Por Alejandra Ojeda Garnero

A diario nos cruzamos con jóvenes de color que transitan las calles y vemos en algunas esquinas de la ciudad vendiendo bijouterie. Ellos pertenecen a una pequeña comunidad de africanos que llegaron por sus propios medios, pasando innumerables peripecias viajando, en muchos casos, como polizones en los barcos.

Desde distintos puntos de África llegaron a las costas de Argentina en busca de un destino mejor, huyendo de la pobreza y de una vida plagada de carencias, con ninguna posibilidad de revertir en su tierra natal. Llegaron en busca de un sueño, que todavía no lograron materializar en su totalidad.

La trama nos conduce a la vida de Stephen. Nació en Ghana, tiene 42 años y vive en Rosario desde 1999. Su historia no fue tan dramática como la de otros coterráneos, pero no por eso menos dolorosa. En diálogo con Conclusión contó detalles de su vida.

En su Ghana natal dejó a sus padres, ya que es hijo único, y una vida plagada de carencias y de una lucha constante por “salir adelante”, aunque nunca pudo lograr sus objetivos. Esa imposibilidad lo llevó a tomar la decisión más drástica de su vida: abandonar su tierra donde dejó a sus padres, única familia con la que cuenta, además de algunos primos.

Si bien ya había algunos africanos cuando Stephen llegó a Rosario, aquellos pocos inmigrantes lograron estudiar y volver a su tierra natal con algunas herramientas nuevas para enfrentar de otra manera la vida en su suelo natal.

Pero Stephen, como lo conocen todos, llegó para quedarse, conoció a su actual esposa con quien tiene tres hijos y sueña con volver a ver a sus padres. Otra meta en su vida es volver a pisar suelo africano y trabaja a diario para que las imágenes de su tierra no se borren de su mente, porque asegura que después de tanto tiempo “uno se va olvidando de muchas cosas”.

La vida no es fácil en África y las posibilidades de revertir la realidad son escasas, por ese motivo Stephen decidió dejar su país y probar suerte en otros horizontes. Con este panorama, en 1994 partió hacia Nigeria, luego pasó por Liberia, Senegal y Cabo Verde donde realizó distintos tipos de trabajo, primero en una agencia de lotería, después probó suerte en una gomería, trabajó en barcos de pesca, “un trabajo fuerte, como nos gusta a nosotros”, describe.

Más tarde, en Cabo Verde subió a un barco con destino a Panamá y durante la travesía hizo trabajos de mantenimiento, pero su idea era otra, torcerle el brazo al destino y buscar en nuevos horizontes un futuro mejor.

Al pisar suelo panameño, “renuncié al trabajo y me quedé”, donde también se la rebuscó para sobrevivir, aunque aseguró que “en Panamá me trataron muy bien. A los inmigrantes nos daban un lugar enorme donde podíamos estar todo el tiempo que quisiéramos. Nos daban comida y lo que necesitábamos”, remarcó.

Allí conoció a un turista argentino, a quien le pidió ayuda para llegar a esta tierra. Sin dudarlo, ese joven le ayudó a comprar el pasaje. “Cuando llegué trabajé más de un año en un reparto de Coca Cola. Después empecé a vender bijouterie en Rioja y San Martín», rememoró.

Fue uno de los primeros africanos en poner un puesto de venta de bijouterie en Rosario y con ese emprendimiento ayudó a sus coterráneos para que puedan tener un ingreso al llegar a la ciudad.

“Cuando llegaban otros chicos en los barcos, como polizones, los ayudé para que puedan tener un trabajo y puedan sobrevivir en la ciudad”, explicó Stephen. Y agregó: «Los llevaba conmigo y les enseñaba el trabajo hasta que ellos se animaran a empezar solos».

El hombre, de estatura media y cuerpo morrudo, se quiebra cuando recuerda su ciudad natal pero sobre todo cuando recuerda a sus padres. «La vida no es fácil para nosotros. Estamos lejos de nuestra familia, yo soy hijo único, mis padres son grandes y no sé si los voy a volver a ver algún día”, se lamentó.

