Por Alejandro Maidana

La enorme mayoría del territorio es un enorme desierto verde de soja, allí la frontera agropecuaria avanzó de manera despiadada como en gran parte del país. Los terratenientes sojeros han copado grandes porciones de tierras a lo largo y ancho del país, y en medio de esa deshumanizante concentración de suelo, las familias campesinas buscan sobrevivir al envenenamiento y al desarraigo.

Hoy la realidad es brutalmente abrumadora en torno a los profundos impactos del actual modelo productivo. La primarización de la economía argentina, se funde en los bienes transables que lejos están de ser ese alimento que los mas de 45 millones de argentinos necesita. Una matriz agroexportadora que apartó hacia los márgenes de la historia al valor agregado, y puso de rodillas a la imprescindible agricultura familiar.

Al campo que alimenta se encargaron de devastarlo tanto el estado a través de su raquítico acompañamiento en torno a políticas públicas, como los grandes latifundios que se aferraron al monocultivo y su paquete tecnológico para rendirle culto al dios rinde. Una marcada autopista que solo puede conducir a un ocaso social de proporciones bíblicas, ya que mientras se sigue gobernando para tan solo un puñado de habitantes, el resto sigue luchando por poder “parar la olla”, como suele decirse en las barriadas populares.

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Lo sucedido en Campo Hardy, no hace otra cosa que reafirmar lo que se viene denunciando hace décadas, quien gobierna en los pueblos y ciudades no muy numerosas, es el agronegocio. La familia Dubouloy vive y trabaja en un predio del lugar donde hacen labores agroecológicas, crían animales (ovejas, chivos) y desarrollan la apicultura. Se trata de ciudadanos activos y preocupados por el bienestar de todas y todos. El viernes 18 de agosto, Jorge Dubouloy, al notar que faltaban sus chivos hace la denuncia policial y al no recibir noticia sale a buscarlos por los alrededores.

Sus animales fueron encontrados en un horrible escenario de muerte y maltrato animal, varios muertos, otros mordidos por animales, y el resto atados a árboles para que sean devorados indefensos. Una perversa escena de maltrato animal que daba cuenta que no fue perpetrado por seres humanos con hambre, sino por amedrentamiento y disciplinamiento, como el mismo Jorge señala y no duda a la hora de apuntar a la «mafia sojera».

Cuando la familia damnificada referencia a los productores, no sólo hace hincapié a los de Hardy; ya que según ellos “la mafia” incluye a Vicentin y a la Cooperativa Avellaneda. Sostienen que no es casualidad que, en 2015, quien firmó y autorizó la fumigación, es un ingeniero agrónomo que hoy es tesorero de la Comuna del lugar. Una clara demostración que los poderes fácticos son quienes gobiernan en este tipo de lugares, destacando que esto no podría suceder sin el aval de la justicia.

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Desde la Multisectorial Paren de Fumigarnos elevaron una serie de preguntas que persiguen una respuesta que alivie tanta angustia y desazón. Los responsables de esta acción ¿Recibirán su castigo además del repudio social?  ¿Quién los mandó? ¿por qué lo hicieron? Destacamos que nuestras luchas son de carácter pacífico, de acción ciudadana, buscando leyes que defiendan la vida de las personas, animales y plantas. En fin, defendemos el territorio en donde compartimos con otros y otras tanto el suelo, el aire y el agua. A esta familia hay que protegerla y defenderla

Flavia Zanutigh es una mujer rural integrante del Paren de Fumigarnos y compañera de vida de Jorge Dubouloy. Reside en Campo Hardy, distante a 500 km de Santa Fe capital, a 80 de Resistencia (Chaco) y 15 de Florencia. Desde el 2015 la familia viene realizando denuncias por la violación sistemática de los metros permitidos para asperjar venenos entre otras irregularidades y violaciones de distintas normas, por parte de quienes ostentan los campos vecinos.

Cabe destacar que esto se sucede ante la complicidad manifiesta de la Comuna del lugar y la justicia, quienes adeudan una respuesta concreta ante la fragante violación de la ordenanza y los derechos ambientales vigentes en la Constitución Nacional. “Existe un incremento notable en la tasa de discapacidad en un pueblo de 1.000 habitantes, chicos con dermatitis en la piel y problemas respiratorios. A esto deberíamos sumarle asma y pérdidas de embarazos recurrentes”, le dijo a Conclusión Flavia Zanutigh.

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La organización que la contiene se denominada Mujeres Rurales y Campesinas, la misma reúne a mujeres que estimulan la producción. “Perseguimos generar un ámbito de producción donde la mujer tenga su lugar dentro de este ámbito rural brindándole su independencia en un medio sumamente patriarcal. En lo particular contamos una granja donde criamos ovejas de raza Santa Inés, que tienen como particularidad que no cuentan con lana, y muchos la denominan las ovejas peladas. Estos animales tienen mucha carne, agregando que también contamos con una pequeña producción de chivos”.

Este año, la familia dando muestra de su estoicismo y perseverancia, intentó poner nuevamente en marcha su huerta, a sabiendas que sus árboles de cítricos ya no daban sus frutos debido a las constantes fumigaciones. “A esto hay que sumarle la muerte de animales producto de los venenos que utilizan aquellos que desprecian la vida y solo persiguen el dinero. Vivimos en un pueblo donde manda el agronegocio, donde se fumiga incluso dentro del mismo pueblo no respetando ningún tipo de normas. Si bien la gente admite los problemas físicos que atraviesan, tienen miedo de denunciar debido a que muchos trabajan para quienes ostentan este poder, e incluso lo ven superiores a ellos”.

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Una mujer rural que se encuentra viviendo en este medio hace 13 años, y que a su trabajo “natural” le agrega una importante pata social que tiene su anclaje en el cuidado de chicos con discapacidad. “A esto último lo hago ad honorem. Volviendo al tema de la matanza de animales que padecimos en los últimos días, es preciso destacar que no se trata solo de un ataque a nuestra economía. Nos dolió muchísimo la muerte de nuestra yegua Picasa, ya que se trataba de una yegua mansa. Este animal era ideal para el “sobre paso” como lo llamamos en el campo, una yegua especial para la rehabilitación de niños con los cuales trabajamos y acompañamos en su terapia. Habla a las claras no solo de la impunidad, sino también de lo deshumanizante de este accionar”.