Por Federico Morel

Marcelo Lescano y Andrés Bustos son dos amigos de Granadero Baigorria que, por diferentes cuestiones de la vida, se encontraron y decidieron emprender una travesía épica que sin lugar a dudas los marcó para toda la vida y, por supuesto, consolidará la amistad basada en la experiencia y las anécdotas.

Resulta que estos hombres se lanzaron a la aventura a través del río Paraná, en Kayak, con un solo objetivo: llegar al mar. Y no solo lograron hacerlo sino que también volvieron río arriba en una travesía de navegación que duró 4 meses.

Para Marcelo, comenzar una aventura de tamaña dimensión no es un emprendimiento novedoso. El navegante de 60 años logró, en un expedición previa, llegar hasta Foz de Iguazú en los mismos términos y condiciones en que viajó hacia el sur, es decir, en piragua, con una caña para pescar y pocos recursos económicos.

Andrés también tiene alma de aventurero. Hace unos años logró realizar un viaje hacia el norte en bicicleta. El joven de 32 años llegó hasta la Quiaca. Para él no fue muy complicado encarar esta travesía. Cuando Marcelo se lo propuso, Andrés decidió acompañarlo.

Conclusión le preguntó a Marcelo como se dio está iniciativa de llegar hasta el mar, específicamente hasta la bahía de Sanborombom, a través del río Paraná.

«El emprendimiento es una idea mía porque yo ya había hecho Baigorria-Foz de Iguazú. Lo hice solo. Siete meses y dos días para llegar, tres meses para volver. Me quedaba un el último pedazo de mi río, que era bajar al mar y volver nuevamente«, contó Lescano.

El río representa algo muy importante en la vida de Marcelo. Siente mucho cariño por el Paraná y se nota en cada una de sus palabras.

El veterano, conocedor del río, tenía muy en claro su objetivo para este viaje: «Quería conocer mi gente, mi paisaje, mi río, lo quería conocer porque lo amo. Le hice la propuesta a él, después de unos días vino y me confirmó. No lo creí en el primer momento. Entonces le pregunté si me estaba hablando en serio. Y dijimos vamos».

Piragua cargada y ¡a remar!

Los navegantes no poseían mucha información sobre el trayecto costero hacia el Atlántico, por lo que fueron recabando la información que había a través de internet y fueron preguntando a los ribereños sobre como acortar el camino hacia su meta.

Lo claro era que la aventura iba a comenzar. Y para Marcelo fue «toda una aventura».

«Lo poco que había podido rescatar de información era a través de los libros y a través de Facebook», y mencionó que pudo «rescatar» algo de datos sobre «lo que era el río y como era la zona. Pero había muy poca información. Cuando empezamos a avanzar, comenzamos a hablar con la gente de la costa que te va guiando. Nos dijeron que teníamos que agarrar el arroyo Pavón. Fuimos avanzando con el apoyo de la gente y aparte compartiendo, ya te invitan a comer, te regalan cosas«, apuntó el aventurero.

Consultado sobre la experiencia de relacionarse durante el viaje con los habitantes de las zonas costeras, recordó: «Es compartir el momento. La gente de río tiene eso, les gusta compartir el momento e invitarte a su casa, y si querés te quedás, pero a veces uno desea seguir el avance y no se queda, pero ya ganaste un amigo, hay gente que tenemos que ir a visitar porque quedaron pendientes cosas. Nos invitaban a comer pescados y salames caseros».

Los remeros de Baigorria decidieron salir un miércoles 14 de abril, desde la ciudad ribereña. Andrés contó que iban a salir un martes pero caía 13, con lo cual tallò un poco la superstición, siempre presente en estas lides.

El joven baigorriense es acompañante terapéutico y, en ese momento, contaba con el tiempo necesario para realizar este viaje.

«Me encontraba en una situación de pandemia, sin trabajo. Si bien soy acompañante terapéutico, no tengo nada fijo. Entonces, cuando me lo propuso Marcelo no dudé. Simplemente le pregunté si estaba en condiciones de hacerlo. A mí no hace falta que me digan mucho«, expresó Bustos.

Al recibir la invitación de Marcelo, para Andrés «fue bastante sencillo decir que sí». Previo a esta experiencia, Bustos «había hecho algunas aventuras previas con la bici hacia el norte. Con el bote había tenido alguna aventura por la zona. Pero necesitaba una experiencia más extrema».

En relación al viaje y a las condiciones del mismo, contó que «con los cuidados y el respeto con el que se navegó, la naturaleza misma te responde. Si vos destruís vas a tener mucho un día y mañana no vas a tener nada, y gracias a Dios no nos faltó nada en todo el viaje, tuvimos un plato de comida todos los días. El respeto y la devolución van de la mano«.

Aprendizaje constante

Este viaje resultó la consolidación de Lescano como conocedor del Paraná, ya que pudo conocer el río que ama «de punta a punta«.

El experimentado remador expresó el sentimiento que conlleva esta aventura: «Puedo decir que es lo más bello que tenemos, lo más supremo, pero lo más peligroso que hay también. Ahí hay que respetarlo. Pero hay momentos que te tocan porque no tenés opción, cuando el está enojado. Y ahí es donde tenés que poner todo de ti. Hay que observar, ser frío, esperar, ahí se está luchando contra algo superior».

En su llegada al río de La Plata, la aventura creció en dimensiones gigantes y ambos reconocieron que de alguna manera «subestimaron» este paisaje natural que posee nuestro país.

Lescano explicó la sensación al encontrarse en el gigante de agua dulce: «Subestimamos al río de La Plata, por algo tiene su apodo, de ser un río peligroso. Realmente sí es un río bien peligroso. He visto embarcaciones grandes hechas bolsas, porque cuando se enoja no respeta nada, y por haberlo navegado en una cáscara naranja, con mi compañero, siento orgullo».

Conocer el trayecto del Paraná hacia el mar también hizo que vieran las necesidades que tiene este recurso, tan importante, y cómo el hombre maltrata este ecosistema.

«Lo único que me da pena es como lo están contaminando. En Buenos Aires, las cloacas, los basurales, curtiembres, aguas de todos colores, son cosas que te lastiman el alma. Igual que en el norte las papeleras. Parece que a las autoridades, que debieran controlar eso, no les importa y eso sigue sucediendo día a día; y a uno que le gusta recorrer esas costas comienzan a ver cosas que no imaginaba», concluyó Lescano.