Mariano Olmedo, uno de los hijos del humorista Alberto Olmedo, aseguró que el documental-ficción que filmó sobre su padre -de cuya muerte hoy se cumplieron 30 años- era «la última materia» que le «faltaba aprobar para dejarlo descansar en paz» y destacó que si bien años atrás el humor del cómico era tildada de «chabacano» luego «el tiempo lo fue reivindicando».

Al cumplirse 30 años de la trágica muerte de Olmedo, cuando cayó del balcón de un edificio frente a la playa Varese en Mar del Plata, su hijo Mariano se prepara para estrenar el próximo jueves la docuficción «Olmedo: El rey de la risa», que incluye recreaciones de su infancia en la década del 40 y su Rosario natal, cuando «El Negro», con sus amigos, hizo sus primeras tablas gracias a su entrenamiento como acróbata, la danza española y su impar sentido del humor.

El capocómico, que hizo una exitosa carrera de tres décadas de televisión, radio, teatro y cine logrando hasta 45 puntos de rating con personajes icónicos, películas con recaudaciones millonarias y temporadas veraniegas marplatenses con más de cien mil espectadores, es homenajeado por familiares y colegas en el trabajo documental, donde se alternan con testimonios de sus hermanos, Palito Ortega, Moria Casán, Dady Brieva, Guillermo Francella y hasta Diego Capusotto.

-Télam: ¿Alberto Olmedo no parecía un tema fácil incluso para su hijo?
-Mariano Olmedo: Encarar este proyecto no era difícil por tratarse de Alberto Olmedo. Más allá de que fue mi padre, estaba seguro de lo que quería hacer y lo fui resolviendo. No fue una carga y la idea estaba hace mucho tiempo. Para mí era la última materia que me faltaba aprobar para dejarlo descansar en paz. Tanta gente le venía haciendo homenajes, que decidí hacerle uno personal.

-T: ¿Qué era lo que querías que tuviera, y qué no?
-MO: También sabía que debía, sí o sí, apuntar a su infancia y adolescencia y no referirme a su muerte. No había que sobrecargarlo. Me parece que hubiese sido un golpe bajo y y la verdad es que no tenía ganas de revivir aquel momento.

-T: Fue un actor amado por el público masivo pero maltratado por la crítica «seria»…
-MO: Es curioso que en los tiempos en que su humor le encantaba a una gran parte de la sociedad había muchos otros que lo tildaban de chabacano. Sin embargo, el tiempo lo fue reivindicando y hasta se convirtió en tema de análisis de sociólogos. Alguna que otra universidad lo tiene como tema. La conclusión es que pudo primero romper la cuarta pared de la televisión y después de fallecido volvió a quebrar otra que separaba el humor popular de la intelectualidad. Fue así que la sociedad lo empezó a querer de otra manera.

-T: Entre sus clásicos están los sketchs del dictador de Costa Pobre y el Yéneral González, que en tu película recuerda Diego Capusotto…
-MO: El sketch de Costa Pobre era, claramente, una forma de reírnos de nosotros mismos. Era un hombre común con una banda presidencial que, en realidad era una cinta de corona fúnebre, al frente de una isla que no tenía balas para atacar. Un disparate, igual que el Yéneral González.

-T: ¿Del Capitán Piluso quedó poco, no?
-MO: Con respecto ese material es una lástima porque la mayoría se perdió. Recuerdo que invitaba a los chicos a tomar la leche y a ver Merrie Melodies, los dibujos animados de las cinco de la tarde. Hubiese sido muy lindo poder rescatar más de aquellos momentos.

-T: Preferiste las entrevistas a más videos con sus programas…
-MO: La película es mi propio punto de vista acerca de mi padre y creo que pude hacerlo sin tener que recurrir a lo fácil.

-T: ¿En ese sentido, te quedaron cosas por incluir?
-MO: Hay algunas cosas que me hubiese gustado recuperar, por ejemplo algo con su amigo Tato Bores, algunas otras cuestiones podrían haber sido más extensas pero no quería que sea demasiado largo, quería que sea entretenido.