“Siempre atrás de un dolor hay una emoción inconclusa”, dice a Conclusión con voz serena Miriam Simon Nadalich, especialista en Desprogramación de Implantes Emocionales. Y aunque a primera vista la frase puede resultar propia del sentido común o típica de una lectura psicológica, detrás, envuelve todo un mundo de experiencias y sensaciones que la facilitadora, como ella misma se describe, vivencia en cada terapia.

¿Cuántas veces sentimos angustia y no sabemos cuál es el motivo? ¿Cuántas veces somos protagonistas de un buen presente y sin embargo, un sentimiento de disconformidad se cuela en nuestra mente? ¿Por qué hago las cosas bien y no obstante todo parece estar en mi contra?

“Todo lleva a las emociones”, sintetiza Nadalich a modo de respuesta y tras una pausa amplia: “Siempre atrás de un dolor hay una emoción que está inconclusa, está retenida; un hecho que fue traumático y doloroso genera una emoción que queda enquistada y eso empuja y afecta en el presente”.

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La Desprogramación de Implantes Emocionales es un proceso al que todo el mundo puede acceder, sin importar la preparación previa, ni las creencias, ni la problemática. Sin necesidad de hipnosis, el paciente es guiado por el profesional en una “búsqueda de emociones, de memorias”.

El paciente puede estar sentado o acostado, aunque por lo general suele estar acostado. Se relaja, y está siempre consciente. Luego se lo va guiando para que empiece a aflorar el subconsciente. Empieza a surgir información y el paciente es ayudado a procesar y entender esa información para después empezar a quitar los programas.

“Cuando la persona toma conciencia de lo que le pasó, vio su accionar, su sentir, y ve que ahora está repitiendo lo mismo, y que lo único que cambia es el contexto, puede corregir los errores (programas-ego) que están haciendo que ese pasado se repita una y otra vez”, explica y agrega: “Vamos repitiendo siempre patrones de conducta que son viejos. Y si no los expresamos estamos siempre repitiendo y creando lo mismo”.

El objetivo del método es poder liberar las emociones para dar paso a un presente nuevo sin la influencia de aquellas memorias que alguna vez significaron miedo, confusión, tristeza o ansiedad, entre otras.

El alma se acuerda absolutamente de todo. De lo positivo y de lo negativo. Lo que quedó pendiente, que no lo pude resolver en una existencia, sigue abierto. Entonces un día se va a presentar el contexto y lo voy a tener que resolver”, señala Nadalich y aclara que “lo que hace el contexto es activar estos programas, memorias, implantes. Cuando nacemos venimos con una programación, y la desprogramación contempla lo que llamaríamos vidas pasadas”.

Tratando de materializar los conceptos, la especialista expresa que si, por ejemplo, tuvimos una vida pasada en donde participamos en una guerra, hoy la guerra puede ser la empresa, la familia, “el contexto que me pide esas emociones que quedaron ahí”.

Convencida, Nadalich asegura que “más del 90 por ciento de los problemas de la gente tienen que ver con un pasado”. Y en ese sentido destaca que durante el embarazo de una mujer, “el estado emocional de la madre es con el feto prácticamente el mismo. Hay toda una información que se da a nivel neurológico, a nivel hormonal que el niño percibe. Si la madre está triste, ese niño ya tiene un programa de tristeza que no le es propio, pero lo toma como propio y todavía no lo puede separar, entonces después lo termina repitiendo y no entiende porqué”.

La reprogramación no necesariamente remonta al vientre materno. También la infancia, nuestros ancestros, las vidas pasadas, y el transcurso del propio presente pueden aportar información que lleve a repetir una memoria determinada.

“Todo el tiempo estamos activando y desactivando programas”, dice la facilitadora y en seguida complementa: “Lo que hacemos con la desprogramación es como rebobinar una película para poder entender ese contexto que hoy no entendemos”.

– ¿A dónde se alojan todos esos programas?

– Todas esas memorias están en nuestra mente inconsciente. Cuando nacemos ya venimos con una programación, que es con lo que el alma viene a transitar, una especie de contrato. El libre albedrío es cómo vivimos ese contrato, ese mapa de ruta que concretamos. Lo puedo vivir desde el amor, desde el dolor, desde la ira. Toda esa memoria que está primero inconsciente, está latente hasta que el contexto la activa. Ahí pasa a esa mente subconsciente y ahí es donde vamos a trabajar nosotros. Esa mente subconsciente es reactiva, es acción-reacción, un estímulo, una respuesta, es automática.

– ¿Qué significa concretamente y cómo se manifiesta? ¿Cómo es el funcionamiento?

– Por ejemplo: viene un compañero y te dice algo que te genera una ira muy grande. Cuando bajó ese nivel de ira, y lo razonas te das cuenta que a lo mejor no era para tanto. Pero el sentir lo tuviste. Eso es un programa. Empezar a tomar conciencia de la emociones, de los programas que tenemos adentro, ayuda a poder disociarnos y sacarlos. Poder ir a ese momento donde quedó activo y quedó pendiente, permite reconocer la personalidad y quitarla.

