Por Alejandro Maidana

La hipocresía y el cinismo se encuentran en su apogeo, sostenidos por el discurso hegemónico, siguen su camino de muerte y desolación. El modelo productivo concentrado y envenenador, no se toma descanso  y sigue arrojando por el piso las defensas sanitarias de todos aquellos que involuntariamente se interponen en su desprejuiciado camino.

Resulta indignante repetir de manera sistemática líneas informativas que se funden en un reclamo tan genuino, como desoído por la totalidad de la clase política. Cada año en el mundo se intoxican cerca de 3 millones de personas por el uso de agrotóxicos, muriendo más de 220 mil. Esto significa 660 muertes por día, 25 muertes por hora, cuando hablamos de enemigos invisibles, no podemos dejar de lado al legitimado por un sistema capitalista devastador.

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El programa de vigilancia epidemiológica de los Ministerios de Salud y la Organización Panamericana de la Salud en 7 países de Centro América, estima que cada año, 400.000 personas se intoxican por plaguicidas. En Misiones, 5 de cada 1000 niños nacen afectados de Meliomelingocele, una malformación del sistema nervioso central. En esta provincia se estima que cerca del 13% de su población tiene alguna discapacidad referida al modelo de producción y sus “daños colaterales”.

En la Primera Guerra Mundial, Alemania fue bloqueada y los aliados prohibieron la importación del salitre chileno y otros abonos nitrogenados que podían utilizarse en la fabricación de explosivos. Cuando terminó la guerra, los alemanes tenían un enorme stock de nitratos, que ya nadie quería. La industria química los recicló y se los impuso al agricultor. Así nacieron los abonos nitrogenados, la agricultura fue una especie de basurero para la industria de la guerra.

Sobran pruebas científicas que abonan lo destructivo que resulta la producción industrial de commodities, que nada tienen que ver con la producción de alimentos, sin embargo, su paso arrollador de derechos sigue tan firme que interpela de manera medular, a todos los discursos sanitarios que hoy rebalsan los medios de comunicación.

Cuando los venenos del agro funcionan de ariete para el coronavirus

Perteneciente al departamento de San Justo, Ramayón es una pequeña localidad santafesina que padece el envenenamiento por la utilización de agrotóxicos. Los vecinos son fumigados a menos de 50 metros de manera constante, si bien en tiempos de “cuarentena y aislamiento”, el poder real se la ingenió para que sea desde el aire y de manera descontrolada, lleguen los venenos “buenos” y muy bien camuflados en las cadenas nacionales.

La realidad de Ramayón es la misma que abraza el destino de los pueblos fumigados de la provincia y gran parte del país. La resistencia silenciosa, los primeros gritos que provienen desde la dignidad misma del ser humano, comenzaron a hacerse eco en un lugar pequeño que esconde un infierno de enormes características.

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Distante a unos 254 km de la ciudad de Rosario, este pequeño pueblo vuelve a gritar su dolor,  en un momento paradigmático que debe interpelar a cada uno de los habitantes de este país. A través de una avión fumigador que se encarga de asperjar venenos a solo 300 metros de la <escuela 558 Mercedes de Bruno>, sería Adeco Agro, quién estaría a cargo de la siembra en las estancias del lugar.

“Hace ya unos días que viene sucediendo esto, parecería que se aprovechan del Decreto presidencial que obliga al aislamiento social para poder fumigar sin control alguno”, le dijo a Conclusión un vecino que prefirió resguardar su identidad.

Si bien las denuncias fueron realizadas, desde la presidencia comunal a cargo Mario Ramón Truchet, no se ha tomado ninguna medida al respecto. “Hace meses que la comuna nos debe una reunión para poder exponer nuestra problemática, desde el Estado solo recibimos indiferencia mientras nos siguen envenenando”, sostuvo.

Marisa Maydana integra el grupo de vecinos autoconvocados de Ramayón, consultada por Conclusión sobre las últimas fumigaciones aéreas que vienen padeciendo, indicó: “Hace unos días que viene fumigando en nuestro pueblo un avión que proviene del Aero Club de San Justo. Nos hemos comunicado con una importante radio zonal para solicitar a través de la misma, que se deje de fumigar. Lamentablemente no hemos podido conseguir absolutamente nada, si siquiera que nos reproduzcan el mensaje al aire”.

A escasos metros de las casas y de una escuela, la impunidad del capital se sigue manifestando en carne viva y ante la vista de todos. En un marco de enorme incertidumbre producto del coronavirus, aquellos que se jactan con ser el motor del país, siguen poniendo en marcha su enorme maquinaria envenenadora gracias a la protección de un socio indispensable, el Estado. Mientras que de manera atinada, se tomaron medidas para tratar de amecetar el tránsito de un virus importado, las pestes locales siguen bien localizadas y sin ningún alerta de poder ser erradicadas.

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Enemigos invisibles y autóctonos existen muchos, pero claro está que los mismos tomarán la dimensión que el propio Estado y los medios masivos de comunicación les otorguen. Las fumigaciones no cesan, la tuberculosis y el chagas tampoco, por ello, es menester seguir denunciando todo atropello que provenga del abandono estatal, y la indiferencia de aquellos que hoy estamos asustados. No pueden existir ciudadanos de segunda, pero los hay, y es allí donde se debe apuntar para transformar esta espinosa realidad.