Argentina y en Rosario siguen tan vigentes como en décadas anteriores. Ante este contexto, y como un ángel en los momentos de mayor necesidad, en el Barrio Alvear se erige el Centro Comunitario Sagrada Familia, desde donde Polinaria Marina González -más conocida como la abuela Marina- ayuda y alimenta a las familias de más de 50 niños de la zona, puramente con la solidaridad de las personas.

Marina nació en Malabrigo, al norte de Santa Fe, pero a los 19 años llegó a Rosario y desde allí trabajó incansablemente. La diagnosticación de una epilepsia crónica le provocó una jubilación forzada en su trabajo como portera del colegio Anastasio Escudero, de barrio Acindar. Ahí fue que empezó toda esta historia.

abuela-marina-2-salvador“Cuando me jubilaron temprano yo pensaba que porque vaya a mi casa no significa que no sirva más. ¿Cómo no voy a hacer algo? Así fue que empecé preparándole el mate cocido a un nene, a dos, después empezaron a llegar las madres y así hasta ahora que tengo 50 niños, y todavía sigo”, relató a Conclusión Marina -a quien la llaman madre, abuela y tía- el comienzo.

El Centro Comunitario, ubicado en el pasaje Hutchinson al 4200, está en el barrio desde el 20 de agosto de 2001, hace ya 25 años, y hace cinco años instaló allí su propia copa de leche. Hoy día, asisten fijos 50 niños de la zona, para tomar la leche o poder comer, aunque ella comenta que siempre el número es mayor. “Siempre hay de más, todos los días. Hay cada vez más necesidad. Nosotros pensábamos que cuando terminaban las clases íbamos a tener menos, pero no, tenemos cada vez más niños, y todavía no sé lo que vamos a hacer enero y febrero”, aseguró Polinaria, a quienes las madres le ruegan por que no cierre en esas fechas.

Todas las mañanas, Marina se levanta y va a pedir donaciones a las grandes casas y a las autoridades. A veces colaboran, pero muchas otras la respuesta es que espere, y ella espera. Por ejemplo, hace cuatro años está esperando que, como le prometieron, se acerquen desde el Estado a realizarle la documentación a los chicos de la zona, que están como nacieron, sin documento ni partida de nacimiento.

De igual manera, en marzo de este año consiguió que 30 niños tengan su guardapolvo para poder asistir a clases, luego de mucho insistir y de que finalmente alguien le abriera las puertas. Desde Nación aportaron 16 chapas y tres tirantes, y con ello, sumado a toda la colaboración y las donaciones de los vecinos, pudieron techar y cerrar el centro donde funciona la copa de leche.

Al mediodía, Marina comienza a preparar todo para que a la tarde lleguen todos los niños a comer. “Yo duermo tranquila porque sé que lo poco o mucho que hice en el día sé que lo hice para bien, y sé que un nene se fue con la pancita llena”, dice, mientras en sus manos sostiene una carpeta donde enseña orgullosa las fotos de los niños, mirando de reojo la galería de arte armada con sus dibujos.

Ella es consciente de porqué hace todo esto y de cuáles son sus objetivos: “Yo desde que vine desde los 19 años a Rosario trabajé toda la vida, y voy a trabajar, pero la meta mía, y yo se que Dios me la va a dar, es que yo voy a vivir para que ellos tengan el comedor. Yo no le pido nada a nadie para comprarme cosas, yo le pido para que abran el comedor y que los chicos todos los días vengan a comer”, afirmó entre lágrimas, con una visible emoción.

“Te duele el alma que vengan el día lunes, ellos tienen que venir a las 17.30, y vienen a las 16 porque te dicen ‘Abuela Marina, no aguanto más el hambre, porque yo ayer no comí, no me alcanzó la leche’”, contó a Conclusión. Los días viernes, en el centro preparan una olla de más de 20 litros y le dan botellas a todos para que tengan para el sábado y el domingo, donde no los puede atender porque no les alcanza la leche.

“Ese es el modo de vivir acá. Aunque allá hay un cartel que dice ‘Festejamos todo porque estamos todos locos’. Estoy loca pero soy felíz. Soy felíz porque mi Jesús me ayuda y tengo mis chiquitos, mis vidas, que están conmigo y la gente”, dijo Marina.

Mientras se realiza la entrevista, todo aquel que se acerca al centro o pasa por la puerta saluda y coincide en un mismo grito: “Te merecés todo esto y más”. Ella es querida y reconocida por todos los chicos y adultos del barrio.

Un ejemplo de ello y de su bondad se ve cuando alguien en el barrio se siente mal y le pide ayuda. Por su trabajo en colaboración con el hospital de niños de zona norte aprendió a medir la presión, y por eso hoy asegura que “si me llaman a la noche, voy a donde sea”, y los chicos de la villa la cuidan y la acompañan. “Tenemos que ser amigos de los chicos”, sostuvo. Así también, ella trabajó con chicos en las cárceles, llevando la comida a la unidad seis del pabellón número cinco. Hasta hoy, ellos la quieren, la recuerdan y la llaman por su cumpleaños.

“Hagan algo por los barrios”, pide Marina, mientras espera “a ver si alguien que está arriba pueda entender”.

“Todo lo que quiero es que me tengan en cuenta y que no se olviden que yo siempre que viva voy a estar acá”, aseguró, para luego agradecer la presencia allí de Conclusión y la importancia de ello, ya que es vital “mostrar dónde está la necesidad, ya que otros no saben, no ven o no quieren ver… que creo que más que nada no quieren ver”.

“Esa es mi experiencia, esa es mi vida, y voy a seguir haciendo”, concluye Marina, y resulta inevitable no poder acompañarla.

El Centro Comunitario Sagrada Familia no es sólo una copa de leche y un lugar de contención, sino es un lugar donde se intentan curar los resultados de las miserias de la sociedad, también producidas, o ignoradas, por gente que prefiere mirar para un costado y evitar realidades. Esos techos donde más de 50 niños reciben abrigo, afecto y alimento fueron construídos enteramente con la voluntad de los vecinos, y cualquiera puede colaborar para que ello mejore, para que abra más días, para que falten menos cosas o para cumplir el sueño de que se pueda abrir el comedor para los chicos más necesitados.

Quienes quieran colaborar pueden acercarse al mismo centro o comunicarse con Marina telefónicamente al 156168939. Cualquier colaboración es bienvenida. Actualmente, uno de los problemas que aqueja al centro es la temperatura, ya que los inviernos son tremendamente fríos y los veranos insoportablemente calurosos. Ahora pudieron hacer el contrapiso, pero todavía no tienen los materiales para hacer el piso definitivo del lugar.

Marina es un ejemplo de trabajo, de persistencia, de solidaridad y de ayuda para el prójimo, cuatro ingredientes que además de convertirla en la madre, la tía, y la abuela de todos esos niños la transforman en un ángel.

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