Dice Thierry Meyssan, periodista francés, que cuando Donald Trump acaba de prestar juramento como presidente de los Estados Unidos, y antes de que tuviese tiempo de hacer absolutamente nada, ni bueno ni malo, los patrocinadores de Hillary Clinton organizaron al día siguiente una gigantesca manifestación en su contra.

Y demostrando que lo que está en juego –dice el periodista en voltairenet.org– no sólo concierne a Estados Unidos, ya que manifestaciones idénticas tuvieron lugar en numerosos países, sobre todo en el Reino Unido. Por supuesto, los manifestantes no reaccionaban ante ningún acto en particular sino que se limitaban a expresar su angustia. Muchos portaban carteles donde podía leerse simplemente: «Estoy aterrado».

Donald Trump, presentado por sus adversarios como un personaje voluble, carente de línea de conducta, ha dicho desde hace tiempo lo que quiere hacer. Comenzó mostrándolo y después lo dijo de manera simultáneamente alegórica y clara: quiere restituir al pueblo estadounidense el poder que le fue confiscado el 11 de septiembre de 2001.

Ya antes de lanzarse en la carrera por la presidencia, Trump trató de abrir el tema del poder usurpado patrocinando el movimiento a favor de la verdad sobre el nacimiento del presidente Barack Obama. Utilizando el testimonio de la abuela del presidente, y posteriormente el hecho que no existía ninguna huella de su nacimiento en los registros de Hawái, así como de las irregularidades de su certificado oficial, el ahora primer mandatario de EE.UU. demostró que Barack Obama nació como súbdito de la Corona británica en Kenya.

Sin embargo, durante la campaña electoral, cuando tuvo la impresión de que realmente podía ganar, prefirió cerrar ese tema y evitó a partir de entonces todo tipo de provocación vinculada al presidente saliente. También puso fin a las alusiones sobre la diarquía del poder y centró su mensaje en la usurpación del poder real “por una camarilla cuya cabeza visible es Hillary Clinton”.

Usurpación del poder

Sus posiciones, que parecen carecer de sentido desde la perspectiva de los bandos que tradicionalmente existen en Estados Unidos, ya sea en materia de política exterior –¿es intervencionista o aislacionista?– o de economía –¿está a favor del libre comercio o del proteccionismo?– son sin embargo límpidas para quienes sufren la usurpación del poder.

Trump ha repetido constantemente, de manera lo suficientemente clara como para obtener el apoyo de sus conciudadanos pero de forma bastante alegórica, como para evitar el choque frontal, que todas las decisiones adoptadas desde el 11 de septiembre de 2001 fueron ilegítimas. Y eso nada tiene que ver con el antagonismo entre republicanos y demócratas ya que esas decisiones tuvieron el aval tanto del republicano George W. Bush como del demócrata Barack Obama. Pero sí tiene mucho que ver con una división “civilizacional” entre la casta que toleró las decisiones vinculadas al 11 de septiembre y quienes sufren las consecuencias de todo eso, entre los adeptos del puritanismo del Mayflower y los defensores de la Libertad.

Al contrario de sus predecesores, Trump escribió su discurso de investidura él mismo y lo centró en lo siguiente: “La ceremonia de hoy tiene un sentido muy particular, porque no se trata solamente de transferir el poder de una administración a otra o de un partido a otro. Lo verdaderamente importante no es quién tiene el poder en el gobierno sino el hecho que el gobierno esté en manos del pueblo estadounidense”.

La seguridad nacional

Desde el primer día, y en contradicción con la tradición estadounidense, este presidente número 45 implantó un equipo de seguridad nacional que se compone de militares de alto nivel: los generales James Mattis, John Kelly y Michael Flynn. Aunque la prensa los presenta como personalidades designadas de manera incoherente y sin relación entre sí, ese equipo fue conformado con vistas a recuperar el poder confiscado por una facción del complejo militaro-industrial.

El general James Mattis, nuevo secretario de Defensa, fue confirmado por el Senado y prestó juramento de inmediato. Sus pares lo consideran un verdadero erudito y uno de los mejores estrategas de su generación. Durante la campaña electoral, fue contactado para que se nominara como candidato a la elección presidencial por el Partido Republicano. Después de un corto periodo de vacilación y luego de descubrir los entresijos de la política en Washington, Mattis se retiró sin dar explicaciones. Su regreso, como miembro del equipo de Trump, ha sido acogido con entusiasmo en el seno de las fuerzas armadas, lo cual resulta especialmente importante dado el hecho que de cada 3 militares estadounidenses 2 votaron por Trump. Durante los 2 últimos años, el general Mattis trabajó como investigador en la Hoover Institution –un think-tank republicano con base en la universidad de Stanford. Estuvo realizando un estudio sobre las relaciones entre civiles y militares que demuestra su voluntad de poner las fuerzas armadas al servicio del Pueblo.

A su llegada al Pentágono, Mattis hizo circular un corto mémorandum donde afirma que «los militares y las agencias de inteligencia son los centinelas y guardianes de la Nación», frase cuyo objetivo es tanto aplacar el conflicto sobre Rusia surgido entre Trump y el director saliente de la CIA, John O. Brennan, como reorientar el trabajo de las fuerzas armadas hacia la defensa de la Nación, en vez de seguir persiguiendo la quimera imperial y de dedicarse a proteger los intereses de las transnacionales [7].