Inmediatamente después, la especialista indica que “es como una computadora: si está llena de virus, funciona mal. El virus es el miedo, el enojo, la rabia, la tristeza, la angustia, todo lo que está ahí y genera una vibración, un campo energético bajo, denso”, detalla Nadalich y advierte que “por más que conscientemente anhelemos tal resultado, tal vida, si la información dentro de uno es otra, vamos a traer esa realidad densa. Pero en la medida que uno va quitándose esos programas, siendo más consciente de sí mismo, empieza a cambiar su realidad y eso obviamente ayuda a cambiar las realidades de otros”.

Una salida frente a la enfermedad

Como remarcó Nadalich al comienzo de la charla, no hay restricciones de ningún tipo para participar de la terapia, con lo cual muchas personas acuden a una desprogramación a partir de una dolencia física o ante el diagnóstico de una enfermedad terminal. Y desafiando todos los pronósticos de la medicina, Nadalich asegura que ha sido testigo de “casos que se presentan como incurables pero que finalmente han podido sanarse”.

“Entiendo a la enfermedad como un programa que viene a avisarnos que tenemos un conflicto que hay que resolver. Nos juega a favor, no en contra. Pero como no la comprendemos la atacamos y queda en el cuerpo”, apunta la especialista.

A pesar de su experiencia y su optimismo, admite que se trata de “un proceso” ya que el paciente debe primero tomar conciencia de lo que le pasa y en ese descubrimiento “a veces pueden quedar vestigios, entonces la enfermedad reaparece, lo que significa que todavía hay cuestiones no resueltas”.

Las palabras fluyen y Nadalich trata de simplificar nuevamente las ideas: “Una persona se puede sanar, su alma puede entender porqué se generó esa enfermedad y sanarse, pero el cuerpo no curarse”.

“El propósito del alma se cumple, pero si la enfermedad ya está muy avanzada requiere de mucha energía para poder hacer el cambio, y a veces el cuerpo ya no puede revertir, no puede hacer todo ese cambio biológico, porque somos energía viviendo, un plano de materia densa”, describe.

Después de la tormenta, llega la calma

Para Nadalich encontrarse con este tipo de terapia significó “un antes y un después”.

“Es un método rápido porque vas sacando esa programación que ya está nula y que no tiene sentido. Es como tener una máquina nueva con los programas viejos, no encaja. Entonces la idea es ir actualizándose constantemente para estar en buena frecuencia”.

Según sus propias palabras, a medida que uno va desprogramándose va entendiendo que “todo es afecto. Descubre que no existe lo bueno y lo malo porque no hay nadie que te condene, somos nosotros mismos. Pero como ignoramos y no tenemos esa información presente, no entendemos. Pero cuando vamos comprendiendo, vamos liberando y uno entiende por qué le tocó lo que le tocó”.

Lo que nos ata a seguir repitiendo es el juicio, siempre estamos juzgando al otro, viendo al otro, y somos nosotros mismos, no hay un otro. Cuando tomamos conciencia de eso la mirada deja de estar afuera, y empieza en uno. Entonces busco cambiar permanentemente yo”, explica la profesional.

“Uno empieza a preguntarse ¿para qué traigo esta persona a mi vida, para qué traigo esta situación, qué tengo que aprender? Si hay algo que no nos gusta, en algún punto también somos responsables y dar cuenta de esto, te permite correrte del lugar de víctima”, completa y a continuación ejemplifica: “Si una persona viene con un abuso, el entenderlo no va a cambiar lo que pasó, pero la va a liberar de esa carga emocional que la tiene atada a que se repita, en esta generación o en otra vida. Lo que busca la desprogramación es tratar de comprender que en esa desgracia, hay un para qué. No es al azar. El porqué no sirve, porque conduce al lugar de víctima y te corre del lugar de lucha, de la resistencia”.

“El alma se experimenta a sí misma”, dice Nadalich al tiempo que manifiesta que “obviamente lo que venimos a aprender a este mundo es el amor. Pero mientras no seamos conscientes vamos a seguir cometiendo errores”.

Finalmente, a modo de cierre destaca: “Lo importante es conectarse con la emoción y ver dónde se originó, para desprogramarnos y cambiar esa realidad”.

“Somos seres emocionales, espíritus viviendo una experiencia humana. La emoción no debe superarnos, debemos poder entenderla y controlarla para entender cómo funciona la mente y que no nos juegue en contra, sino a favor”, expresa y concluye: “Coherencia entre sentir, pensar y actuar. Conectarnos con el alma, con la esencia, con el espíritu y así conectar con lo esencial de la vida y no con lo superficial”.

Basada en la técnica terapéutica de Lilian Kellemberger, la Desprogramación de Implantes Emocionales es una terapia que no tiene contraindicaciones, funciona por medio de la relajación y la asistencia de los ángeles y guías de cada persona, es una terapia psicoespiritual. Al conectar el alma con la mente, se puede inducir a la persona a recordar el pasado, su niñez, los recuerdos que están gravados en el útero materno y también de otras vidas.