Por Carlos Duclos

Un ladrillo mal colocado puede dañar una pared; o, como decía Santiago: “Cuando se viola un principio de la ley se viola (se cae) toda la ley”. Y esto es lo que le ha sucedido al Movimiento Nacional Justicialista en este balotaje. Alguien, o algunos, han colocado mal uno o varios ladrillos y la pared se venció, por obra y gracia de los propios arquitectos y albañiles que la levantaron.

Desde el gobierno, por caso, se ha subestimado a buena parte de la sociedad argentina con expresiones y acciones que esa misma masa rechazaba. Por ejemplo: el mesianismo, el enfrentamiento, la crítica a veces mal intencionada de algunos, el ataque sin justificación.

Daniel Scioli, por otra parte, pésimamente asesorado durante su campaña, apeló a un mensaje en las antípodas del anhelo de una sociedad políticamente independiente que reclamaba otra cosa. Scioli, además, cargó con las traiciones internas, propias de una feroz interna. El candidato del Frente para la Victoria no supo, o no pudo, por otra parte, persuadir a la sociedad sobre el hecho cierto de que él no era Cristina. Un mensaje errático, insustancial, equivocado en muchos aspectos, sumado a actitudes gubernamentales inconducentes, inapropiadas, y el pertinaz propósito de querer instalar candidatos (como Aníbal Fernández) rechazados por la sociedad, tuvieron como efecto el resultado.

Todo esto, claro, sumado al hecho de que un importante poder mediático opositor al gobierno fue horadando la conciencia popular desde hace tiempo. Un gobierno, por otra parte, que hizo lo suyo, y bien, para darle letra a tal poder con sus acciones a veces rayanas en el absolutismo. Y se sabe, claro, que el absolutismo está convencido de que lo puede todo, de que todo pende de él, de que es el centro de las cosas, de que el mundo gira a su alrededor. Grave error.

Es que hay quienes aún no han comprendido que el Estado no son ellos y que el poder para sostenerse necesita de la inteligencia y no de la soberbia y menos aún de la vana e innecesaria confrontación.

Los efectos de todo esto los pagó Daniel Scioli. Un Scioli que en lugar de cambiar el rumbo, llamar a la conciliación, que en rigor de verdad él sostiene, creyó en el guión que le acercaron, o no tuvo más remedio que aceptar. En suma, que esta derrota parecía anunciada, incluso sospechada dentro de una parte del mismo justicialismo.