El 17 de octubre del 1945, una multitud se congregó en la Plaza de Mayo para reclamar la libertad de Juan Domingo Perón, quien en ese entonces era Secretario de Trabajo. Tras el éxito del movimiento popular, y desde los balcones de la Casa Rosada, el entonces coronel le habló al pueblo y aseguró que la conciencia de los trabajadores es lo único que puede hacer “grande e inmortal a la patria”. 

Aquel 17 de octubre de 1945 fue el corolario de una serie de hechos que comenzaron doce días antes. La noche del 8 de octubre, cuando el entonces coronel festejaba sus 50 años, el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Avalos, le exigió la renuncia a la vicepresidencia de la Nación y a los cargos de secretario de Trabajo y secretario de Guerra.

Dos días más tarde, Perón convocó a la Secretaría de Trabajo a varios gremios para despedirse y anoticiarlos de la situación. La resolución de dirigirse a los trabajadores constituyó su última alternativa política, un pretexto para congregar a los obreros que lo apoyaban y hacer una demostración de fuerza ante los ojos de los militares.

El jueves 11 de octubre Perón solicitó licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro y el 12 por la mañana, los civiles antiperonistas se citaron en la plaza San Martín y reclamaron ante el Círculo Militar el reemplazo del entonces presidente Edelmiro Farrell.

En el mismo momento el coronel Domingo Mercante, principal colaborador de Perón, congregó a dirigentes gremiales para pedirles que convoquen a una huelga general.

El sábado 13 de octubre el presidente Farrell encomendó al subjefe interino de policía, mayor Héctor D’Andrea, la detención de Perón en su casa de la calle Posadas 1567.

D’Andrea cumplió esa orden y Perón fue trasladado a la isla Martín García.

Desde la prisión, Perón escribió una carta a Eva Duarte, su esposa: “Tesoro mío. Tené calma, y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia, y sé que el tiempo me dará la razón”.

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“Empezaré a escribir un libro sobre esto (…) veremos entonces quién tiene razón. El mal de este tiempo y especialmente de este país, son los brutos, y tú sabes que es peor ser bruto, que ser malo”, le confesó Perón a Evita.

Un hábeas corpus, alentado por Evita, fracasó, pero la noticia de su detención movilizó a los gremios y los obreros de la carne, dirigidos por Cipriano Reyes, quienes recorrieron las calles de Berisso y Ensenada con carteles y banderas argentinas.

El domingo 14 Perón siguió preso en Martín García. Supuestamente atacado de pleuresía, se iniciaron gestiones para internarlo en el Hospital Militar, trámite que resultó exitoso, pero el traslado se postergó hasta el miércoles 17.

Al conocerse el lunes 15 de octubre la noticia del traslado de Perón al Hospital Militar, Cipriano Reyes organizó la movilización popular.

En la tarde del martes 16 de octubre, en Berisso, los obreros de la carne iniciaron una marcha reclamando a viva voz la libertad de Perón.

La policía provincial dispersó a los manifestantes a las pocas cuadras, pero se reagruparon con la intención de cruzar el puente que une Berisso con Ensenada, para llegar hasta la destilería de YPF y levantar a sus obreros.

Fueron de nuevo contenidos, esta vez por un piquete de marineros. Hechos similares se reprodujeron en Avellaneda y, finalmente, algunos grupos de trabajadores llegaron a la Capital.

El miércoles 17 de octubre, a las 2 de la madrugada, Perón fue llevado al undécimo piso del Hospital Militar. Evita, con su hermano Juan Duarte, ingresaron poco después.

A partir de ese momento, el cuartel general de operaciones tuvo como sede ese sector del policlínico.

Horas después, a las 7 de la mañana, los obreros de la carne lanzaron una huelga general y comenzaron a recorres las calles porteñas.

Con el correr de las horas se fueron congregando en la Plaza de Mayo.

Ante el tamaño de la movilización popular, el nuevo ministro de Guerra, Ávalos, se reunió con Perón en el Hospital Militar, donde mantuvieron un corto encuentro en el que pactaron condiciones.

Así, acordaron que Perón hablaría a los manifestantes para tranquilizarlos, no haría referencia a su detención y los invitaría a retirarse y, por otra parte, el Gabinete renunciaría en su totalidad y Ávalos solicitaría su retiro.

Desde los balcones de la Casa Rosada y cerca de la medianoche, Perón dijo a los trabajadores: “Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción; pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la patria”.

“Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, había de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda”, sentenció.

Y agregó: “Que sea esa unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea esa unidad, sino que también sepa dignamente defenderla”.

“Dije que había llegado la hora del consejo, y recuerden, trabajadores, únanse y sean más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse nuestra hermosa Patria, en la unidad de todos los argentinos”, resaltó.

Y concluyó: “Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días”.