Por Jorge A. Ripani

Como consecuencia de leyes geopolíticas, era posible que la comunidad que habitara la cuenca del Plata y en particular la banda occidental de la pampa húmeda sudamericana, terminase teniendo como misión emblemática la superación de tensiones en torno a la defensa del control de la boca del Plata, el Atlántico Sur, la Patagonia y la Antártida. Casi tanto como contemplar la Cruz del Sur.

Así también, teniendo presente la gravitación global que consultan aquellas llaves geográficas, el sentido histórico le podría presentar en la encrucijada, potencias mundiales extracontinentales y sus intercambiables y circunstanciales aliados locales y regionales.

El azar o la Divina Providencia colocarían en esa tierra a un pueblo mestizo, pacífico y original. El mismo sería parte de la civilización vislumbrada por José Rodó como Ariel, José Vasconcelos como Raza Cósmica, Enrique Mosconi como Nuestra Raza, Antenor Orrego como Pueblo Continente y Jorge Abelardo Ramos como Nación Iberoamericana. Este sería producto de la solidez cultural originada por la unión entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

Las ideas sobre la realidad no se presentan automáticamente en nuestro conocimiento sino que podemos comprender (o no) la misma a través de categorías. Entre ellas se encuentran las jurídicas. “La realidad social no es visible a simple vista, lo que significa que el mundo social no es transparente a nuestros ojos. En realidad, no son sólo los músculos de nuestros ojos los que nos permiten ver, existen ideas dominantes, compartidas y repetidas por casi todos, que, en verdad, seleccionan o distorsionan aquello que nuestros ojos ven y esconden aquello que no debe ser visto” (Jessé Souza).

Ahora bien, en ocasiones las condiciones naturales del verdadero acaecer de un pueblo suelen alcanzar formas jurídicas. Es así que de los últimos signos vitales del indómito Imperio Español, nace el Virreinato del Rio de la Plata. Un reino admirable cuya jurisdicción comprendía los actuales estados nacionales de Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay. Bendecido geográficamente. Bioceánico, con ríos inconmensurables como el Paraná y el Uruguay, contenedor de una pradera gigantesca a ambas bandas del Río de la Plata, selvas magníficas, maderas, yacimientos minerales, paisajes extraordinarios, montañas y un ganado cimarrón de magnitudes jamás alcanzadas en la historia de la humanidad. Tenía un pie en Guinea Ecuatorial por lo que recupera en su historial el mestizaje africano. Acuñaba la moneda de intercambio económico mundial.

Las tensiones geopolíticas pero también civilizatorias, no tardarían en comparecer hacia 1806, 1807. Se reiterarían en 1833, 1845 y 1982.  La fragmentación que sobrevendría no se correspondería con los factores históricos, jurídicos y culturales preexistentes.

La Argentina resulta heredera de aquel acervo sin beneficio de inventario en el cual se encuentran los Justos Títulos que demuestran por ejemplo nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas en materia de Derecho Internacional.

La agenda del misterioso siglo XXI evidencia una crisis identitaria del Estado nación y se debate entre la unipolaridad globalista y la multipolaridad. Que la idea categorial civilizatoria cifrada en aquella maravillosa creación jurídica nos encuentre en el por-venir comunitario.

*Abogado especializado en Derecho Político e Historia Constitucional