El 1° de mayo de 1886 estalló la huelga en todo el territorio de los Estados Unidos por la jornada de ocho horas. Más de 350.000 trabajadores paralizaron cinco mil establecimientos, salieron a las calles y plazas para reclamar por sus reivindicaciones.

En la ciudad de Chicago, los sucesos se tornaron violentos que culminó en la masacre de la plaza Haymarket (4 de mayo) y en el posterior proceso judicial irregular, contra los dirigentes anarquistas y socialistas de esa ciudad, cuatro de ellos fueron ahorcados un año y medio después.

Cuando los mártires de Chicago subieron al cadalso para ser ejecutados el 11 de noviembre de 1887, finalizaba la etapa más dramática de la presión ejercida sobre las masas asalariadas que luchaba por acortar la jornada de trabajo. Fue una lucha que duró décadas. Este hecho histórico fue ocultado y silenciado, e incluso se le suprimieron todos los vestigios de su profundo contenido social, hasta tal punto que en algunos países el 1° de mayo fue convertido en hecho “festivo” o en un día franco más. Bastará tener presente los sucesos para darle una justa dimensión a la fecha designada desde entonces como “Día Internacional de los Trabajadores”.

En 1889, el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, instituyó el Primero de Mayo como jornada de lucha para perpetuar la memoria de los trabajadores injustamente ahorcados por reclamar por una jornada de ocho horas. En nuestro país, la primera conmemoración se dio el 1 de Mayo de 1890.

Paradojicamente, en Estados Unidos se conmemora el Labor Day -y no el día del Trabajador- el primer lunes de septiembre.

En 1829 se conformó un movimiento para solicitar a la legislatura de Nueva York la jornada de ocho horas. Anteriormente existía una ley que prohibía trabajar más de 18 horas, «salvo caso de necesidad». De no mediar tal situación, cualquier empresa que hubiese obligado a un obrero a trabajar jornadas de 18 horas diarias debía pagar una multa de 25 dólares.

La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, era la organización a la que estaban afiliados los obreros mayoritariamente, aún así, la de más predicamento era la American Federation of Labor (Federación Estadounidense del Trabajo), la que inicialmente algunas fuentes señalan como anarquista.

En su cuarto congreso, realizado el 17 de octubre de 1884, se dispuso que desde el 1 de mayo de 1886 la duración de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas, con la iniciativa de hacer huelga si no se obtenía esta reivindicación y sugirió a todas las uniones sindicales que tratasen de proponer leyes en similares en sus jurisdicciones. Esta resolución concitó un alto interés de las organizaciones de trabajadores.

En 1868, el presidente Andrew Johnson (15 de abril de 1865 – 4 de marzo de 1869) promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo la jornada de ocho horas. Al poco tiempo, diecinueve estados sancionaron leyes con jornadas máximas de ocho y diez horas, aunque siempre con cláusulas que permitían aumentarlas a entre 14 y 18 horas. Aún así, debido a la falta de cumplimiento de la Ley Ingersoll, las organizaciones laborales y sindicales de EE.UU. se movilizaron.

«Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: “la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable». (Relato de la ejecución por José Martí, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires)

La prensa de Estados Unidos, reaccionaria y alineada con las posturas empresariales, calificó al movimiento como «indignante e irrespetuoso», «delirio de lunáticos poco patriotas», y manifestó que era «lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo».

Eric Arnesen, profesor de Historia en la Universidad George Washington, explicó la discrepancia en la fecha de celebración del Día del Trabajo, que como tal, antecede a los sucesos de 1886.

Arnesen, manifiesta que “La fecha clave es 1882, cuando el sindicato central de trabajadores de Nueva York declaró una especie de feriado laboral con una gran marcha en la ciudad, de entre 10 y 20 mil trabajadores con pancartas, ante un cuarto de millón de personas, según algunos relatos”, afirma.