También recordó que al llegar a la Argentina sufrió mucha discriminación, pues no era común a finales de la década del noventa ver “negros” en la ciudad. “Cuando caminaba por la calle, me miraban, me gritaban ‘negro de mierda’, las mujeres se agarraban las carteras porque pensaban que les iba a robar, me escupían, me puteaban y hasta una vez me rompieron la cabeza de un piedrazo”, recordó Stephe. Pero remarcó que “ahora la gente ya está acostumbrada”.

Sin embargo, resaltó que este país “es hermoso, hay cosas que no hay en otras partes del mundo. Acá no debería faltarle nada a nadie, sin embargo hay gente que no tiene para comer” y comparó con su país, donde “la gente no tiene posibilidad de nada, hay muchas necesidades y no hay posibilidades de salir adelante”.

En Rosario, hay aproximadamente cuarenta inmigrantes africanos, unos veinticinco llegaron como polizones en los barcos, muchos otros quedaron en el intento y murieron en alta mar. “Es un viaje de un mes más o menos. No es fácil sobrevivir. No sabemos cuántos quedaron en el mar”, se lamenta. Los residentes en la ciudad son de diferentes nacionalidades, “hay chicos ghaneses, liberianos, senegaleses, marroquíes, marfileños, argelinos, cameruneses, nigerianos, eso es todo”, enumera.

“La vida en África es muy difícil, y decidí irme para ayudar a mi familia, así llegué a Rosario, no somos ricos, todo nos cuesta mucho, cuesta sobrevivir, conseguir dónde vivir porque no tenemos garantías para alquilar un departamento. Los chicos viven en pensiones. Se nos cierran muchas puertas y eso no está bien”, se quejó.

“Las oportunidades no son para todos por igual, nosotros ahora somos una parte de Argentina, trabajamos, yo tengo tres hijos y mi esposa que son argentinos. Y tenemos los mismos derechos, los negros somos humanos como cualquiera. Si nos cortan la piel sale sangre igual que el resto”, graficó.

El sufrimiento es intenso, inconmensurable, la tristeza por no ver a sus padres durante 18 años es inexplicable. “Nosotros sufrimos mucho, aunque no lo demostramos, pero espero poder juntar la plata necesaria y viajar para tener el abrazo de mis padres”, auguró.

La ausencia de la familia que dejó en África no sólo le afecta a él, sino también a sus hijos, porque aún no pudieron conocer a sus abuelos. Si bien mantienen una comunicación fluida, por teléfono, “no es lo mismo estar ahí y que tu mamá te cocine una rica comida, que te dé un abrazo, un beso y compartir pequeños momentos”, pero Stephen no se resigna y asegura que sigue «trabajando para juntar la plata necesaria para poder viajar a verlos”.

El año 2006 marcó un antes y un después en la vida de los residentes africanos en la ciudad, porque “uno de los chicos que vendía bijouterie en una esquina fue golpeado y sacado por la Policía”, en ese momento crucial, Stephen intercedió para salvar al joven, tenía años de experiencia en la ciudad y venía luchando para conseguir permisos para poder trabajar como cualquier otro ciudadano.

Hoy preside la Asociación Africana de Rosario, que “ya obtuvimos la personería jurídica y el año pasado por primera vez pudimos levantar la bandera de África en el escenario mayor de Colectividades lo que fue un gran orgullo para mí. Eso es muy importante, porque pudimos mostrar nuestra cultura y la gente nos recibió muy bien”, relató Stephen.

Finalmente, resaltó que “nosotros somos gente de trabajo, vinimos para trabajar, en ningún quilombo de delincuencia estamos nosotros, entonces lo único que queremos es trabajar y salir adelante. Nosotros sufrimos, nadie sabe lo que nosotros sufrimos, porque las puertas se cierran. Pero seguimos adelante”, concluyó.