Irán conmemora hoy los 30 años del fallecimiento del ayatollah Ruhollah Khomeini, líder político y religioso que en 1979 encabezó la lucha que sacó del poder al sha Mohamad Reza Pahlevi y logró instaurar la República Islámica que él mismo condujo durante una década y que aún perdura.

Khomeini, quien pasó 14 años en el exilio por su oposición al sha, dijo antes de la Revolución Islámica que los clérigos no debían tener un papel ejecutivo sino supervisor del cumplimiento de la ley islámica o sharia.

Sin embargo, tras la victoria de la Revolución en febrero de 1979, estableció, pese a las críticas, la idea de «Velayat Faqih», que le otorgaba el liderazgo como experto en ley islámica y basándose en la doctrina chiita de tener un sustituto durante la ausencia del imán duodécimo, según informa la agencia de noticias EFE.

«Estados Unidos no puede hacer una mierda», expresó, en un lenguaje popular, en 1979 al manifestar su apoyo al desafío sin precedentes lanzado por un grupo de estudiantes a la primera potencia del mundo, al asaltar y tomar rehenes en la embajada de Washington en Teherán.

Treinta años después de su muerte, el odio a Estados Unidos permanece como la única columna firme sobreviviente de la ideología del régimen, mientras la sociedad tomó una dirección bien diferente a la auspiciada por el imán.

En el país, en el que el 50% de los 80 millones de habitantes nació luego de la muerte del ayatollah, no tuvo lugar aquella comunidad islámica moralmente pura que Khomeini había prometido en su retorno triunfal a la patria.

Irán no es hoy un país tan sinceramente religioso como lo era en los tiempos de la monarquía: males como la droga y la prostitución afligen a la República Islámica; la prohibición del alcohol no transformó a los iraníes en un pueblo de abstemios, la corrupción económica y el nepotismo se propagan y las disparidades sociales aumentan, describe por su parte la agencia de noticias Ansa.

Ni siquiera la profecía de Khomeini se reveló del todo correcta: Con las sanciones impuestas durante 40 años, Estados Unidos mostró poder hacer, en realidad, mucho más contra Irán, bloqueando el desarrollo de un país de enormes riquezas naturales y potencialidad humana.

Treinta años atrás millones de personas invadieron las calles de Teherán para los funerales de Khomeini, los más grandes que la historia recuerde, en una gigantesca manifestación de luto espontánea que tomó a contrapié también a las autoridades.

Ya diez años habían pasado de la caída del sha y solo uno del fin de la guerra, que dejó al país contra las cuerdas.

Las ejecuciones de miles de opositores -en su mayor parte ex revolucionarios laicos y marxistas-; la represión de cada disenso; las dificultades económicas y los compromisos que Khomeini, como astuto líder político, debió aceptar para garantizar la supervivencia del régimen, mostraron a una figura bien diferente de la del profeta sin manchas que en los tiempos de la revolución había prometido a los iraníes «el bienestar en esta Tierra y en el más allá».