“Se escogió el 5 de septiembre para coincidir con la reunión de los Caballeros del Trabajo, que era la federación laboral más progresista. La federación sindical lo repitió al año siguiente y en 1884 lo fijaron para el primer lunes de septiembre”, añadió el historiador.

No sólo eso, sino que los Caballeros del Trabajo se distanciaron de los sectores involucrados a la violencia de Haymarket, pese a que sufrieron las consecuencias también, siendo objeto de medidas represivas.

En 1887, el presidente estadounidense Grover Cleveland (4 de marzo de 1885 – 4 de marzo de 1889), estableció el Día del Trabajo en septiembre como feriado oficial en EE.UU, siguiendo la celebración de los Caballeros del Trabajo y para evitar que el 1° de mayo sirviera como glorificación de los “mártires de Chicago”.

“En EE.UU. celebraban el 1° de mayo sindicalistas anarquistas, miembros del partido socialista de los trabajadores y del partido comunista, identificados como parte de la izquierda internacional, el grueso del movimiento laboral no se identificaba con la izquierda radical, por lo que escogieron otro día”.”, dice Arnesen.

En la actualidad, muchos países rememoran el 1º de mayo como la génesis del movimiento obrero moderno. Hay algunos que no lo hacen –en general, países de colonización británica–, como Estados Unidos el primer lunes de septiembre y Canadá que se sumó en 1894; Nueva Zelanda, el cuarto lunes de octubre, aunque siempre hay manifestaciones el 1° de mayo, sobre todo en Quebec.

En Australia, cada estado decide la fecha de celebración: el primer lunes de octubre en el Territorio de la Capital Australiana, Nueva Gales del Sur y Australia Meridional; el segundo lunes de marzo, en Victoria y Tasmania; el primer lunes de marzo, en Australia Occidental; y el 1º de mayo en Queensland y el Territorio del Norte. Nueva Zelanda, el cuarto lunes de octubre.

En 1954 el papa católico Pío XII apoyó tácitamente esta jornada de memoria colectiva al declararla como festividad de San José Obrero. Últimamente se viene denominando a este día como Día Internacional del Trabajador.

En Portugal, esta fecha se comenzó a celebrar libremente tras el triunfo de la Revolución de los Claveles el 25 de abril de 1974. En Dinamarca, no es un feriado oficial. En Grecia es un feriado opcional. En algunos cantones de Suiza, es medio día feriado.

En Emiratos Árabes Unidos, el 1° de mayo es una jornada laborable normal.

Un rito obrero: 1° de mayo en la Argentina

El año 1890 aparece como una fecha de importancia en la historia social y política de Argentina. Desde la perspectiva de los trabajadores, en ese año se sumaron a un rito obrero internacional.

El establecimiento de este día en Argentina fue el resultado de un acto político deliberado, fue una manifestación de un acto voluntario de crear una clase –la clase obrera– a la que los socialistas intentaron dar unidad política y cultural a través de la pedagogía de la fiesta. En parte fue  una creación “desde arriba”, en particular de la corriente más organizada en términos políticos.

La fiesta fue el centro de estrategias diferentes: para las autoridades era una intimación dirigida por los que no tenían poder y para los más humildes, los trabajadores, permitía dar forma a una expectativa más amplia y vaga de transformación social.

La pedagogía socialista y la sindicalista instauraron una tradición con , con todo un código de recursos, eslóganes y símbolos a los que se sumaba la preocupación por mostrar el número (la multitud) como señal ostensible del consenso al que habían llegado los trabajadores y que constituye hoy también una clave para medir el éxito de las manifestaciones modernas.

