En plena defensa de los intereses nacionales, el 23 de agosto de 1812 el pueblo jujeño comandado por el general Manuel Belgrano, realizó el sacrificio más relevante hacia la patria, y abandonó su tierra y sus casas para defender la soberanía del país.

El Triunvirato del Río de la Plata nombró al prócer argentino como comandante del Ejército del Norte, quien estableció su comando en San Salvador de Jujuy, con un grupo de alrededor de 800 hombres que llegaban desmoralizados y afectados por el paludismo de la batalla de Huaqui.

La tarea de Belgrano parecía imposible: rearmar un ejército, organizarlos y restablecer la disciplina bajo un estricto orden, sin dejar de brindar ánimo a una población golpeada por la adversidad y el cansancio de la lucha.

Para ello, creó diversas compañías, como la de guías, la de baqueanos, la de cazadores y el cuerpo de castas. Recompuso la moral de las tropas, que ascendieron a 1.500 hombres. A finales de julio, recibió 400 fusiles, que le fueron de gran utilidad para completar el armamento.

El hecho trascendental de esta tarea, fue la decisión inteligente del general de presentar el estandarte patrio, la bandera argentina, y hacerla bendecir en la catedral de la ciudad, hecho que elevó el fervor patriótico aprovechando el segundo aniversario de la revolución de mayo.

Unos de los miembros del Instituto Belgraniano, Oscar Barrera, estuvo en el estudio de Conclusión y contó detalladamente esta travesía que tuvo como protagonista a los pueblos del norte argentino y que fue la piedra fundamental en la lucha por la soberanía de la República Argentina.

El especialista en la vida del General Belgrano, sostuvo la importancia de recordar vivamente este hecho histórico: «Hay que valorizarlo porque fue una gesta impresionante».

«Un ejército que era fácil de utilizar por el sistema de funcionamiento, pero es toda una población que Belgrano con su capacidad de conductor, de respetar a las personas, pero se vio obligado a sacar un bando de la ciudad de Jujuy, una ciudad importante vinculada con el Alto Perú», contó Barrera.

La capacidad militar de Belgrano era indiscutida. El historiador contó que «Belgrano se había hecho cargo el 25 de mayo de 1812 de un ejército derrotado en el norte y luego tratar de ver como evolucionaba la situación, por eso encontró el 25 de mayo de 1812 la oportunidad para remotivar a esta gente, a ese ejercito destruido, era gente que la habían juntado allí y conformaron un grupo de aproximadamente 1500 personas».

La participación de Belgrano en este éxodo no fue casualidad. Fue el único hombre que podía «levantar la moral del ejército, y hacer que pensaran en el futuro, se entusiasmaran, y así entonces presenta la bandera, que en febrero en Rosario había sido enarbolada por primera vez. Pero en ese momento, allá en Jujuy le da solemnidad a ese acontecimiento».

Un mes después de este hecho, el 23 de agosto de 1812, donde el religioso Gorriti bendice la bandera en la catedral de Jujuy, comenzó el éxodo jujeño.

Hombres y mujeres, ancianos y niños, ricos y pobres, españoles que abrazaban la causa revolucionaria, criollos y mestizos, cumplieron la orden del General dejando únicamente campo raso frente al enemigo, de modo de no facilitarle casa, alimento, ganado, mercancías ni cosa alguna que le fuera utilizable. Los cultivos fueron cosechados o quemados, las casas destruidas, y los productos comerciales enviados a Tucumán.

«Precisamente, el 23 de agosto el último que sale de Jujuy es Belgrano, y con el ejército esa noche se repliegan hasta llegar a Tucumán, 250 km imaginarse en aquella época que había enfermos heridos, tullidos, intemperie, fríos hasta que llegan a Tucumán. Con el apoyo de la ciudadanía esperan el enemigo, le presentan batalla el 24 de septiembre de 1812 y esto significa que los españoles al verse derrotados repliegan hasta Salta. Este acontecimiento hasta el día de hoy en Tucumán se vive con gran intensidad», apuntó Barrera.

Este enorme sacrificio, realizado por los habitante de la provincia de Jujuy, bajo el mando del General Belgrano, significó el repliegue de las hordas españolas, las cuales tuvieron que abandonar la lucha tras el avance del ejercito argentino y posibilitó los triunfos de Las Piedras, Tucumán y Salta.