Por Santiago Fraga

Mónica Dawidowicz, como es llamada hoy en día, nació en 1941 en el gueto de Lida, hoy territorio de Bielorrusia, alguna vez polaco, luego invadido por el ejército rojo y anexado a la Unión Soviética (1939-1941), y finalmente invadido por el ejército nazi. Aquel fue el comienzo de una historia de dolor y sufrimiento; esos mismos a los que estuvo condenado el pueblo judío en épocas de la Segunda Guerra Mundial, en el que seis millones de personas perdieron su vida por practicar su religión; pero que también perduró con el pasar de los años en prácticas como el olvido, la negación y la falta de apoyo de quienes tenían el poder de otorgarlo.

Una sobreviviente del Holocausto que todos conocemos, pero también de otro desconocido, que es por el que pasaron quienes pudieron escapar del calvario en el momento en el que ven lo que es haber sobrevivido y “encontrarse sin nada, sin historia, sin familia, sin bienes, sin documentos, sin identidad, sin ningún lugar en el mundo capaz de recibir”.

Hoy en día, Mónica se dedica a transmitir a las futuras generaciones los testimonios que tantos años de vida le dejaron; algo que ella asegura “es tremendamente doloroso, es más que desnudarse ante un público”, pero con la convicción de que debe hacerlo “para que la memoria de todos los que no tienen voz pueda ser recordada” a través de la suya. Un mensaje para que “nunca más haya discriminación, en todos los ámbitos, intolerancia, antisemitismo, xenofobia”, y porque la gente aprenda “a vivir la comunidad internacional en paz, comprendiendo y entendiendo uno al otro”.

La historia

Su familia directa, compuesta por su padre, su madre, y sus hermanas Ester y Neja, ingresó a uno de los tres guetos creados en Lida tras la cruel invasión alemana. “Una vez que fue invadida por el ejército nazi, Lida en muy pocos días cambió totalmente su existencia, especialmente para los judíos. A las dos semanas hubo una matanza en la plaza central de Lida de 80 intelectuales judíos. Rabinos, médicos, maestros… La intención, amedrentar”, contó Dawidowicz en el comienzo de su historia.

En el sótano del hogar de una habitación y media en el que vivían junto con otra familia judía fue que nació ella, a quienes sus padres llamaron Rojale Dawidowicz. Sus tíos y su abuela paterna también se mudaron al gueto, que terminó siendo uno de los más grandes de la zona (aún más que el de Vilna, hoy capital de Lituania). Allí habían llegado nada más que con lo que se podía llevar en la mano. Una de sus hermanas llevó a su gato, su madre embarazada entró con ella en su vientre, y todos los bienes que la familia tenía tuvieron que dejárselos a familias no judías de Lida.

Al poco tiempo, los nazis comenzaron con sus movimientos en el gueto. Mónica contó al respecto: “Se llamó a todos los judios a presentarse en el playón. Mi familia y con la que estábamos viviendo decidieron no ir y esconderse en el sótano. Se esconden todos menos yo, que era un bebé y podía delatarlos, por lo que la otra familia no aceptaba de ninguna manera que yo bajase. Entonces me dejaron en la cama, los nazis entraron, dieron vuelta la casa, robaron y me desnudaron, pero me dejan viva. No sé si porque pensaron que igual moriría de frío; si porque no se atrevieron a matarme, a pesar de que lo hacían a diario y en una forma espantosa, clavando directamente a los bebés; pero me dejaron viva”.

Ese hecho fue el desencadenante de que sus padres decidieran entregar a sus tres hijas a familias no judías para resguardar sus vidas. Ella es la primera a la que dieron, siendo entregada a una señora que no tenía hijos y estaba dispuesta a cuidarla, pero su marido, “borracho”, tuvo miedo de que descubrieran que protegían a un judío y la entregaron a otra familia, los Schipula. Ellos la inscriben como Irina Schipula, y finalmente viviría con ellos hasta el final de la guerra.

Sin embargo, en el interín se produce una matanza nazi aún mayor en Lida. El 8 de mayo de 1942, nuevamente se sacó a todos los judíos del gueto en una marcha: “Mi hermana recuerda de que a pesar de que era mayo habia nieve, recuerda los muertos en el camino, la nieve regada de sangre, una nena de 10 años recuerda esa fila interminable y recuerda la estación de tren, que había un puente y los que iban hacia la derecha, que era la mayoría, iban directamente a fosas comunes, mientras que a la izquierda volvían al gueto. Mi padre trabajó mientras estaba en el gueto cuidando los caballos del comisario de la SS. Parecería que él le salvó la vida en esa oportunidad y fueron a la izquierda, pero tíos míos, primos, y mi abuela, fueron a las fosas comunes”.