En plena zona de la Recoleta se celebró por primera vez el Día de los Trabajadores en la Argentina. En la sede del Prado Español, ubicado en lo que hoy es uno de los barrios exclusivos de Buenos Aires, la reunión se inició a las 3 de la tarde del 1° de mayo de 1890 y juntó alrededor de 2.000 a 3.000 personas, una concurrencia numerosa para la época, también se realizaron diferentes manifestaciones en varias ciudades y pueblos: en Rosario, Bahía Blanca o en la pequeña localidad de Chivilcoy. Al día siguiente, los asistentes se enteraron de que habían perdido su jornal “por faltar al trabajo”.

Por iniciativa del club de trabajadores alemanes Worwaerts se había constituido un comité obrero para convocar al mitin a todos los asalariados. Para eso redactaron un manifiesto en el que explicaban, que “reunidos en el Congreso de París del año pasado los representantes de los trabajadores de diversos países, resolvieron fijar el 1° de mayo de 1890  como fiesta universal de obreros, con el objeto de iniciar la propaganda en pro de la emancipación social”.

El programa fue elaborado en sintonía con el programa internacional. Reclamaron la jornada de ocho horas para los trabajadores adultos; la prohibición del trabajo a los menores de 14 años y reducción de la jornada a seis horas para los menores, la abolición del trabajo nocturno para la mujer y los menores de 18 años, el descanso dominical, la prohibición de trabajos y sistemas de fabricación perjudiciales para la salud de los trabajadores, la inspección de los talleres y fábricas por delegados remunerados por el Estado, la inspección sanitaria de las habitaciones, la vigilancia sobre la fabricación y venta de bebidas y alimentos, el seguro obligatorio para los obreros contra los accidentes a cargo exclusivo de los empresarios y el Estado, la creación de tribunales integrados por obreros y patrones para solucionar rápidamente y de manera gratuita las diferencias.

En el mitin hablaron varios oradores señalando “las deplorables condiciones de trabajo en todos los gremios” y reclamando la limitación de la jornada a ocho horas. Los diarios comentaron con asombro ese hecho, al que consideraban “extraño a las costumbres del país”. La Nación dijo, por ejemplo, que “había en la reunión poquísimos argentinos, de lo que nos alegramos mucho”. Otro periódico, La Patria, ironizaba porque “todos los oradores hablaron en el sentido de que era necesario que se aumentaran los salarios y se disminuyeran las horas de trabajo, lo que es algo que sobrepasa los límites de los excelente”.

Más avisado, el cronista de El Nacional, recalcó que en los discursos se observaban “bien dibujadas las diferencias que aquí, como en todas partes, dividen a los obreros en dos grupos: anarquistas y socialistas”.

A sangre y fuego

Las conmemoraciones del 1° de mayo se reiniciaron cuando cada fracción del movimiento obrero organizó actos en forma independiente, aunque las condiciones del medio ambiente fueron adversas y con características luctuosas en 1904 y 1905.

En 1909 los hechos tomaron rasgos muy graves al atacar la policía el mitin anarquista en la plaza Lorea, provocando catorce muertos y ochenta heridos. “Ancianos,  hombres inermes, madres con sus hijos en brazos- decía un manifiesto- han sido fusilados por la espalda cuando para salvarse se alejaban. ¡Viva la huelga general! ¡Fuera el jefe de la policía, el verdugo de Falcón!” El dolor obrero unió a socialistas y anarquistas, y el lunes 3 el trabajo se paralizó completamente. Durante el entierro de las víctimas se produjeron nuevas refriegas con la policía, se levantaron barricadas y los tiroteos duraron toda la noche. Por ocho días se detuvo en absoluto la vida industrial y comercial de Buenos Aires en una de las actitudes más enérgicas y duraderas que registra el movimiento obrero argentino y que se conoció como la “huelga general de la semana de mayo”.

Los ánimos quedaron encrespados y unos meses después una bomba anarquista arrojada por Simón Radowitsky mató al coronel Falcón y a su secretario. La represalia no se hizo esperar; expulsaron del territorio nacional a los militantes obreros extranjeros y encarcelaron por centenares a los argentinos. Cuando se acercó el 1° de mayo del años centenario de la Revolución de 1810, los sentimientos patrióticos se exacerbaron y grupos de niños bien,amparados por la policía, atacaron, destruyeron e incendiaron bibliotecas, locales sindicales y empastelaron la redacción y los talleres de La Vanguardia y La Protesta.

