El 11 de septiembre de 1973, hace 50 años exactamente, volaron sobre mi cabeza, con un ruido estremecedor, los aviones Hawker Hunter que bombardearon el Palacio La Moneda, en Santiago de Chile. El presidente socialista Salvador Allende, que allí estaba, se negó en un discurso a abandonar por la fuerza la sede del Gobierno donde el pueblo de Chile lo había puesto democráticamente, relató Alejandro Navarro Brain, el ex legislador chileno entre 1994 y 2022.

Agregó, no terminaban de pasar los aviones, que estremecían las ventanas con su paso a baja altura, cuando escuché un grito: «¡Los gringos están detrás de todo esto!».

Fueron las mismas palabras que oí tras la noticia del asesinato del comandante en jefe del Ejército de Chile, general René Schneider, el 25 de octubre de 1970, a solo días de que Allende fuera investido presidente. Y de su sucesor, Carlos Prats, asesinado con una bomba en Argentina. Lo mismo escuché, entre lágrimas, sobre el asesinato del canciller chileno, Orlando Letelier, en Washington, el 21 de septiembre de 1976.

Esa afirmación, que tempranamente asumí como cierta, se develó cruel y definitivamente como un plan orquestado y ejecutado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. La participación de EE. UU. en el golpe de Estado en Chile, el 11 de septiembre de 1973, no era parte de una producción de Hollywood, sino una cruda realidad. Así operó la CIA en Chile y en el mundo, asesinando a personas solo por sus ideas.

Durante décadas, la intervención estadounidense en Chile fue negada por la dictadura (1973-1990). Y la burla caía sobre quienes afirmábamos convencidos la intromisión y acción de Estados Unidos contra Allende: «Demasiadas películas de agentes secretos», nos decían. Se repetía en ese entonces que el dictador Augusto Pinochet actuaba solo, que no había mano negra de la CIA. Sin embargo, la realidad sobre la responsabilidad de Estados Unidos en el golpe de Estado chileno superaba la ficción y cualquier producción del cine norteamericano.

Según señaló el presidente Salvador Allende en su discurso de despedida en medio del bombardeo: Estados Unidos y la CIA estuvieron desde muchos antes del golpe volando oleoductos, derribando torres eléctricas y puentes para crear el caos; asesinando a militares leales a la Constitución chilena y sus leyes.

EE. UU. intervino en Chile destruyendo un proceso único de cambio de la sociedad chilena por la vía democrática y no violenta hacia el socialismo. Porque a EE. UU. jamás le ha interesado la democracia de los pueblos de América, sino solo sus intereses económicos y políticos. Y bajo tales intereses actúa, ya sea de manera oculta o directa.

 «Hay que hacer chillar a la economía» de Chile, fueron las órdenes claras y precisas del presidente Richard Nixon y las instrucciones de Henry Kissinger, contenidas en los documentos desclasificados desde el golpe. Porque, para Estados Unidos, Chile y los países latinoamericanos somos su propiedad y todo aquel que afecte a sus intereses se convierte automáticamente en enemigo.

Lo dramático y real es que, 50 años después, esa política intervencionista sigue presente y vigente. Hoy, cuando América Latina se pone de pie y se entrelaza en una férrea alianza con China, Estados Unidos percibe esto como una agresión a la que responde con sanciones, amenazas militares y los denominados golpes «blandos», como ocurrió con los presidentes Evo Morales (Bolivia), Dilma Rousseff (Brasil), Fernando Lugo (Paraguay) y Manuel Zelaya (Honduras) en la región.

Alejandro Navarro Brain dijo, «a medio siglo de la injerencia directa de Estados Unidos en Chile, que dio paso a una sanguinaria dictadura de 17 años, continúa la mentira y la conspiración en la región y el mundo. Tal parece que lo único diferente es que hace medio siglo se demonizaba y mentía sobre la URSS, en el contexto de la Guerra Fría, si bien hoy los dardos apuntan a China».

No obstante, el mundo ha dejado de ser unipolar y ha dado paso a la multipolaridad, por lo que Estados Unidos ha perdido peso como país hegemónico. Este hecho ya no es una esperanza, sino una realidad global.