La CIA

Dado que Mike Pompeo, nominado para el cargo de director de la CIA, estaba en espera de su confirmación por parte del Congreso, Trump fue personalmente hasta la sede de la agencia. Entre todo lo que dijo, se las arregló para indicar claramente el rumbo: “Erradicar el terrorismo islámico de la faz de la Tierra”. Dio además la impresión de estar al tanto de los debates que durante los 4 últimos años han sacudido la CIA sobre la locura de apoyar al Emirato Islámico (Daesh).

Al no estar presente Pompeo, el presidente no abordó el tema de la reforma estructural de la CIA. El memorándum del general Mattis, la presencia del general Flynn junto al nuevo presidente y la manera como este último se refirió a Pompeo –quien fue un alumno brillante en la academia militar de West Point– dan la impresión de que este nuevo equipo tiene intenciones de poner a la CIA en la órbita del Pentágono más que en la del Departamento de Estado, opción tendiente a cortar las posibilidades de intervención de Hillary Clinton, quien aún goza de influencia en la secretaría que ocupó durante 4 años.

Paralelamente, Trump solicitó a unos 50 miembros de la administración Obama que se mantengan en sus puestos. Figuran entre ellos el enviado especial ante la coalición anti-Daesh, Brett McGurk; el subsecretario del Tesoro a cargo de la lucha contra el financiamiento del terrorismo, Adam Szubin; el director del Centro Nacional Antiterrorista, Nicholas J. Rasmussen, y el jefe del estado mayor particular de la Casa Blanca, Dab Kern.

Ello indica que la Casa Blanca quiere disponer de inmediato de un equipo capaz de luchar contra el Emirato Islámico.

Entretanto, el general Joe Dunford, jefe del Estado Mayor Conjunto, anunció que está listo para presentar al presidente Trump diferentes opciones de ataque contra Daesh. Una de ellas consistiría en tomar la ciudad siria de Raqqa –actualmente bajo control de Daesh– utilizando un ejército de 23.000 mercenarios árabes, ya formados por el Pentágono. Dunford se hallaba el 16 de enero en París, donde presidió una reunión de jefes de estado mayor de los miembros de la coalición.

Independientemente de lo que decida, Donald Trump tendrá que tener en cuenta el hecho que la administración Obama entregó a Daesh grandes cantidades de armamento. Además, el Emirato Islámico dispone de una experiencia combativa que no tienen los nuevos mercenarios. Y antes de atacar Raqqa, Trump también tendrá que decidir lo que quiere hacer en Irak y en Siria.

Kelly confirmado por el Senado

A la cabeza del Departamento de Seguridad fue nombrado el general John Kelly, ya confirmado por el Senado y actualmente en funciones. Según la prensa estadounidense –fuente muy poco confiable y que se debe manejar con extrema precaución– este ex jefe del SouthCom fue seleccionado debido a su gran conocimiento sobre la frontera con México y todo lo relacionado con esta.

Pero no hay que olvidar que este militar fue jefe adjunto del general Mattis en Irak. En 2003, ambos entraron en conflicto con Paul Bremer, el jefe de la «Autoridad Provisional de la Coalición» –que, a pesar de lo que parece indicar su nombre, nunca dependió de la coalición sino de los hombres que organizaron el 11 de Septiembre. Los generales Mattis y Kelly también se opusieron a la guerra civil que John Negroponte organizó –creando el «Emirato Islámico en Irak», hoy convertido en Daesh– para desviar la resistencia iraquí de la lucha contra la ocupación estadounidense. Mattis y Kelly trataron, por el contrario, de reconocer a los jefes de las tribus del centro de Irak para evitar ser considerados como ocupantes. Para lograrlo se apoyaron en el jefe de la inteligencia militar estadounidense en Irak…, el general Michael Flynn. Pero al final, los tres tuvieron que plegarse a las órdenes de la Casa Blanca, favorable al plan de guerra civil de Negroponte.

Tratando por todos los medios de cuestionar la autoridad del general Flynn, Hillary Clinton y su director de campaña, John Podestá, hicieron correr el rumor de que él o su hijo, Michael Flynn Jr., son incapaces de ser discretos y que nos ayudaron a redactar un artículo sobre la reforma de la inteligencia estadounidense. Y por si no bastara con esa acusación, utilizaron un tweet en el que el hijo del militar menciona uno de nuestros artículos para acusarlos a él y a su padre de «complotismo», o sea de querer aclarar los hechos del 11 de septiembre de 2001.

Una vieja amistad

Aunque la prensa estadounidense diga lo contrario, los generales Flynn, Mattis y Kelly se conocen desde hace mucho y están al servicio del mismo objetivo –lo cual no quiere decir que las relaciones serán siempre fáciles entre ellos. Sólo oficiales superiores de la envergadura de estos tres generales son capaces de ayudar al presidente Donald Trump a recuperar el poder usurpado desde el 11S. Para lograrlo tendrán que limpiar el Pentágono e incluso instituciones internacionales como la OTAN, la Unión Europea y hasta la ONU, en las que se han infiltrado los hombres del atentado.

Los millones de personas que participaron en las manifestaciones contra el nuevo presidente de Estados Unidos tienen razón en querer expresar sus temores. Pero no porque el nuevo inquilino de la Casa Blanca sea misógino, racista y homófobo, lo cual no es, sino porque estamos aproximándonos al momento del desenlace y porque quienes usurparon el poder en Estados Unidos pueden ser capaces de cualquier cosa para conservarlo.

Y ese enfrentamiento no tendrá lugar en el Medio Oriente ampliado sino en Occidente, sobre todo en Estados Unidos.