Duelo y fiesta

En los años sucesivos alternaron la represión con la seducción. Fue cuando apareció la Liga Patriótica, de Manuel Carlés, impartiendo a los obreros lecciones de “amor al país”, premiaba a los trabajadores no agremiados y costeaba obras de beneficencia por  intermedio de las damas de clase alta. Durante los 1° de mayo estas señoras repartían ropas a los pobres, junto con catecismos “para que fueran buenos y no existieran luchas sociales”, tal como lo proclamaban los volantes de la época.

No obstante todos los inconvenientes y las desnaturalizaciones, la fecha obrera se fue afirmando paulatinamente, hasta llegar al 28 de abril de 1930, cuando el presidente Hipólito Yrigoyen decidió instituir el 1° de mayo como “fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación”, porque según los considerados “es universalmente tradicional consagrar ese día como descanso al trabajo”.

Producido el movimiento militar del  6 de septiembre de 1930, tuvieron que hacerse al año siguiente insistentes gestiones ante el presidente Uriburu para que autorizara los actos del 1° de mayo. Obtenido ese permiso en 1931, pudieron desfilar los socialistas con grandes carteles que decían: “Por una Argentina grande y justa, económicamente próspera y políticamente libre”.

Durante la década de los años 30 las condiciones fueron difíciles para la tradicional recordación y las manifestaciones obreras en esa fecha desfilaban por las calles, solían pasar por casas con puertas atrancadas y ventanas cerradas. Es que seguía imperando el miedo tradicional, nutrido por los graves sucesos de la época, temiéndose que algo imprevisto y terrible fuera a suceder. Hacia 1940, en un gran acto del 1° de mayo, militares de trabajadores argentinos repudiaron desde Buenos Aires el avance del nazismo europeo y reclamaron medidas progresistas en el país.

Después del golpe militar del 4 de junio de 1943, en los festejos del 1° de mayo de 1944, los comunistas chocaron con la policía en plaza Once, registrándose gran número de heridos. Al año siguiente, esa celebración coincidió con la caída de Berlín y con los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, lo que motivó una severa vigilancia por parte del Ejército para evitar que se realizaran manifestaciones en favor de los países aliados.

Bailes y reinas del trabajo

A partir del 1° de mayo de 1947 las características variaron sustancialmente, porque fue la primera celebración bajo el gobierno peronista. El programa de festejos fue en esos años más o menos similar: comenzaba con un discurso del secretario general de la CGT, otro de Evita y culminaba con la palabra de Perón. Luego se presentaban números artísticos en los que intervenían figuras populares (Hugo del Carril, Antonio Tormo, Hermanos Abalos) y tras un gran desfile de carrozas se elegía la Reina del Trabajo. Los opositores (socialistas y comunistas, entre ellos) debían recordar la fecha en días anteriores y en actos que sólo eran permitidos fuera del radio céntrico.

Sin embargo, el último 1° de mayo que Perón vivió desde la Casa Rosada tuvo otra tónica. Fue en 1955: el secretario general de la CGT, Eduardo Vuletich, después de atacar violentamente a la Iglesia Católica, manifestó que “la central obrera, por intermedio de sus legisladores, postulará eliminar la enseñanza religiosa y separa a la Iglesia del Estado”. A su vez, el propio Perón completó aquella idea: “el Pueblo, por medio de sus representantes, ha de decir su última palabra. Si el pueblo decide que han de irse, se irán”.