Tras ese desgarrador episodio, los padres ceden a la mayor de sus hermanas, Ester, que termina viviendo con una familia en una aldea. La otra niña, Neja, tenía ocho años y también fue dada a otro hogar, pero por su actitud rebelde, que la llevaba a llorar y gritar, terminaron devolviéndola al gueto, quedando condenada al mismo destino de sus padres: Majdanek.

Creado por órdenes del comandante de la SS Heinrich Himmler, Majdanek fue un campo de exterminio de la Polonia ocupada, ubicado cerca de la frontera con Ucrania y que, a diferencia de los demás campos, estaba a la plena vista de los habitantes de Lublin. Según informes soviéticos, a julio de 1944 habían perdido su vida allí no menos de 400.000 judíos y 1.500.000 personas de distintas nacionalidades. Es uno de los pocos campos que los nazis no tuvieron tiempo de destruir, por lo que hoy en día se conserva tal cual se utilizaba en esa época.

Uno de los primos de Mónica le comentó muchos años más tarde que el día anterior a la aniquilación del gueto vio a sus padres y a Neja con vida. Él, junto con otros nueve compañeros, sabían que se acercaba la ofensiva nazi y por eso se dirigieron al gueto a intentar sacar la mayor gente posible de allí. “Muchos fueron, mis padres no, aunque supimos que ellos tenían armas, pero estaba Neja también con ellos… y no se atrevieron. No sabemos, son las partes de la historia que nadie podrá contarme, pero mi primo vio a mis padres el día anterior, por eso sabemos definitivamente que ellos fueron a Majdanek”, relató.

Al finalizar la guerra, los tíos de las niñas Dawidowicz comienzan a seguir la red que habían dejado los padres para recuperar a las niñas al seno familiar. Es allí que Mónica, en ese entonces Irina, escucha algo por primera vez sobre su verdadera historia. “Mis padres habían dejado direcciones de nuestra familia en EE.UU, Argentina y Uruguay, tanto materna como paterna, y por supuesto que los tíos sabían donde estabamos cada uno de nosotros ya que habían dejado una red en caso de que uno de nosotos no sobreviviera. Primero la recuperan a mi hermana, y luego me vienen a visitar. Mi hermana recuerda patente que yo salí corriendo y llorando porque no los conocía, y los Schipula ya no estaban dispuestos a entregarme (por amor, porque se habían encariñado). De todos modos, mi tía tampoco estaba en condiciones de recibirme porque ya se había hecho cargo de mi hermana y mi primo al mismo tiempo que se enteró que su marido estaba vivo, por lo que resuelven emigrar los cuatro a Palestina, clandestinamente”, relata, tal como lo hace en cada uno de los encuentros a los que va a transmitir sus vivencias a las nuevas generaciones.

Muchas veces digo que despues del holocausto, el que todos conocemos como holocausto, hubo otro, que es el de encontrarse sin nada, sin historia, sin familia, sin bienes, sin documentos, sin identidad, sin ningún lugar en el mundo capaz de recibir”. Ese doloroso testimonio de Dadidowicz refleja no sólo el despojo de su identidad, que luego debió construir con el correr de los años (y que aún lo hace), sino también la realidad de una época en la que otros países no permitían la entrada a sobrevivientes judíos.

Los Dawidowicz tenían parientes en Estados Unidos, Argentina y Uruguay, pero no sería fácil encontrarle hogar dentro de la familia a las pequeñas. “Estados unidos no permitía mi entrada, porque el cupo de inmigración estaba cubierto. Argentina no permitió mi entrada; el gobierno de Perón no permitía la entrada de sobrevivientes y los que entrábamos lo hacíamos en forma ilegal. Pero sí pudo mi tío de Uruguay hacer toda la documentación para recibirme”.

