Los productores ganaderos de las zonas afectadas por los incendios en las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Río Negro, padecen desde el 2004, casi en forma ininterrumpida, la combinación de sequías e incendios, que arrastraron a muchos de ellos a la quiebra, según dijeron los propios afectados.

Diversos productores agrícolas comentaron a una agencia de noticias nacional que mientras en el 2004 el municipio bonaerense de Villarino, contaba con cerca de 550.000 cabezas de ganado, una década más tarde apenas alcanzaban los 200.000, culpa de una de las peores sequías de la zona centro del país entre 2004 y 2012.

«Por la sequía estuve al borde de quedarme en la lona. Pasé de tener casi 5.000 cabezas de ganado a menos de 1.000 entre esos años. Me costó un infarto al corazón y casi pierdo mis campos por las deudas. Ahora, después de unos años de recuperación, con los incendios perdí la mitad de mis terrenos en el fuego», contó a una agencia de noticias nacional Carlos Rubio, productor ganadero de Villarino y La Adela, provincia de La Pampa.

«Lo más amargamente de los incendios es que se suman a las sequías y, entre unos y otros, los pequeños ganaderos de la zona quedaron muy afectados», expresó Fabián Genovesi, comerciante dedicado a la compra y venta de ganados en Villarino.

Para peor, durante la sequía, el costo de las cabezas de ganado había caído considerablemente en el mercado, pero a muchos ganaderos no les quedó más remedio que vender animales ante la imposibilidad de mantenerlos por la falta de terrenos donde pudieran pastar.

«Yo llegué a vender buenas vacas a $ 150 cuando hoy el mismo animal no baja de $ 9.000», confió Rubio.

«Muchos productores chicos quedaron afuera del sistema. Malvendieron por obligación a sus animales durante la sequía y, cuando la actividad volvió a repuntar, no tenían el dinero suficiente para volver a comprar el ganado. Ahora, después de los incendios, es probable que pase lo mismo», afirmó Genovesi.

Federico y Daniel Rodríguez son hermanos nacidos y criados en La Adela, donde comparten la propiedad de unos campos en los que crían ganado desde toda la vida, y que desde hace años pelean para afrontar las inclemencias del tiempo que primero los obligaron a vender muchas vacas y que ahora, con los incendios, perdieron muchos terrenos de pastoreo, expresó Daniel en diálogo con una agencia de noticias.

A sus 62 años, Carlos Rubio reconoce que no es la primera vez que vive un incendio, y que ya está «curado de espanto», pero que «verle a la cara a esta gente que perdió todo te parte el corazón».