 

Antiperonismo y retorno

Derrocado Perón, los opositores recobraron aquel derecho y lo perdieron los peronistas. En 1956 el Partido Socialista realizó una gran manifestación bajo el lema: “Otra vez el 1° de mayo libre y obrero. ¡Viva el legado de Mayo y Caseros!”; la gran columna partió desde la destruida Casa del Pueblo y llegó hasta el monumento de Sáenz Peña, donde se había levantado un palco para los oradores. “Fuimos leales a la clase trabajadora –dijo entonces Américo Ghioldi- a la que no abandonamos, a la que no negamos por sus errores”.

En 1964, durante la presidencia de Arturo Illia, los actos se desarrollaron sin mayores incidentes; la CGT se limitó esa vez a depositar una corona de flores junto al monumento al general San Martín, anunciando la aplicación de la Segunda Etapa del Plan de Lucha. Andrés Framini en el Sindicato de Obreros del Caucho se refirió al regreso de Perón al país, “que se efectuará -afirmó- previa visita a Egipto, India y la China de Mao. No habrá resistencia que impida su reintegro a la vida argentina”.

Al año siguiente la CGT recordó el 1° de mayo en la plaza Once. Allí habló José Alonso, secretario general, se produjo un gran desorden y fue desalojado de la tribuna por peronistas en desacuerdo con su conducción; cuando pudo recuperar el micrófono, terminó su discurso con esta advertencia: “No pierdo el tiempo haciendo el juego a la reacción con gritos y ruidos y me dedico a trabajar por los trabajadores”. Declaró en esa fecha iniciada la Quinta Etapa del Plan de Lucha.

Día del Trabajador: la historia detrás de la conmemoración

Prohibido y consagrado

La “revolución argentina” inaugurada por el general Juan Carlos Onganía prohibió la conmemoración del 1° de mayo con actos públicos. Pero al cumplirse el primer aniversario bajo su gobierno, en momento en que el cardenal Antonio Caggiano celebraba en la Catedral metropolitana la Misa del Trabajador, fue interrumpido por un grupo de jóvenes capitaneados por Juan García Elorrio, quien intentó leer esta oración: “En este día doloroso no pueden expresar libremente las angustias de sus familias y sindicatos frente a la acción devastadora de un plan económico al servicio del capitalismo”. El mismo día, el obispo de Avellaneda Jerónimo Podestá afirmaba que la misión sacerdotal “no consiste tanto en hacer algunas obras para mitigar el mal, cuanto en denunciar la injusticia de una estructura social basada en algunos principios que poco tienen de evangélicos”.

Dictadura y prohibición

Durante la última dictadura argentina los primeros de mayo sucedían con los discursos de los ministros de Economía que hacían hincapié en los objetivos económicos del proceso y en  la  necesidad de sacrificio y esfuerzo de los trabajadores, en estos planteos los sindicatos eran fuente de corrupción por eso el objetivo era reconstruir la armonía en el campo laboral a través de las relaciones individuales de trabajo.

En los últimos años dictadura, los sindicatos recuperaron capacidad de movilización y fueron avanzando en su derecho a manifestarse, la primer huelga general se realizó días previos a la conmemoración del 1º de Mayo de 1979. Una vez anunciado el paro, fueron detenidos varios dirigentes, e inmediatamente se solicitó su libertad. (…). El gobierno explicitó que estaba garantizada la libertad de trabajo, a la vez que calificó a la medida como “paro ilegal”.

Mientras que el 1º de mayo de 1981, se conoció un documento de la CGT: “No aceptaremos argumento alguno que pretenda justificar que todo este esquema económico sea soportado por los trabajadores. Vemos con alegría y esperanza como en muchos lugares de la tierra los trabajadores han logrado acceder a mejores condiciones de vida y también fundamentalmente a un mayor ejercicio de su libertad, pues participan en las grandes decisiones en las que se juega su destino”.

 

Fuentes consultadas: Revista Panorama Nº 210, por Oscar A. Troncoso y “Los trabajadores en la era del progreso” por Mirta Zaida Lobato.