Así, con la intervención del Congreso Judío Mundial, la vida de Rojale, o Irina, parecía tener una esperanza lejos del exterminio y el sufrimiento que padecían los sionistas en Europa. Antes, sin embargo, debieron sacarla de la familia Schipula. Tras llegar a un acuerdo, fue enviada a un orfanato en Suecia. En ese lugar no les cerraba el nombre Irina, tampoco Rojale, por lo que decidieron ponerle un nombre muy habitual en la zona: Mónica.

Una vez que todo el papeleo fue realizado, la pequeña viajó a Montevideo. La familia ya tenía resuelto que viviría que sus tíos paternos, Jaime y Raquel, en la Argentina: “Mi tío de Uruguay me trajo a Buenos Aires en el barco de la carrera, como tutor, y me dejó en la casa de mis tíos de allí. Ellos hacen documentación falsa, como si yo hubiese nacido en la Argentina”.

Más y más tramas superpuestas dentro de la historia de una niña que en aquel entonces tendría unos seis años y que la alejaban de conocer la triste realidad de la que tuvieron que ser parte ella y su familia. “Mi generación además es una generación que no supo preguntar. Los niños y los jovenes no preguntábamos, y los adultos no contaban. Mis tíos consideraron que lo mejor era no decir nada, que ellos son papá y mamá y que la vida iba a seguir así. Que iban a esperar a que yo me case para contarme mi historia”, aseguró Dawidowicz, que sin embargo aclara que pese a su niñez y a no tener ningún recuerdo previo a su llegada a Montevideo “estaba en el aire que no era hija de ellos”.

“Me decían que tenía una hermana en Israel que no sabe castellano. ¿Qué, fue chiquita a Israel? ¿Sola? Nada cerraba por supuesto en toda esta historia. Muy de a poco fui ordenando pensamientos, creando ficciones, imaginaba situaciones que al poco tiempo descartaba. Pero fui construyendo mi historia a través de los años, y yo diría que hasta el día de hoy sigo construyendo mi historia porque sigue apareciendo información, datitos, y no fue fácil”.

No fue fácil para ella, tampoco, cuando la Argentina sufrió la dictadura en 1976. “La edad en la que yo ya estaba en condiciones de salir; mis amigos no sabian mi historia, con nadie yo hablaba, ni con mis primitos de Argentina, ni mis compañeros, ni mis amigos, ni mis noviecitos cuando aparecieron, sentía que no podía contarlo. Que podía crear tal vez fantasiosamente problemas a mí y a mis tíos”.

Desde los 17 años comenzó a pensar en la idea de vivir en Israel por dos aristas: por un lado, su religión y el deseo sionista; pero por el otro y más importante, el poder conocer a su hermana. “En todos estos años nos carteábamos, aunque era una hermana que no conocía, que no sabía ni cómo escribirle porque era tan distinta su realidad, su vida, a la mía, además de la diferencia de edad”. Sin embargo, terminó logrando su cometido: “Fue muy fuerte llegar a Israel en el barco. El puerto estaba lleno de gente que esperaba a sus familias, pero yo de lejos, como una cosa de abstracción de todos, la veía sólo a ella. Mi hermana estaba viva, y yo no podía hablar. Durante cuatro días no pude hablar”, describió el impactante momento.

Allí fue que comenzó a construir con más fuerza su verdadera historia y su real identidad. No obstante, realizó también una crítica a la sociedad, que no escuchó ni apoyó a los sobrevivientes. “La historia de los sobrevivientes fue una historia que durante muchos años no se escuchó. Los sobrevivientes no podían hablar, y la gente dice ‘Los sobrevivientes no hablaban’… Yo digo que los sobrevivientes hubiesen hablado si hubiese habido quién los escuchara. Durante muchísimos años no había orejas, no había gente dispuesta a escuchar, y eso nos hizo perder mucho tiempo en la transmisión de la Shoá”.

A su vez, también criticó la realidad argentina y recordó el día en que el entonces presidente Fernando De La Rúa pidió perdón en nombre del Estado argentino, luego de conocer la historia de los sobrevivientes del holocausto que habían tenido que ingresar al país clandestinamente en épocas de Juan Domingo Perón.

