En un nuevo programa de Café Internacional, Santiago Toffoli y Emilio Ordoñez abordaron tres temas de agenda con repercusiones en el plano global, comenzaron analizando la gira por China y Emiratos Árabes Unidos realizada por el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, tuvo como objetivo comenzar a instalar una agenda de paz en relación a la guerra entre Rusia y Ucrania. En primer término, y  más allá de una agenda bilateral densa que vincula tanto a Brasil como a su contraparte chino y que se verifica en la firma de más de 30 acuerdos entre actores públicos y privados de ambos países, la significancia del encuentro de Lula con su homólogo Xi Jinping reside en el hecho de que ambos países han presentado en su momento sendas propuestas para promover negociaciones de paz.

Desde la mirada de la política exterior brasileña, esto representa la continuidad de las líneas tradicionales de su diplomacia en cuanto a su pragmatismo y a su voluntad amplia de diálogo. Según Tóffoli, esta gira permite relativizar las versiones de un supuesto alineamiento irrestricto entre Rusia y Estados Unidos, al mismo tiempo que plantea que el objetivo principal de Lula no es otro que mostrar el retorno de Brasil a la mesa de discusión de los grandes temas mundiales, en un momento políticamente convulsionado al interior de Brasil, sumado a los constreñimientos de un ambiente internacional que, en un contexto bélico, exige tomar partido entre un bando u otro, en una lógica de Guerra Fría.

De esta manera pueden entenderse las declaraciones de altos cuadros de la diplomacia estadounidense, quienes acusaron a Lula de replicar la lectura rusa y china del conflicto, esto último en el marco de la visita del canciller ruso Sergei Lavrov a Brasil. Se apunta aquí a las posiciones sostenidas por el mandatario brasileño en torno a la responsabilidad compartida tanto por Rusia como por Ucrania en cuanto al origen de la guerra, y de las concesiones territoriales que deberán tratar ambos países. En este sentido, los conductores plantean que existen desacuerdos de fondo entre Brasil y Estados Unidos que trascienden a la guerra, y que remiten a una crítica por parte de Lula a la escasa oferta de bienes globales por parte de Washington en comparación a Beijing y, en última instancia, a una divergencia mayor en cuanto a las formas de despliegue de hegemonía y poder por parte de Estados Unidos, apuntando a un sesgo más proclive por parte del Departamento de Estado a la aplicación de presiones y sanciones.

Por último, se remarca una voluntad de elevar el perfil internacional brasileño, no sólo en las declaraciones que hablan de “equilibrar la geopolítica mundial” junto a China, sino también aquellas que apuntan a una mayor desdolarización en los acuerdos bilaterales, así como el mayor papel a futuro que tendrán los BRICS como actores políticos relevantes, lo cual redundará en una mayor intervención del Sur Global en escenarios conflictivos como el presente.

En el segundo bloque se trató el conflicto político en Sudán, iniciado el pasado sábado con los choques entre efectivos de las Fuerzas Armadas y los contingentes de las Fuerzas de Apoyo Rápido  (FAR), un grupo paramilitar parcialmente integrado al Ejército. Este conflicto intra-militar enfrenta al presidente de facto de este país, Abdel Fatah al Burhan, y al jefe de las FAR, Mohamed Barhan Dagalo, también conocido como “Hemedti”. Este conflicto remite a las consecuencias posteriores al derrocamiento del ex presidente Omar al Bashir en 2019, luego de 26 años en el poder, así como también se origina en los desacuerdos en torno al tumultuoso proceso de transición democrática tras la salida forzada del ex primer ministro Abdala Hamdok, en 2021.

Los conductores plantean tres factores para entender este complejo escenario. El primero de ellos es el conflicto intramilitar en sí mismo, el cual gira en torno a la velocidad de integración de las FAR a las fuerzas armadas. En este sentido, mientras que el general Burhan favorece un proceso gradual de incorporación de los paramilitares, Hemedti procura una mayor presencia de sus efectivos en los altos mandos y un proceso más veloz de unión entre ambas fuerzas. El segundo de estos factores se relaciona con las posiciones de poder de los principales actores políticos y sus vínculos con potencias regionales y globales con capacidad de influir en este escenario. Un último factor alude a la capacidad de movilización de la sociedad civil y, en sentido contrario, a la ausencia de actores locales que estén en posición de reconducir un conflicto que ha dejado más de 300 muertos y que pone en punto suspensivo el proceso de democratización en este país, acercándolo a una guerra civil.

Finalmente, Toffoli y Ordoñez abordaron el escándalo suscitado por la filtración de documentos de inteligencia emitidos por el Pentágono, volcados a las redes sociales en un período de varios meses, un hecho que vuelve a confirmar lo sabido: que Estados Unidos espía tanto a enemigos como a sus propios aliados. Estos archivos mostrarían tanto evaluaciones puntuales en torno al conflicto ruso-ucraniano, como también maniobras de presión sobre aliados para la transferencia de armamento a Ucrania, el conocimiento puntual de los planes militares rusos en el terreno, y las reservas en torno a la viabilidad de las defensas aéreas ucranianas en el cortísimo plazo, junto con el escepticismo en torno al éxito de la esperada contraofensiva planeada por el presidente Volodymyr Zelenski, quien también fue víctima de maniobras de inteligencia. Todo esto se suma a la presencia en estos documentos de otros países con relaciones fluidas con Estados Unidos, tales como Israel, Corea del Sur, Egipto o Emiratos Árabes Unidos.

La cuantía de la información dada a conocer provocó conmoción en los organismos de inteligencia tanto estadounidenses como de sus aliados. Con todo, la política de control de daños aplicada por el gobierno del presidente Joseph Biden no alcanza a despejar las preguntas incómodas con respecto a las mecanismos para la protección de información sensible, luego de los escándalos de Wikileaks en 2010 y la difusión llevada adelante por el analista Edward Snowden en 2013. En esta oportunidad, fue un militar de bajo rango, Jack Teixeira, quien pudo extraer información, fotografiarla en su domicilio y publicarla en servidores de Discord, que luego se diseminaron por otras redes, sin que el gobierno tuviera conocimiento hasta meses después. Por ello, se plantea que este escándalo representa un nuevo golpe a la confiabilidad de los organismos de inteligencia estadounidenses, con la consiguiente pérdida de prestigio, así como una nueva demostración de las presiones reales de Estados Unidos para con sus propios aliados.