Este espacio tiene como finalidad dar otra mirada sobre los hechos que gestaron la identidad nacional o brindar testimonio, a través de pinceladas que reflejan acontecimientos de distintas épocas, que no fueron debidamente divulgados o tendenciosamente escondidos.

En la década del 90, se comenzaron a utilizar, adrede, los conceptos técnicos que describen a los procesos de trabajo, y a la palabra explotación, se la reemplazó por productividad. También se hicieron moneda corriente conceptos a manera de camuflaje, como flexibilización o precarización laboral, que en definitiva, no es otra cosa que el avance sobre las condiciones más favorables para los trabajadores, que hacen posible aquella productividad o explotación.

Sin embargo, mucho más allá de agiornar los términos a la época, podemos ver claramente que la precariedad, según la Real Academia Española, significa “cualidad de precario, de poca estabilidad o duración, que no posee los medios y recursos suficientes, que se tiene sin título”.

Podríamos tomar al azar algunos de los miles de ejemplos que encontramos en la historia de las condiciones laborales en la Argentina, para graficar esta acepción de la palabra. Pero elijamos uno, que por el grado de barbarie y cercanía geográfica nos toca de cerca y cuadra de sobra, en el significado de precariedad.

En Santa Fe o en Santiago del Estero, Salta, Chaco, Tucumán y Catamarca, se hallaba la denominada región de los obrajes, que con el descubrimiento del tanino había elevado al máximo la demanda de países como Alemania, Francia e Inglaterra.

Allá por el año 1900, por cada tonelada de rollizo que entregaba el hachero, se le pagaba $ 7. Para tener una referencia de lo que constituía ese dinero, diremos que una bolsa de harina costaba $ 6.90. El peón ambulante llegaba al obraje y para subsistir, antes de trabajar y recibir el jornal, adquiría mercaderías de la proveeduría, las que debía pagar luego con su trabajo, quedando encadenado para siempre al obraje.

El siguiente relato de aquella época describe la realidad del hachero y los obrajes: “el hachero es el trabajador de ese mundo, se entierra en la selva para cortar rollizos, allí pelea contra los insectos, las zarzas y, sobre todo, la yarará. Se introduce en la selva con su familia y casi nada de bienes, que es lo único que posee. Sus armarios, mesas y sillas serán siempre troncos. Si permanece mucho tiempo en la selva, él y su familia terminarán “descivilizados”. Toda la familia trabaja en el desmonte del rollizo, el quebracho está siempre sitiado por zarzas y malezas, es imprescindible el desmonte, “el limpiamiento”, para encontrar su base. Este trabajo lo hacen siempre las mujeres y los hijos. Si el quebracho está en tierras pantanosas o inundadas, se trabaja casi desnudo, “enterrado” en el agua y en el barro. El hachero debe entregar el producto de su trabajo en “la cancha”, la cual puede estar en ocasiones a kilómetros del lugar del corte. El hachero trabaja metido en el monte de 4 a 6 meses, sin sueldo ni comida en muchos casos, hasta que aparece “el recibidor” para “valear” el trabajo, dar un vale. El recibidor pesa el trabajo a cálculo de vista, y siempre engaña al hachero con los kilos.

Un informe del Departamento de Trabajo del 11 de noviembre de 1939 dice que, según los precios de las proveedurías, el hachero debía trabajar 24 horas por día para hacer frente a sus necesidades mínimas. El endeudamiento con las proveedurías era interminable.

Hace pocas semanas se estrenó una película nacional, El Patrón, Radiografía de un Crimen, dirigida por Sebastián Schindel y protagonizada por Joaquín Furriel, donde relatan un hecho verídico sobre la relación del dueño de una cadena de carnicerías con un empleado, no registrado, mostrando crudamente la realidad del trabajo semi esclavo que todavía hoy persiste.

Más allá de las épocas y de las distintas realidades, esa condición de falta de estabilidad y de no poseer los medios y recursos suficientes, es lo que hace que el trabajador tenga que rebajarse a situaciones indignas para poder subsistir, y por más que hoy en día se adornen con espejitos y pantallas de colores del consumismo la realidad, la precariedad laboral es tan vieja como la explotación.