Por Florencia Vizzi

Los Rolling Stones desembarcaron en Sudamérica. Los integrantes de la mítica banda de la lengua burlona arribaron el pasado domingo a Santiago de Chile para dar comienzo a lo que podría ser su última gira por el el continente latinoamericano.

Llegaron en un chárter desde Los Ángeles acompañados por un equipo integrado por 140 personas. El lunes estuvieron en el Estadio Nacional, donde este miércoles ofrecerán un concierto 21 años después de su primera presentación en el país trasandino, para el cual ya se han vendido más de 55.000 entradas.

La gira por el sur del continente americano continuará con shows en Argentina, Brasil, Uruguay, Perú, Colombia y México.

Es probable que, dada la antigüedad de los integrantes del “grupo más famosos de la historia del rock”, como ellos mismos se bautizaran alguna vez, sea ésta su última visita a América del Sur, y, por esa misma razón, la serie de recitales que ofrecerán posiblemente adquieran el carácter de “legendarios”. Porque la historia, no sólo del rock, sino la historia misma de la música tendrá, ya tiene, de hecho, un apartado exclusivo para los Rolling Stones, la icónica banda inglesa que lleva más de medio siglo haciendo eso para lo que parecen haber nacido, la perfecta mezcla de música de la buena, con el toque necesario de showbussines y glamour, que los convirtió en lo que hoy son: un mito.

Pero algo más para decir: más allá de todos los clichés y lugares comunes que recorren siempre el mismo camino de la que es, sin dudas, la banda más longeva de la historia del rock, algo que supere la falaz dicotomía Beatles vs. Rollings, o las típicas ironías sobre el pacto con el diablo que los erigiría en los Dorian Gray del rock.

Estos muchachos, que han representado como pocos el estereotipo rockero por excelencia, no sólo por aquello del “sexo, drogas y rockandroll”, receta que han seguido casi obsesivamente por más de cincuenta años, sino por la actitud de “chicos malos”, entre contestarios y marketineros, cuyo verdadero pacto con el diablo tuvo más que ver con despreciar determinados cánones sociales, el decoro tradicional de cierta clase social acomodada y conformista, y escupir sobre ellos por medio de todos los excesos posibles.

Uno de esos excesos, el más importante, más allá del común anecdotario que implica la experimentación en una época convulsionada, en la cual el rock representó la respuesta rebelde a un sistema social hipócrita, complaciente y sanguinario, fue y siempre será su música y su increíble capacidad para componer una selección tan importante de canciones que han pasado a la historia como clásicos del rock.

Esa historia, que comenzó a escribirse cuando dos amigos de la infancia, Mick Jagger y Keith Richards, se reencontraron en un tren que iba de Londres a Dartford, y se selló el 12 de julio de 1962 en el mítico Marquee Club de Oxford Street, cuando por primera vez subieron a un escenario, en aquel momento con la formación que echó a rodar el mito, a la que además de los dos ya nombrados, se sumaron el extraordinario guitarrista Brian Jones, el bajista Dick Taylor, el baterista Mick Avory y el pianista Ian Stewart.

A partir de allí comenzó un ascenso que, si bien podría decirse que hace años ha llegado a su límite, probablemente, en 1994, cuando la banda editó “Voodoo Lounge” (aunque A bigger bang, en 2005 fue otro ramalazo Stone que sorprendió a muchos), nunca tuvo caída. Ni siquiera la oscura muerte de Brian Jones, probablemente el más talentoso de todos ellos, un adelantado a su época en cuanto a lo artístico se refiere, pudo con la banda.

Los Stones tomaron su nombre de una canción de Muddy Waters, quien a su vez, tomó la expresión de un antiguo proverbio latín que dice “Las piedras que ruedan no tienen musgo”. Y, a pesar de que sus integrantes superan ya los 70 años, bien puede decirse que esa expresión ha sido hecha para ellos. No sólo no se han puesto viejos y mohosos, sino que, al ver las contorsiones de Jagger sobre los escenarios, el despliegue de Richards, la capacidad de Charlie Watts para hacer estallar la batería, uno se pregunta si realmente no habrán firmado el tan mentado pacto con el diablo, que los mantiene jóvenes, ricos y exuberantes a pesar de una larga vida de excesos.

Provocadores, escandalosos y brutalmente talentosos, han obsequiado para la posteridad canciones ineludibles como “Simphaty for the devil”, (I can’t get no) Satisfaction, “Gimme Shelter”, “Angie”, (cuya historia merece ser escrita aparte e incluye a múltiples rumores sobre a quién estaba dedicada, aunque el más común es que fue escrita para la esposa de David Bowie), que seguirán sonando hasta el fin de los tiempos.

A lo largo de su extraordinaria carrera, Mick Jagger, Ron Wood, Charlie Watts y Keith Richards han ofrecido sonidos rithm and blues, country, hard rock, blues, soul, psicodélicos y funk, y han demostrado una asombrosa capacidad para reinventarse cuando se creía que ya no podía esperarse más de ellos.

Desde aquel 1962, cuando tocaron en público por primera vez, el legado de sus discos no puede repasarse sin dejar afuera alguno, y conformando a todos sus fans, pero nadie debería dejar de escuchar Aftermath, Their Satanic Majesties Request, Let it bleed, Sticky fingers,  Exile on main street, Some girls,  Tatoo you y  A bigger bang, entre otros. 

 La permanente demonización, por parte de la prensa y los sectores más conservadores de la sociedad, a ambos lados del océano, y fogoneado por ellos mismos, y por su histórico mánager Andrew Loog Oldham, que comprendieron a la perfección que esa parte del juego del «showbussines» sólo los volvía más y más populares, tuvo uno de sus picos con el slogan ¿“Usted dejaría que su hija se case con un Rolling Stone? Pergeñada por el astuto Oldham, a fines de la década del 60, reflejó a la perfección ese espíritu “demoníaco” de chicos malos, sucios y sexies, y fue también fiel reflejo de una época, y de lo que la banda provocaba en las diferentes generaciones. El delirio que avivaban en sus seguidores era inversamente proporcional al espanto que ocasionaban en sus padres y en ciertos sectores sociales. Pero evidenció también la habilidad de los músicos para construirse a sí mismos como mito. Desde ese provocador interrogante hasta las declaraciones de Richards, que dijo haber aspirado las cenizas de su padre, las formas cambiaron con los tiempos, pero la esencia ha sido siempre la misma, la extraordinaria habilidad del grupo para manejar los códigos del mainstream sin perder esa esencia de provocadora y rebelde que los ha identificado desde sus orígenes.

Claro que, al día de hoy, muchos soñarían con  responder «sí» a esa pregunta y ser parte, aunque sea tan sólo un poco, de la historia de una de las bandas más influyentes e importantes de la historia del rock, las insoslayables “majestades satánicas”, feroces, lúcidos, talentosos e inmortales, casi como el mismo demonio.

Los shows en Argentina serán el 7, 10 y 13 de este mes en el Estadio Único de La Plata. Las entradas se pusieron a la venta en noviembre de 2015 y se agotaron en 16 horas, según anunciaron los productores del show. Se estima que tal vez podría haber una nueva fecha para mayo, pero aún no está confirmada.