Por Alejandro Maidana

Es casi un imposible no caer en la frustración, cuando la lúgubre realidad de los pueblos fumigados golpea una y otra vez con la fuerza de un yunque. La ambigua sensación que genera estar compartiendo estas  líneas periodísticas que se desvanecen rápidamente al igual que los sueños rotos de aquellos que solo pretenden una vida sujeta a derechos, suele coquetear con el derrotismo.

Lo explicito del impacto a la salud y biodiversidad en todo su conjunto que impulsa el actual modelo productivo,  ya no debería ser materia debate, pero el poderío económico y el furibundo lobby del agronegocio, obligan a redoblar la apuesta en un país que concentra privilegios y socializa el dolor.

A la tierra arrasada, se le suman las constantes migraciones internas, la concentración de tierras, la explotación de las mismas en pocas manos, y un reguero de venenos que acaba con todo a su paso. Inviable, esa es la única manera de calificar a un modelo que solo cosechó miseria, aniquilando la ruralidad como la conocíamos antes de los 90. De no existir un firme golpe de timón político en materia económica, la profundización de la desidia estará asegurada por varias generaciones.

>>Te puede interesar: Dos mujeres luchan contra sus enfermedades y las fumigaciones en tiempos de aislamiento obligatorio

La vida en un país tan rico como desigual, nos plantea la imperiosa necesidad de torcer un paradigma escabroso. Con casi la mitad de la población bajo la línea de pobreza, situación que visibilizó y exacerbó la pandemia, la toma de decisiones que puedan alterar el curso de un destino implacable, no debería hacerse esperar. No hay salida profundizando el extractivismo, los commodities deben comenzar a ceder para darle paso a la producción de alimentos saludables que pueda abastecer la demanda de un pueblo que debe dejar de ser prisionero de la agenda del agronegocio.

Dos mujeres transformadas en conejillos de indias

Lidia Rosana Moreira vive en el Sexto Distrito, Entre Ríos, localidad que se encuentra ubicada entre Victoria y Gualeguay, para citar una referencia que ayude a ubicarla con certeza. Tanto Lidia como su madre, una mujer de más de 90 años que padece Parkinson, deben permanecer encerradas por un tiempo prolongado y de manera sistemática, cada vez que el arrendatario del campo lindero a su hogar, decide fumigar con agroquímicos.

Lidia padece severos problemas respiratorios producto de su exposición a los venenos, patología que se acrecienta cuando los venenos que utiliza el agro ganan terreno. Esta mujer rural ha recorrido fiscalías intentando encontrar en la justicia un cobijo que nunca llegó. Un amparo ambiental aparece en el horizonte inmediato como una posible salida transitoria, pero por el momento el mismo no se lleva a cabo. Mientras tanto, a Lidia y a su mamá las siguen fumigando.

>>Te puede interesar: Agrotóxicos: cuando perseguir justicia resulta una verdadera quimera

El negocio por sobre la salud, la billetera y su incesante jaque mate a los derechos de las mayorías aletargadas. El pasado miércoles 16 de junio, la vida en la chacra de Lidia Moreira volvió a alterarse y a verse acorralada. La presencia de una ingeniera agrónoma hacía presagiar el comienzo de una nueva odisea. El campo vecino pertenece a Alejandro Berlingeri  y el arrendatario es Carlos Flores, y ese día a las 16.40 las aspersiones transformaron nuevamente al aire en irrespirable.

Aún se desconoce el o los químicos utilizados en la receta agronómica, ya que cuando Lidia Moreira le solicitó a la ingeniera agrónoma, María Luciana del Sarto (matrícula 1.434), que le mostrase la receta para cotejar con qué productos la iban a fumigar y la fecha de emisión de la misma, la respuesta fue negativa. El argumento de la profesional fue que dicha receta agronómica, había sido dejada en la comisaría del Sexto Distrito.

Pero el calvario recién comenzaría, ya que después de ser fumigada junto a su madre, Lidia Moreira comenzó a experimentar un malestar generalizado debido a los venenos aplicados a solo 50 metros de su vivienda, distancia legal, lo que implica una verdadero despropósito, aún más, contemplando que el viento ayudó a que el momento vivido sea tenebroso.

El 18 de junio Moreira debió trasladarse a un Centro de Salud de Gualeguay, ya que a su conocido cuadro alérgico, se le habían sumado las nauseas y un pronunciado decaimiento. A raíz de esto, la facultativa médica que atendió su caso, con la responsabilidad profesional que ameritaba la situación, se comunicó con la comisaría del Sexto Distrito con la intención de conocer la fórmula química utilizada en la aspersión, pero lamentablemente no pudo tener éxito. La respuesta del oficial que atendió su llamado, fue que la única receta que se encontraba en el lugar, era del mes de marzo. Nefasto.

“Estoy cansada pero no abatida, no puedo creer que no se pueda hacer nada para frenar tamaño atropello a la salud y a la vida. Resulta increíble que quieran dar vuelta la historia para acomodarla en beneficio propio, ya que sostienen que con esta movida entorpecemos su trabajo”, le dijo a Conclusión la vecina fumigada.

>>Te puede interesarUn ecocidio sistemático que sigue su curso en plena cuarentena

Hasta el día de hoy se desconoce qué tipos de químicos fueron utilizados en la aplicación, y que afectaron una vez más, la salud de Lidia. “No puede ser que mi doctora, quién me atendió en Gualeguay, tenga que trasladarse hasta el Sexto Distrito en búsqueda de datos que puedan ayudar al diagnóstico médico. Ocultan información, deslindan responsabilidades, mientras tanto nos siguen fumigando, nos siguen enfermando, luchamos en soledad contra intereses económicos que parece manejarlo todo”.

La pandemia aún no bajo la guardia, mientras desde el estado nacional se apela a la responsabilidad individual para no hipotecar los cuidados, la realidad de las y los vecinos fumigados sigue gritando su dolor en el olvido más escalofriante. El envenenamiento  sigue siendo considerado una actividad esencial, la ruralidad agoniza, al igual que los derechos de aquellos que no se resignan a seguir participando de este laboratorio a cielo abierto.