Bajo el título «Laetitia Amoris» ( «La alegría del amor»), la segunda exhortación apostólica firmada por Francisco, es fruto de dos ciclos de consultas y dos tensos sínodos celebrados en octubre de 2014 y octubre de 2015.

Francisco decidió convocar dos sínodos sucesivos sobre un mismo tema para instar a la iglesia a un «aggiornamento», es decir a actualizarse ante los cambios que viven las sociedades y familias modernas.

Las conclusiones que más expectación levanta el texto son las que conciernen el acceso a la comunión a los divorciados que se vuelven a casar, lo que por ahora la Iglesia no permite al considerar que viola el sacramento de la indisolubilidad del matrimonio, una rigidez que ha distanciado a numerosas familias católicas de la Iglesia.

A inicios del año, el pontífice lanzó algunas pistas, y contó que va a insistir sobre la integración en la vida de la Iglesia de «las familias heridas», de los «casados en segundas nupcias» y sobre «la preparación al matrimonio», para reducir los pedidos de nulidad.

Francisco se mostró menos abierto con dar el acceso a la comunión: «todas las puertas están abiertas pero no se puede decir: a partir de ahora pueden comulgar», advirtió.

La mayoría de los obispos y cardenales consideran que es necesario primero un «discernimiento», un examen «caso por caso» para autorizar el acceso a los sacramentos, como la comunión y la confesión para los divorciados que se vuelven a casar.

Otro tema candente, que divide a la jerarquía de la Iglesia, es el de las parejas que conviven, las uniones libres, así como la respuesta ante la homosexualidad, cada vez más aceptada en el mundo occidental.

Mientras algunos sectores están a favor de una institución que deje de juzgar y reprochar y se vuelque hacia el acompañamiento, otros defienden a capa y espada el dogma y se oponen a todo cambio.