“Yo empecé a dar testimonios recién cuando fue el gobierno de De La Rúa, en algo que él seguro ni se imaginó. Él vino a visitar en una oportunidad el Museo de la Shoá en Buenos Aires y le comentamos allí de casos como el mío, que no es el único, y quedó consternado. Nosotros entrabamos con documentación falsa, cruzando fronteras, o desde Paraguay, y los nazis entraban en la Argentina por la puerta ancha. Él entonces convocó a un grupo grande de sobrevivientes a la Casa de Gobierno y pidió perdón en nombre del Estado argentino, su gobierno, a todos los sobrevivientes que tuvimos que entrar de esa manera mientras los nazis entraban por la puerta grande. Eso a mí me legitimó, me permitió sentirme recibida, sentirme aceptada. Yo decía siempre que era argentina porque el documento decía Argentina, pero adentro tenía una sensación como de falsedad, y este acto de De La Rúa a mi me permitió legitimarme ante mí misma y poder empezar a dar testiminios”.

Dar un testimonio es tremendamente doloroso, es más que desnudarse ante un público, pero creo que debo hacerlo para que la memoria de todos los que no tienen voz pueda ser recordada a través de mi voz, para que la gente sepa qué es lo que pasó con la intención de que eso tenga una proyección hacia el futuro del nunca más, pero del nunca más la Shoá, del nunca más la discriminación, del nunca más genocidios, del nunca más xenofobia, y creo que ese es el valor de la transmisión de la Shoá, no sólo el recuerdo que ya de por sí sería suficiente, sino para el nunca más.

Luego del emotivo evento en el que brindó su historia a la comunidad judía en Rosario, en el acto en conmemoración por el Día del Holocausto y el Recuerdo (27 de Nisán en el calendario hebreo), Dawidowicz dialogó con Conclusión para contar aún un poco más sobre su historia, la importancia de transmitirla y la situación mundial actual.

– ¿Cómo es el sentimiento de crecer buscando una identidad, estar todavía encontrándola, y encontrar también gente que está en las mismas condiciones?

– Te ocupa mucho tiempo de tu vida. Mientras otros chicos estaban jugando yo pensaba, en mi vida, en mi historia, inventaba historias, trataba de juntar cabos, de encontrar rastros, en la casa había documentación. Primero la veía y nada más, luego la empecé a leer cuando empecé a estudiar inglés y entendía la mitad, y luego fui entendiendo más. O sea, lleva mucho tiempo construir una identidad, y no menos de dolor. La Argentina vivió con la dictadura también por parte de mucha gente una búsqueda de su identidad, y yo creo que ellos han tenido oportunidad de tener ejemplos como los nuestros en esa búsqueda. Se construye día a día, el tema es cómo la construís, si la construís con odio o la construís para vivir bien. Yo opté por vivir bien, soy muy positiva, a mis hijos los crié en eso. De todas formas son hijos de sobrevivientes y lo viven y lo sufren, pero de todos modos traté de contagiarles el optimismo.

– ¿Hoy en día cómo sentís que está Argentina para con los sobrevivientes del Holocausto?

– En el sentido oficial, yo creo que está bien, que tiene apertura total. No debemos desconocer de que hay grupos antisemitas, pero ya eso viene digamos desde dentro de la sociedad, no de lo oficial.

– ¿Sentís que en la sociedad hay más orejas sin embargo?

– Si, si, y yo creo que en especial el tema de la dictadura hizo de que la gente quisiera saber, saber más, y mismo después de la dictadura la gente quiso enterarse y se puso del otro lado. Se puso en contra de la discriminación y en contra de las barbaridades que han hecho los militares.

– ¿Cuáles son los motivos que más le impulsan a dar su testimonio, vivir, seguir adelante, luego de todo?

-En principio te diría que el hecho de haber sobrevivido yo creo que me obliga a VIVIR, con mayúsculas. Si fui una privilegiada sobreviviendo no puede ser que haga de mi vida una sin razón, tengo que darle contenido

– ¿Y cómo se le da ese contenido?

– Bueno, cada uno encuentra su manera, yo la encontré dando testimonios por un lado y por el otro siendo activa donde sólo podía.

– ¿Pensás que el “nunca más genocidios” es posible teniendo en cuenta como está el mundo hoy en día?

– Mirá, es mi esperanza, pero no lo veo… veo un mundo dificil, es una realidad dificil.

– ¿Cuál sería un mensaje para la comunidad?

-El mensaje sería luchar por la no discriminación, por la tolerancia, por el no antisemitismo, no xenofobia, no discriminación en todos los ámbitos, y que aprendamos a vivir la comunidad internacional en paz y comprendiendo y entendiendo uno al otro.